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Control de aduanas en FranciaAFP

Europa importa la cocaína y la violencia de los cárteles de Sudamérica

Los estibadores, camioneros y agentes aduaneros juegan un papel muy importante en la entrada de la cocaína en puertos europeos

«Uno cuesta 70; dos, 120». El repartidor muestra unas bolitas de plástico a una joven en la entrada de su edificio en un barrio elegante de París, donde, como en la mayoría de las ciudades europeas, la cocaína sudamericana inunda el mercado.

Esta noche, la clienta se dará por satisfecha con un único gramo. Una vez cobrados los 70 euros, Hassan –nombre ficticio– se sube a su moto y vuela hacia su próxima entrega.

Pocos minutos separan el encargo a través de un servicio de mensajería encriptada como Whatsapp o Signal y la entrega a domicilio. Como con la pizza, la uberización ha revolucionado también el mercado de las drogas.

«Los consumidores prefieren hacer el pedido desde casa y que un repartidor que parece de Deliveroo se lo entregue en la puerta», describe la comisaria Virginie Lahaye, jefa de la brigada antidroga de París. «Es mucho más fácil que ir a un sitio sórdido de los suburbios», agrega.

En 2021, unos 3.5 millones de europeos consumieron al menos una vez cocaína, un nivel «histórico» y cuatro veces superior al registrado hace 20 años, según el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (OEDT). La demanda de este polvo blanco sigue la misma progresión que la oferta: vertiginosa.

Europa registró un récord de incautaciones en 2021 con 240 toneladas, frente a las 213 en 2020 y las 49 toneladas diez años antes, según la Agencia de Cooperación Policial Europea (Europol).

El año 2022 fue aún mejor: 162 toneladas se incautaron únicamente en los puertos de Amberes y Róterdam, según las aduanas de ambos países.

Desde que Europa se convirtiera en una prioridad de los capos de la droga en los años 2000, las decenas de miles de millones de dólares de beneficios generados alimentan una corrupción a gran escala y una criminalidad ultraviolenta, inspirada en lo que ocurre en Sudamérica.

Ante esos potenciales beneficios, «los grupos criminales trajeron a nuestro país los métodos de los cárteles: ajustes de cuentas, secuestros, torturas», describe la jefa de la Oficina Antidrogas rancesa (Ofast), Stéphanie Cherbonnier.

La violencia de las mafias locales corrompe los grandes puertos de Europa y desestabilizan democracias consolidadas como Bélgica o Países Bajos. Hasta el punto de que Bélgica podría considerarse dentro de poco como un «narcoestado», advirtió en septiembre el fiscal general de Bruselas, Johan Delmulle.

Lanzamiento de granadas o tiroteos en las calles de Amberes, asesinatos en Ámsterdam, planes de secuestro de personajes políticos... Los métodos de los traficantes amenazan el orden público y sacuden la sociedad.

Desde los altiplanos andinos

La ruta de la cocaína tiene su origen a miles de kilómetros de Europa. En las laderas de los altiplanos de Colombia, Perú y Bolivia crecen las hojas de coca, de las que se extrae esta droga popularizada en el siglo XIX por Sigmund Freud y varios químicos europeos por sus virtudes médicas.

En la región de Catatumbo –noreste de Colombia–, la coca se hizo un hueco hace años en los cultivos. Gracias a esta planta, José del Carmen Abril alimenta a su familia de ocho hijos. «La coca se convirtió en el gobierno porque permitió construir escuelas, centros de salud, carreteras, viviendas», sostiene este padre de familia de 53 años.

En un país donde el salario mínimo diario no supera los 7 dólares, un campesino que cultiva la coca puede ganar cinco veces más. Más de 200.000 familias colombianas se dedicaban a ello en 2018, según la ONU.

La producción en Colombia continúa creciendo e incluso batió un récord en 2021: se produjeron 1.400 toneladas frente a 1.228 toneladas en 2020, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD). Los expertos calculan que más de 2.000 toneladas de cocaína circularon en el mercado mundial en 2021.

Abril rechaza ser un «narco». Los campesinos «no son narcotraficantes, son trabajadores que recolectan (...) y no tienen ni salario mínimo», añade. Conocidos como «raspachines», estos recolectores que deshojan a mano la coca en Catatumbo se quedan con la mínima parte del negocio.

Otro porcentaje va para los «químicos», que procesan la hoja picada con cal, cemento, gasolina y sulfato de amonio para obtener la pasta base de la cocaína.

