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El presidente de Rusia, Vladimir PutinEFE

233 días de guerra en Ucrania

Esa lejana posibilidad de una escalada nuclear en Ucrania

A pesar del alarmante discurso de los llamados «catastrofistas», una escalada nuclear como consecuencia de la guerra es una opción altamente remota, por no decir imposible

Azuzado por declaraciones no siempre responsables de líderes políticos y de opinión, rusos y occidentales, vuelve a los medios españoles el debate sobre la posibilidad de que la invasión de Ucrania termine en un holocausto nuclear.

Si tienen dificultades para dotar a sus soldados de alimentos, uniformes y armas, ¿cómo creer que distribuirán las caras y complicadas máscaras y trajes de protección de un día para otro? ¿Cómo ocultarían el despliegue de las unidades de descontaminación?

Al otro lado del Atlántico, es público y notorio –aunque, en teoría, sea secreto– que, al contrario de lo que ocurrió en la crisis de los misiles, las fuerzas estratégicas de los EE.UU. mantienen el nivel de alistamiento previo a la invasión.

Su presidente, además, realiza sus declaraciones en actos electorales de su partido o en entrevistas con los medios afines, y no desde la sala de crisis de la Casa Blanca.

Los servicios de inteligencia occidentales que publican opiniones sobre este asunto coinciden en evaluar la probabilidad de la escalada como extremadamente baja.

Nada indica que Rusia vaya a emplear armas nucleares, pero ¿qué razones hay para apoyar esta evaluación en el futuro?

Hoy, en efecto, nada indica que Rusia vaya a emplear armas nucleares, pero ¿qué razones hay para apoyar esta evaluación en el futuro?

Si estamos hablando de la guerra nuclear global, las razones son las mismas que han mantenido inactivos los arsenales nucleares desde que en la década de los 60 se alcanzó la paridad entre bloques: la certeza de que nadie puede ganar una guerra así y, acercándonos un poco más a lo personal, la seguridad de que el agresor no vivirá el tiempo suficiente para celebrar los resultados del ataque.

En el caso concreto de Putin, un hombre ya mayor que seguramente querría dejar un legado comparable al de Pedro el Grande, es probable que influya también la certeza de que, si sobrevive alguien para contarlo, sería recordado como el mayor villano de la historia.

Pero, ¿qué pasa con la guerra pequeña, la que los militares llamamos táctica? ¿Por qué no aprovechar la potencia de las armas nucleares para doblegar la resistencia del ejército ucraniano? Entre las muchas razones para no hacerlo, podemos empezar con las de orden político.

El empleo de armas nucleares contra un país sin capacidad de hacerlo convertiría para siempre en papel mojado el tratado de no proliferación. A nadie perjudica más eso que a la propia Rusia, que tiene en la excepcionalidad de lo nuclear el único rasgo que conserva de gran potencia.

¿Cómo afectaría el uso del arma nuclear al entorno estratégico? Para empezar, China ha hecho pública la renuncia a ser el primero en emplear armas nucleares en cualquier conflicto, algo que deberían haber hecho todas las potencias nucleares si quieren que el tratado de no proliferación tenga algún sentido.

Además, por mucho que haga la vista gorda a los desmanes de Putin para hacer pagar a los EE.UU. su apoyo a Taiwán, no aceptará que el líder ruso ponga en riesgo a una humanidad en la que China se maneja con provecho y habilidad, solo para satisfacer las ambiciones personales de quien quiere ser emperador.

Es probable que, de hecho, China ya haya advertido privadamente a Putin de que no le acompañará en ese viaje

Es probable que, de hecho, China ya haya advertido privadamente a Putin de que no le acompañará en ese viaje.

¿Cómo reaccionarían los Estados Unidos, o la OTAN? Es difícil saberlo, y en la incertidumbre también hay razones para la disuasión.

Una vez que se emplea el arma nuclear táctica, se cruza un umbral que, probablemente, y como mínimo, haría que los países occidentales empezaran a suministrar a Ucrania las armas ofensivas que hasta ahora no le han dado, precisamente para evitar la escalada: aviones de combate, carros, misiles tierra-tierra y, quizá también, los buques y aeronaves necesarios para barrer del Mar Negro a la flota rusa.

Veamos ahora las razones de orden práctico. Armas nucleares tácticas sí, pero ¿dónde? ¿En las ciudades de Ucrania? Desde que se firmó el protocolo primero al Convenio de Ginebra en 1977, está prohibido atacar objetivos civiles.

Putin, un criminal de guerra que, como todos, aspira a no ser condenado como tal, siempre asegura que él no lo hace y echa la culpa de los muertos civiles a los ucranianos. ¿Cómo puede decir que no fue él si borra del mapa Kiev, Odesa o Leópolis?

Entonces, y por contemplar todas las posibilidades que comentan los medios, ¿qué tal en el Mar Negro, como advertencia? ¿o en el espacio, para provocar el impulso que inutilizaría los dispositivos electrónicos del enemigo? Hay quien argumenta que, como la mar y el espacio electromagnético no son de nadie, quizá así la advertencia quedaría clara y la escalada sería más fácil de contener.

