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El presidente ruso, Vladimir Putin, durante una conferencia en MoscúEFE

203 días de guerra en Ucrania

Rusia impotente

Deliberada o no, la retirada de Járkov es la prueba más clara de la impotencia de Rusia para conseguir la victoria en esta guerra equivocada e inútil

En los últimos días, Rusia se ha retirado precipitadamente del territorio que había ocupado entre los meses de febrero y marzo en la región de Járkov.

La decisión, no importa si fue planeada como asegura el Kremlin o forzada por el contraataque ucraniano en diversos frentes, ha hecho inútil la sangre derramada por sus soldados en la dura batalla que fue necesaria para ocupar el enclave estratégico de Izium, imprescindible para completar la maniobra que la lógica militar impone para flanquear al potente ejército ucraniano que defiende el Donbás.

Deliberada o no, la retirada de Járkov es la prueba más clara de la impotencia de Rusia para conseguir la victoria en esta guerra equivocada e inútil

Deliberada o no, la retirada de Járkov es la prueba más clara de la impotencia de Rusia para conseguir la victoria en esta guerra equivocada e inútil.

Durante meses, en cada oportunidad que tenían para hacerlo, Putin y sus portavoces nos han asegurado que la 'operación militar especial' en Ucrania iba según lo planeado y conseguiría todos sus objetivos.

Mapa del Este de Ucrania con los territorios recién reconquistados por KievKindelán

En la última semana, esa cantinela ha dejado de oírse. ¿Está Rusia cumpliendo sus planes? Es difícil demostrar que no, porque siempre los ha mantenido ocultos. Pero sí conocemos los objetivos mínimos de la invasión: la «liberación» del Donbás, la desmilitarización de Ucrania y la «desnazificación» de su régimen.

Si hablamos del Donbás, lo cierto es que desde la caída de Lysychansk, a principios de julio, el frente se ha estabilizado. No hay progresos, y eso beneficia a Ucrania que, aunque lo haga muy despacio, va llevando adelante su proceso de movilización. Y aún van peor las cosas si se consideran los otros objetivos establecidos por Putin.

Aunque el gobierno de Zelenski apenas da información sobre su propio ejército, los rusos, numéricamente superiores en las primeras semanas de la guerra, se quejan de haber combatido estos días en Járkov en desventaja de ocho a uno.

Con estas cifras, avaladas por ellos mismos, ¿es posible creer que progresa la desmilitarización de Ucrania? Y el liderazgo de Zelenski, ¿alguien cree que se ha debilitado? Por lo pronto, Medveded, el poco diplomático expresidente ruso, ha cambiado su retórica. Más prudente, sigue asegurando que el objetivo final de su país es acabar con el actual régimen ucraniano, pero empieza a añadir matices antes impensables: «ahora o en el futuro».

Desde el primer día de la invasión, el mayor de los problemas del Ejército ruso –aunque, desde luego, no el único– es el numérico. Mal informados sobre la voluntad de los ucranianos de defenderse, Putin y sus generales fueron demasiado optimistas en sus hipótesis de planeamiento.

Superado el factor sorpresa sin una sola victoria decisiva, las fuerzas desplegadas por el Kremlin, formadas casi exclusivamente por militares profesionales, son notoriamente insuficientes para conquistar un país tan grande y poblado como es Ucrania.

Es mucho más provechoso contraatacar en cualquiera de los muchos puntos débiles del despliegue ruso

La falta de efectivos del Ejército de Putin se nota más y más a medida que sus enemigos, bien asesorados por sus aliados, han ido comprendiendo que, lejos de acumular hombres y hombres en el frente del Donbás, es mucho más provechoso contraatacar en cualquiera de los muchos puntos débiles del despliegue ruso.

¿Qué puede hacer Rusia para equilibrar las cosas? A pesar de los estímulos y de una notable disminución de los requisitos exigidos a los candidatos, el reclutamiento de nuevos soldados voluntarios no marcha demasiado bien, lo que quizá demuestre que el apoyo a la guerra por parte de muchos rusos sea solo de boquilla. Por su parte, los «aliados» de las repúblicas de Donetsk y Lugansk empiezan a quejarse de fatiga por falta de rotaciones.