En Catatumba, esta pasta se vende a unos 370 dólares el kilo. Una vez transformada en polvo blanco, su precio ronda los 1.000 dólares el kilo. Los narcos son los que se enriquecen llevando los cargamentos a los puertos.

Cárteles mexicanos

Colombia suministra dos tercios de la cocaína mundial. Pero la caída de los cárteles de Medellín y Cali a mediados de los años 1990 y el acuerdo de paz firmado en 2016 entre Bogotá y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alteraron el mercado.

Los cárteles mexicanos, simples intermediarios a finales del siglo XX, aprovecharon la fragmentación de sus rivales colombianos para hacerse con el control casi total del sector, desde la financiación de la producción a la supervisión de las exportaciones.

Los cárteles de Sinaloa o Jalisco, que siempre habían priorizado su mercado «natural» de Estados Unidos, apuntan ahora a Europa, donde se dispara el consumo.

«El mercado de Estados Unidos está saturado y la coca se vende en Europa entre un 50% y un 100% más cara», explica el jefe de los servicios de inteligencia de las aduanas francesas, Florian Colas.

Según Colas, otras «ventajas» para los traficantes son que el «riesgo penal es menos disuasivo en Europa que en Estados Unidos y las opciones logísticas son múltiples entre ambos continentes».

Como el 90% del comercio mundial, la mayor parte de la cocaína atraviesa el Atlántico en contenedores marítimos, oculta en cargamentos perfectamente legales de bananas, de azúcar o de conservas.

El resto viaja en avión en maletas o en el intestino de las «mulas» que embarcan en la Guayana Francesa rumbo a París, e incluso a bordo de submarinos o sumergibles teledirigidos, como los que incautó la policía española el pasado julio.

A principios de los años 2000, los mexicanos establecieron su base europea en la Costa del Sol, uno de los puntos del tráfico de cánnabis marroquí.

La detención años más tarde de varios capos del narcotráfico y sobre todo la explosión del comercio marítimo les convenció de redirigir su tráfico hacia los principales puertos de contenedores de Europa.

Desde el puerto brasileño de Santos, controlado por la mafia de São Paulo, desde el de Guayaquil en Ecuador, e incluso desde Colombia, Panamá o Perú, la «nieve» se envía a Amberes, Róterdam, Hamburgo o El Havre.

«Por estos puertos pasa la mayoría de la droga destinada a Europa», detalla la directora adjunta de las aduanas francesas, Corinne Cléostrate. «Algunos cargamentos hacen escala en las Antillas. Otros siguen su camino hacia los Balcanes o transitan por África Occidental antes de subir hacia Europa».

Mafias europeas

Los cárteles mexicanos venden su producto a las multinacionales europeas del crimen a través de intermediarios que reparten el cargamento, recaudan su financiación y mutualizan las pérdidas en caso de embargo.

«Estas organizaciones criminales pueden ser rivales», observa la Policía Cherbonnier. «Pero forjan también alianzas, ya que deben sumar sus competencias y su pericia para traer la droga».

La «Mocro Maffia» de origen marroquí en Países Bajos y en Bélgica, el hampa albanesa, serbia o kosovar y la ‘Ndrangheta calabresa se reparten el mercado según su ubicación y sus especialidades.

Estos grupos dirigen la recepción de la droga en los puertos, confiada a asistentes locales en nombre de una estricta división de tareas.

Sus recursos son considerables ya que el tráfico de cocaína ofrece una rentabilidad sin comparación: el kilo se compra a 1.000 dólares en Sudamérica y se vende a 35.000 euros (unos 38.000 dólares) en Europa.

Una vez desembarcada y cortada, la mercancía se vende al cliente a unos 70 euros el gramo. Este beneficio desencadena todo tipo de corrupción.

Las mafias compran a estibadores –operarios que se ocupan de la carga y descarga de mercancías en un puerto–, agentes portuarios o camioneros, así como agentes de aduana y policías, para que permitan que sus subordinados recuperen el botín en los contenedores.

En Le Havre (Francia), los 2.200 estibadores dominan los contenedores de los muelles, actividad que los convierte en los cómplices preferidos y a menudo obligados de los traficantes, según un policía francés. En los últimos años, varios fueron condenados en Francia a penas de prisión por «colaborar».

«Un día, unos tipos nos pidieron que sacáramos unas bolsas. Nos ofrecieron 1.000 euros por bolsa. Así empezó todo...»