Pero no es verdad que la mar no sea de nadie. Es de todos. La contaminación del Mar Negro llegaría a todos los países ribereños, incluidas Rusia y Turquía. ¿Y en el espacio? Los impulsos electromagnéticos, como los efectos de la radiación, no conocen fronteras, y Rusia está demasiado cerca de Ucrania para olvidarlo.

¿Y el ejército ucraniano? Sería quizá el único objetivo aceptable políticamente, pero ¿dónde? ¿En el campo de batalla? Casi la totalidad del gigantesco frente discurre por territorio que Rusia declara como suyo, y no es sensato lanzar armas nucleares altamente contaminantes sobre la tierra propia.

Por otra parte, no hay concentraciones de fuerzas destacables, ni en el frente ni fuera de él, y en los lugares clave las unidades rusas están demasiado cerca para no sufrir daños, directos y por los efectos de la radiación, muchas veces condicionados por la caprichosa dirección del viento.

Se zambullirá Putin en la piscina nuclear, sin un ejército preparado para combatir en entornos de este tipo

¿Y en la retaguardia? ¿Se zambullirá Putin en la piscina nuclear, sin un ejército preparado para combatir en entornos de este tipo y sabiendo que, cruzado el umbral, hasta sus propias centrales nucleares se convertirán en blanco legítimo de los sabotajes ucranianos solo para destruir una base aérea que puede neutralizar con armas convencionales o un cuartel que, tras ocho meses de guerra, estará casi vacío? No suena, en verdad, demasiado creíble.

¿Cuáles son los argumentos que utilizan los profetas del apocalipsis? En realidad, solo uno: Putin, desesperado, hará cualquier cosa para salir del atolladero.

Y es probable que, si el líder ruso se encontrara cercado en Moscú, prefiriera destruir el mundo que suicidarse solo como hizo Hitler. Pero nadie va a atacar Rusia, y todos lo sabemos.

Por mucho que Putin diga que los territorios ocupados son parte de la Federación, lo desmiente cada día con sus actos.

Son particularmente crueles los bombardeos de Zaporiyia, capital de la región que por abrumadora mayoría –según las ridículas cuentas de Putin– ha decidido ser rusa. Por las mismas cuentas, son también rusos los que están muriendo en los bombardeos de los mercados de las ciudades no ocupadas del Donbás.

Putin sabe bien que lo que está en riesgo no es la patria rusa sino, como mucho, sus anticuadas ambiciones imperiales.

Lo que está en juego es, también, su propio legado, y hay un límite en lo que puede hacer para preservarlo.

¿Es tan difícil que los catastrofistas recuerden que Putin ni siquiera ha declarado la guerra a Ucrania, el país que, según él, está hoy ocupando militarmente territorio ruso? ¿Encaja la imagen de la fiera herida y acorralada con el hecho de que cada día Rusia venda a Europa gas natural por el gasoducto que atraviesa Ucrania y pague religiosamente al país enemigo las facturas correspondientes?

¿No está clara todavía la doble respuesta que Putin viene dando tras cada uno de sus fracasos: una lluvia de misiles sobre las ciudades ucranianas y una declaración solemne de que, al final, alcanzará los objetivos de la operación especial? ¿Qué nos sugiere que no va a seguir haciendo lo mismo mientras los conflictos internos que se agravan en Rusia le permitan disfrutar del poder?

Las amenazas nucleares de Putin, formuladas siempre de forma vaga, como hipotética respuesta a un ataque de Occidente y no a un fracaso de sus planes, no son creíbles

Las amenazas nucleares de Putin, formuladas siempre de forma vaga, como hipotética respuesta a un ataque de Occidente y no a un fracaso de sus planes, no son creíbles.

No son muestra de fortaleza, sino de debilidad. Nadie puede ganar una guerra nuclear. Putin lo sabe y los militares rusos lo saben. Pero hacerlas no cuesta nada y el líder ruso recurre a ellas por dos buenas razones.

La primera, para embridar a sus halcones. La segunda, la que a nosotros nos afecta, para intentar que el miedo nos divida y que, a consecuencia de ello, abandonemos a Ucrania a su suerte, algo que no debería ocurrir. No podemos caer en esa trampa.

Decidamos libremente nuestra postura sobre la invasión de Ucrania, sabiendo –es verdad– que la guerra también nos hace daño a nosotros y perjudica nuestras expectativas personales y colectivas, pero sin ceder al chantaje nuclear de Putin.

Dicho esto, tampoco debiéramos caer en la tentación de pasar sus amenazas por alto. Se trata de un asunto de extrema gravedad, porque la amenaza del uso de la fuerza es ya uso de la fuerza.

Cuando un atracador apunta con un revolver al cajero de un supermercado para que le entregue la recaudación del día, no puede poner como excusa que, en realidad, él no tenía intención de disparar. No puede defenderse asegurando que él no empleó la fuerza en el asalto.

Con el dedo en el gatillo de su arsenal nuclear, Putin pretende robar nuestra libertad de acción, la de los pueblos de Europa y del mundo. No le vamos a dejar, desde luego, pero tampoco debiéramos olvidar que lo ha intentado.