Zarandeos y dimisiones exprés: la caótica y repentina moción de censura que augura el final de Liz Truss
«Fue un caos. Fue ridículo. Una ruina». Así describió el diputado Charles Walker los acontecimientos que tuvieron lugar esta madrugada en el Parlamento británico.
Los miembros del Partido Conservador se reunieron para votar en la que terminaría siendo una moción de censura improvisada contra la primera ministra Liz Truss.
Truss ganó la moción por los pelos: 326 estuvieron a su favor, mientras que 230 se opusieron a sus ideas. Pero es más un fracaso que una victoria, ya que 40 miembros del partido se abstuvieron de votar, y pagarán las consecuencias. Downing Street ya anunció que «disciplinaría» a aquellos que no votaron.
Además, dos diputados de peso dimitieron en plenos comicios, y la propia Liz Truss olvidó votar por sí misma. ¿La razón? Estaba zarandeando a una compañera, intentando evitar que dimitiese.
La BBC británica ya habla de crisis de Gobierno. Tras hundir la libra, y la reputación de su partido, Truss perdió a dos de los miembros de su gabinete inicial en la última semana. Cesó al canciller de Hacienda, su íntimo amigo Kwasi Kwarteng, y fue humillada por su ministra del Interior Suella Braverman, que dimitió a la vez que denunciaba «la dirección preocupante» del liderazgo de Truss.
Caos en los comunes
La noche del miércoles fue decisiva. Desde la oposición, el Partido Laborista quiso aprovechar los tambaleos de Truss, y pidió que los diputados del Partido Conservador se reunieran en Westminster para votar sobre su política de fracturación hidráulica. Una decisión rutinaria que, en teoría, poco tenía que ver con el desmoronamiento del Gobierno de Liz Truss.
No fue así. Horas antes de la asamblea, los ‘whips’ del Partido Conservador, que son los diputados encargados de asegurar la disciplina parlamentaria, dieron instrucciones drásticas al resto del bloque: debían considerar esta votación como una moción de censura contra Liz Truss. De perder el voto, su Gobierno colapsaría, y sería destituida.
La decisión se tiñó de confusión a lo largo del día. Tras el anuncio, Downing Street mandó a un ministro a la Cámara de los Comunes para anunciar, por error, que no habría moción de censura.
Por culpa del gazapo, Jacob Rees-Mogg, Secretario de Estado de Empresa, tuvo que compartir con la cadena Sky News que se trató de una equivocación por parte del Número 10 - y que la moción de censura seguía en pie.
Para cuando los Conservadores inundaron los Comunes, dispuestos a votar, Wendy Morton no podía más. Como presidenta de los ‘whips’ y secretaria parlamentaria del Tesoro, se enfrentaba a una presión inmensa.
Los acontecimientos del día habían puesto en duda su autoridad, y el partido y la oposición llevaban días exigiendo su dimisión.
Por eso, una vez empezada la votación, Morton desencadenó el caos. Cuando llegó su turno, en vez de votar, anunció: «Ya basta. Dimito». Dicho esto, se dispuso a abandonar de la sala, mientras el resto del partido se revolvía a su alrededor.
Pero apenas pudo lograrlo, porque Liz Truss la agarró del brazo, y la sujetó para impedir que saliese. Morton se dirigió a la salida de todas formas, y la primera ministra la siguió mientras la votación seguía desarrollándose a su alrededor. Su distracción fue tal, que olvidó votar en la moción de censura en la que se jugaba su propio puesto.
Problemas de conducta
Ni Morton, ni su vice, el ‘whip’ Craig Whittaker, dimitirán; Westminster confirmó que ambos se retractaron, y permanecerán en el puesto por ahora.
Sin embargo, los acontecimientos de los Comunes instaron a un número mayor de Conservadores a pedir un nuevo líder. A ellos se sumó Lord David Frost, antiguo ministro del Brexit, y antaño ferviente aliado de Truss.
Por su parte, Sir Lindsay Hoyle, presidente de la Cámara de los Comunes, ha iniciado una investigación sobre los problemas de conducta que sucedieron durante la votación de anoche.
Recordó a los parlamentarios que deben «tratarse con cortesía y respeto mutuos», tras la afirmación de la Laborista Anna McMorrin de que observó como un miembro del partido Conservador «lloraba en el lobby» durante el caos.