Gracia
La Familia Real griega gana el pulso al Gobierno de Mitsotakis
El Gobierno griego, cuyo jefe es el conservador Kyriakos Mitsotakis, reaccionó al fallecimiento del antiguo Rey Constantino II, acaecido el 10 de enero, indicando claramente que sus exequias no gozarían del rango de funeral de Estado y que tendrían un carácter estrictamente privado en el Cementerio Real de Tatoi.
Este posicionamiento tajante empezó a suavizarse en un primer momento cuando la Iglesia ortodoxa, a petición de la Familia Real, aceptó que la ceremonia religiosa se celebrase en la Catedral Metropolitana de Atenas, el mismo templo en el que se celebraron los funerales del Rey Pablo en marzo de 1964, y donde seis meses más tarde Constantino II solemnizó su matrimonio con la Princesa Ana María de Dinamarca.
El Arzobispado de Atenas también ha cedido la cercana Iglesia de San Eleuterio para que quienes lo deseen puedan rendir un último homenaje a los restos mortales del último Rey de los helenos. Esta novedad significa que habrá procesión fúnebre entre San Eleuterio y la Catedral, algo que inicialmente el Gobierno quería evitar a toda costa.
En Grecia, las autoridades suelen eludir los enfrentamientos públicos con la todopoderosa Iglesia ortodoxa. Ha ayudado asimismo el impecable comportamiento observado por los miembros de la Familia Real griega desde que se hizo público el fallecimiento, caracterizado por la discreción y la sobriedad.
Sin embargo, lo que ha terminado de inclinar definitivamente la balanza a favor de una celebración más dignificada ha sido la decisión de la práctica totalidad de los monarcas reinantes de Europa de asistir a las ceremonias: estarán presentes las Reina Margarita de Dinamarca –cuñada de Constantino II–, los Reyes de España, Suecia, Países Bajos y de los Belgas, el Gran Duque de Luxemburgo y el Príncipe Soberano de Mónaco.
Carlos III de Inglaterra, primo segundo del finado, no asistirá, si bien enviará una amplia delegación encabezada por los Príncipes de Gales –Constantino II era padrino de bautizo del Príncipe Guillermo– y de la que también forman parte los Condes de Wessex, la Princesa Real y la Princesa Alejandra de Kent.
También Noruega estará representada por sus herederos, los Príncipes Haakon y Mette-Marit. Tampoco se puede obviar la presencia de monarcas que fueron reinantes, como Don Juan Carlos y Doña Sofía y la Princesa Beatriz de los Países Bajos.
Ante semejante aluvión de cabezas coronadas, entre las cuales figuran siete jefes de Estado en ejercicio, a Mitsotakis no le ha quedado más remedio que cambiar sus planes.
Primero, reforzando el dispositivo de seguridad. Y sobre todo, elevando la representación de su Gobierno: al principio estaba únicamente prevista la asistencia de la ministra de Cultura; al final, también estará presente el número 2 del Ejecutivo, Panagiotis Pikrammenos. No será un funeral de Estado de iure, pero sí de facto, pese a la ausencia de las máximas autoridades helénicas, la presidenta de la República, Katerina Sakellaropoulou, y el propio Mitsotakis.
Más sonora será la de este último, hijo de Konstantinos Mitsotakis (1918-2017), primer ministro entre 1990 y 1993, después de haber sido ministro de los Reyes Pablo y Constantino II en los sesenta y titular de la cartera de Asuntos Exteriores en 1981, cuando tuvo lugar el entierro de la Reina Federica (ver apoyo).
Un Mitsotakis que siempre mantuvo cierta simpatía hacia la Familia Real. En el documental Pavlos, no ordinary King, emitido en 2014 –y en el que también interviene la Reina doña Sofía–, el político afirma que de haber vivido el Rey Pablo unos años más, Grecia se hubiera mantenido al margen de las desgracias políticas que le tocó vivir.
Como jefe de Gobierno, y tras haber coincidido en agosto de 1993 con Constantino II en los funerales del Rey Balduino de los Belgas, Mitsotakis permitió al antiguo monarca quebrar su exilio temporalmente y bajo unas estrictas condiciones que no se respetaron.
El fiasco de la estancia veraniega se volvió, políticamente, en contra de Mitsotakis, derrotado por Andreas Papandreu en los comicios de octubre de aquel año. El nuevo primer ministro no se paró en barras: hizo aprobar una ley que confiscaba todos los bienes de la Familia Real griega, empezando por el Palacio de Tatoi.
Aquel entierro de la Reina Federica
«Mi principal recuerdo es la poca, casi nula, atención de los medios de comunicación griegos al acontecimiento, por lo que no se palpaba tensión. Había, más bien, indiferencia por parte del pueblo». Eso sí, «el recinto estaba cerrado para todos los periodistas y la ceremonia fue íntima. Las autoridades griegas no querían dar ningún protagonismo a la monarquía y sobre todo a la fallecida Reina Federica».
«Como cubría como corresponsal de Radio Nacional de España, además de Italia y El Vaticano, la antigua Yugoslavia y Grecia, tenía mis contactos con compañeros griegos y otros corresponsales. Me ayudó mucho un miembro del círculo monárquico griego», concluye Ortega.