En estas condiciones, si el azar me hubiera convertido en Jefe de Estado Mayor de las fuerzas de Putin, mi primera prioridad habría sido reducir las dimensiones del inmenso frente de más de 1.300 kilómetros de extensión que el Ejército ruso se ha visto obligado a defender.

Estrategia y técnica

¿Cómo puede hacerse eso? En primer lugar –y eso es algo que ya está ocurriendo– retirando las fuerzas desplegadas en Járkov. En el norte, hasta la frontera rusa, que no necesita defensa porque, hoy por hoy, es y debe ser sagrada para los ucranianos.

En el este, es preciso fortificarse en torno a obstáculos naturales, lo que implica retroceder al menos hasta el río Oskil, próximo a la frontera administrativa con Lugansk. Suerte tendrán los rusos si consiguen frenar allí a su enemigo.

A pesar de lo doloroso que pueda ser, es muy probable que el abandono de los ambiciosos planes de Putin para Járkov –una provincia de amplia mayoría ruso parlante– sea un sacrificio insuficiente para dar solidez al frente. Porque aún quedan muchos puntos débiles.

¿Es aceptable políticamente abandonar Jersón, la única capital de provincia conquistada por Moscú en doscientos días de combates?

¿Es posible defender los territorios en el margen occidental del Dnieper, donde también contraatacan los ucranianos? Seguramente no, pero ¿es aceptable políticamente abandonar Jersón, la única capital de provincia conquistada por Moscú en doscientos días de combates?

Aquí es donde la lógica militar colisiona con la política. ¿Hay otras soluciones militares? Desde luego que sí. Está la movilización forzosa de los jóvenes rusos… pero en absoluto garantizaría el éxito –aunque sí haría que el posible fracaso fuera mucho más humillante– y tendría un alto coste en términos de apoyo a la guerra.

Está también el arma nuclear… pero tampoco garantizaría el éxito –Japón no se rindió solo a las armas atómicas, sino a la certeza de la derrota– y provocaría el rechazo a Rusia por parte de muchas de las naciones que ahora prefieren mirar para otro lado. Más complicado aún, cualquiera de estas soluciones obligaría a Putin a reconocer que la operación especial militar que él mismo ha concebido ha salido mal. ¿Alguien cree al líder ruso capaz de reconocer un error así?

Entre los sueños de la política y las realidades militares sobre el terreno, Rusia, de grado o por fuerza, se verá obligada a reagrupar sus efectivos, cada día más y más centrados en el disputado Donbás. ¿Puede todavía ganar esta guerra? Los combates que han de seguir, limitados a las provincias rebeldes del este de Ucrania, no suponen para el régimen de Zelenski –inmunizado por los ocho años de combates contra rusos y prorrusos en estas desdichadas tierras– una amenaza suficiente para siquiera considerar la rendición incondicional, que a eso equivale la posibilidad de que Ucrania ceda territorios a cambio de paz.

¿Puede entonces perderla? Siento no ser optimista en este punto. Rusia no ha intentado defender las ciudades de la región de Járkov, pero no deberíamos creer que siempre va a ser así. En el Donbás, donde sus aliados juegan en casa, parece imposible que no consigan hacerse fuertes en los núcleos urbanos.

Si Rusia tardó meses en conquistar Mariúpol y tuvo que arrasarla para conseguirlo, cometiendo en el proceso indescriptibles crímenes de guerra, ¿cómo puede Ucrania recuperarla luchando, como debe ser, bajo la lupa de los gobiernos democráticos occidentales?

El final de la guerra parece, pues, lejano. Y (...) solo puede llegar por la vía de un armisticio sin acuerdo de paz alguno

El final de la guerra parece, pues, lejano. Y, puesto que Ucrania no se va a ver forzada a ceder territorios y Rusia no los va a devolver, solo puede llegar por la vía de un armisticio que, sin acuerdo de paz alguno, consagre un resultado en tablas.

Como nada dura eternamente –basta recordar lo ocurrido en la Guerra de Corea– bien hará Ucrania en aprovechar el momento favorable para que las condiciones de esas futuras tablas sean las mejores posibles para sus propios –y justos– intereses. Y bien haremos los ciudadanos de Europa –y, entre ellos, los españoles– en apoyarles para que así sea.