Reino Unido despide a Isabel II en su sepelio en Windsor, tras un funeral multitudinario
Antes de morir, la Reina Isabel II dispuso con exactitud los detalles de su sepelio. Se desarrolló según lo previsto, en la Capilla de San Jorge, donde a menudo rezó la monarca, y donde yacen enterrados algunos de sus seres más queridos: su esposo el Príncipe Felipe, y su padre, el Rey Jorge VI.
Fue una ceremonia simple pero emotiva, la conclusión de una procesión multitudinaria en la que una comitiva de más de 3.000 militares paseó el féretro por las calles más importantes de Londres.
La muchedumbre, cargada con flores y repleta de admiración, bordeó cada centímetro de su paso hasta el final: los fieles acompañaron al coche fúnebre hasta el Long Walk, camino que desemboca en el castillo de Windsor.
Mecido por la melodía del Salmo 121, con música del antiguo organista de la Capilla Sir Henry Walford Davies, el Deán de Windsor, David Conner, dio comienzo al que sería un servicio breve, austero, y cargado de emoción y cariño.
«En medio de un mundo en constante cambio, y frecuentes conflictos, la presencia tranquila y digna de la Reina Isabel II nos dio confianza para enfrentarnos al futuro de la misma forma en que ella lo hizo: con valor, y con esperanza», alabó el Deán, en sus palabras de apertura. Su alegato se asemejó al que, horas antes, pronunció el Arzobispo de Canterbury en la Abadía de Westminster. Durante su sermón, el Arzobispo celebró que la Reina «tocó las vidas de millones de personas durante sus setenta años de reinado».
La lectura que dio a continuación tuvo un profundo significado. El Apocalipsis 21, versículos 1-7, también se leyó en los funerales de los abuelos de la Reina, el Rey Jorge V en 1936 y la Reina María en 1953, y de su padre, el Rey Jorge VI en 1952. Tras sus palabras, pronunciaron oraciones los tres capellanes de los lugares que más importaron a la Reina: el rector de Sandringham, el ministro de Crathie Kirk, la iglesia del Castillo de Balmoral, y el capellán de la Capilla Real, en Windsor Great Park.
El servicio concluyó con un acto simbólico y visual. Se trató de la separación de la Reina y las joyas de la corona, retiradas de su féretro por el Joyero de la Corona. Con suma delicadeza, apartó la Corona del Estado Imperial, el Orbe, y el Cetro, del ataúd, y se los entregó al Deán de Windsor, que, cuidadosamente, los colocó en el altar. Pero ese no es su lugar final: tras la ceremonia, se transportarán, de regreso, a la Torre de Londres.
«Id por el mundo en paz; tened buen ánimo, conservad lo bueno, no devolváis a nadie mal por mal; fortaleced a los pusilánimes, sosténed a los débiles, ayudad a los afligidos, honrad a todos, amad y servid al Señor, regocijándoos en el poder del Espíritu Santo. Y que la bendición de Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo esté entre ustedes y permanezca con ustedes siempre. Amén», pronunció, en la última bendición del sepelio, el Arzobispo de Canterbury, el Muy Honorable Justin Welby.
A las 19:30 horas de esta tarde, el Rey Carlos III y sus familiares volverán a la capilla para el entierro de la Reina. Será enterrada junto a su difunto esposo, el duque de Edimburgo, en un servicio que el Palacio de Buckingham calificó de «ocasión familiar profundamente personal», y del que no dará detalle alguno.
Y mientras el servicio de sepelio terminaba, y las 800 personas convidadas abandonaban la Capilla de San Jorge, un coro de gaitas siguió a una rendición de ‘God Save The King’.