Uno de ellos explica a su abogado cómo cayó en el tráfico: «Antes recopilaba cartones de cigarrillos o de perfume para revenderlos. Solía ganar entre 200 y 300 euros al mes. Un día, unos tipos nos pidieron que sacáramos unas bolsas. Nos ofrecieron 1.000 euros por bolsa. Así empezó todo...».

Algunos estibadores les prestan un pase para entrar en el puerto, otros llevan los contenedores cargados de droga fuera del campo de visión de las cámaras o «autorizan» su salida. El «billete de salida» de un contenedor puede pagarse incluso por 100.000 euros en Le Havre.

Ejecución

Además de comprar la complicidad o el silencio, estas ingentes sumas de dinero alimentan una violencia que se propaga a las calles de las ciudades portuarias.

En el barrio residencial de Deurne en Amberes, Steven de Winter conoció al menos tres oleadas. En mayo, una casa de su barrio, donde residía una familia conocida por su implicación en el narcotráfico, fue atacada con explosivos.

En cinco años, la fiscalía de la ciudad flamenca registró más de 200 actos violentos vinculados a la droga. Amenazas, agresiones o lanzamiento de artefactos explosivos contra viviendas.

En Países Bajos, los grupos criminales llegaron incluso más lejos. El 15 de julio de 2021, el famoso periodista Peter R. de Vries falleció nueve días después de ser acribillado a balazos en la entrada de un plató de Ámsterdam donde participó en una tertulia televisiva.

Este especialista de la criminalidad era el confidente del principal testigo en el juicio de Ridouan Taghi, un presunto jefe de la «Mocro Maffia» detenido en Dubái en 2019.

El desmantelamiento el año pasado de la red de mensajería encriptada Sky/ECC abrió una inédita ventana sobre sus métodos.

«No dudan en torturar a alguien que tiene información e incluso en ejecutar a alguien por no cumplir un contrato»

«Descubrimos una violencia completamente increíble», asegura el jefe de la policía judicial belga Eric Snoeck. «No dudan en torturar a alguien que tiene información e incluso en ejecutar a alguien por no cumplir un contrato. Es escalofriante».

En 2020, la policía neerlandesa descubrió contenedores convertidos en habitaciones de detención y tortura.

Las mafias de la cocaína apuntan cada vez más alto. En septiembre, se desbarató un proyecto de secuestro del ministro belga de Justicia.

En Países Bajos, la princesa heredera Amalia –hija del rey Guillermo Alejandro y su esposa, la argentina Máxima– y el primer ministro, Mark Rutte, parecían estar en el punto de mira a finales de 2021.

«Guerra total»

Para frenar esta ola que golpea Europa, policías y magistrados han iniciado una «guerra total».

Los récords de incautaciones se suceden gracias a los esfuerzos de inteligencia, la cooperación internacional y el refuerzo de la seguridad en los puertos.

Casi 110 toneladas se incautaron en Amberes en 2022, el principal puerto de entrada de cocaína en Europa, contra las 89,5 toneladas en 2021.

«Esto significa que nuestros métodos son más eficaces, pero también que los flujos aumentan», reconoce la aduanera francesa Corinne Cléostrate.

«Tenemos terminales cada vez más automatizados, lo que obstaculiza el trabajo de los narcotraficantes», celebra Ger Scheringa, jefe de los aduaneros encargados de las interceptaciones en Róterdam, donde las toneladas incautadas pasaron de 72,8 en 2021 a 46,8 en 2022.

Pero estos últimos abrieron rutas alternativas hacia puertos menos vigilados, como Montoir-de-Bretagne, en el oeste de Francia, donde se incautaron casi 600 kilos de cocaína en 2022.

A finales de noviembre, Europol anunció el desmantelamiento de un «supercártel» que controlaba un tercio del tráfico de cocaína hacia Europa: 49 sospechosos detenidos en Francia, España, Países Bajos, Bélgica y sobre todo en Dubái, uno de sus refugios preferidos.

En primera línea de esta improbable guerra, los aduaneros franceses de la isla caribeña de Martinica no se hacen muchas ilusiones.

«Los traficantes conocen nuestros métodos (...) Trabajamos mejor, pero hay que saber reconocer que no podremos atrapar todo», confiesa su jefe, Jean-Charles Métivier.

Mientras tanto en París, el comercio está en plena efervescencia con guerras de precios y ofertas comerciales incluidas: “Gran promoción, un gramo, 50 euros", anuncia un mensaje publicado en una aplicación de mensajería.