350 días de guerra en Ucrania
Cazas para Ucrania: ¿por qué el F-16?
Cuando todavía no ha empezado a recibir los primeros carros de combate ofrecidos por buena parte de los países europeos, se apresura Zelenski a plantear un paso mucho más atrevido: la entrega de aviones de combate occidentales. Ya tiene, además, elegido su candidato, el F-16.
De visita en Londres, las palabras del presidente de Ucrania no pueden dejar más claras sus prioridades: «Tenemos libertad. Dadnos alas para defenderla».
¿Por qué el F-16? Como ocurría con el Leopard, el veterano caza norteamericano goza de la ventaja de su ubicuidad.
Forma parte de la columna vertebral de varias fuerzas aéreas europeas y muchas unidades de las versiones más antiguas, tecnológicamente superadas, pero todavía útiles en un escenario como el ucraniano, están ya próximas a la baja operativa.
El previsto reemplazo de estos viejos aviones por otros modelos más modernos contribuirá a reducir las reticencias de los ministerios de defensa implicados, que lógicamente se resisten a ceder las capacidades más valoradas por sus ejércitos.
Tenemos libertad. Dadnos alas para defenderlaPresidente de Ucrania
¿Necesita Ucrania aviones de combate de diseño occidental, como dice Zelenski? La respuesta corta es sí, porque a los aviones de procedencia rusa, cuya cadena logística termina en las fábricas de su enemigo, es difícil sacarles mucho partido en esta guerra. Pero ¿supondrían los F-16 una escalada inaceptable del conflicto, como asegura el Kremlin?
Al hilo de la doble dimensión de la guerra, una en el terreno de la realidad física y otra en el dominio del conocimiento, cabe plantear ambas preguntas de una forma un poco más completa.
¿Ayudaría el F-16 a que Ucrania gane la guerra, o se trataría solo de una demostración más de la firmeza del apoyo occidental? ¿Supondrían los aviones norteamericanos una escalada real en el conflicto, o solo un elemento que la propaganda de Moscú podría emplear, ya sea para amenazar a Europa o para –siempre aparece la misma contradicción– ejercer el victimismo?
La batalla aérea
Para responder a la primera pregunta, vamos a desplazarnos a los campos de batalla en el país invadido. ¿Qué podemos ver un día como hoy en los cielos de Ucrania? Sorprendentemente, casi nada.
Algunos drones, ocasionales misiles, cohetes de diversos tipos, guiados o no…, pero rara vez aviones o helicópteros de combate.
La doctrina bélica del siglo XXI impone que la primera fase de cualquier guerra tenga entre sus objetivos el dominio del aire.
Pero, casi un año después del comienzo de la invasión, el resultado de la batalla aérea sobre Ucrania sigue siendo el de un extraño empate. Un empate sin goles que pocos habrían predicho.
Ucrania, desde luego, no tenía medios para imponerse en el aire. Pero la aviación rusa, quizá acobardada por los misiles de baja cota que han llegado por millares al Ejército ucraniano, posiblemente lastrada por la limitada aviónica de sus aparatos y aparentemente incapaz de combatir desde alturas más seguras por la carencia de armas de precisión, no parece ni siquiera haber intentado aprovechar su tremenda superioridad numérica.
Las misiones
En estas condiciones, ¿qué misiones podrían llevar a cabo los F-16? La primera responsabilidad de una fuerza aérea, la más importante, es la defensa de sus cielos. Pero ¿contra quién? Si el enemigo no comparece, esa misión, tan crítica en otras situaciones –desde Londres, Zelenski no habrá dejado de recordar cómo la Batalla de Inglaterra influyó en la derrota de Hitler– se vuelve irrelevante.
Y eso es lo que ocurre en esta extraña guerra de Putin. No cabe engañarse sobre esto: la clamorosa ausencia de la fuerza aérea rusa resta fuerza a las peticiones de Zelenski. Para defender las ciudades de los misiles rusos, es mejor el Patriot.
Quedan, desde luego, las misiones ofensivas de ataque al suelo. La doctrina occidental distingue dos tipos generales: las de interdicción, sobre objetivos militares más allá del frente, y las de apoyo aéreo cercano, directamente asignadas a las unidades de tierra empeñadas en combate.
En el primer caso, los cohetes Himars y, a mayores distancias, las bombas guiadas que llegarán a Ucrania en breve, suponen una buena alternativa para blancos fijos, identificados por los servicios de inteligencia operativa. Sin embargo, cuando se trata de blancos móviles, el avión o el dron son armas mucho más versátiles y eficaces.
La otra misión, el apoyo aéreo cercano, exige armas de precisión y excelente coordinación con las unidades sobre el terreno, algo que solo puede lograrse si se dispone de controladores bien adiestrados que, hoy por hoy, seguramente no tiene el Ejército ucraniano.
Condición necesaria para volar estas misiones es reducir el riesgo que supone la defensa aérea del enemigo, muy nutrida en el caso de Rusia.
Los misiles rusos podrán no ser tan buenos como asegura la propaganda de Moscú pero, utilizados en gran número, han demostrado su capacidad para derribar aviones norteamericanos en los muchos conflictos en que se han enfrentado desde la Guerra del Vietnam.
Los plazos
Un avión de combate moderno es solo una parte de un sistema más complejo que incluye los centros de control, las bases aéreas y los talleres imprescindibles para el mantenimiento del avión, su aviónica y sus armas. Ninguno de estos elementos es fácil de improvisar.
Dependiendo de su experiencia previa en reactores como el Mig-29, la formación básica de un piloto en un avión de combate tan diferente como es el F-16 puede tardar entre tres y seis meses.
Pero Ucrania debe haber perdido ya no pocos de sus aviadores más expertos y, como es obvio, el tiempo sería mucho mayor si hubiera que crear pilotos partiendo de cero.
La promesa británica de comenzar a adiestrar pilotos ucranianos es un paso importante, pero no decisivo. Al desafío de formar a los pilotos hay que sumar otros muchos, algunos más difíciles.
Es necesario instruir al personal técnico responsable del sostenimiento, preparar los talleres, acumular armas, repuestos y equipos de pruebas, formar controladores y armeros y, desde luego, dar protección a las vulnerables bases aéreas contra los misiles rusos.
¿Cuánto puede tardar todo el proceso? En tiempos de guerra, como los que vive hoy Ucrania, se aceptan riesgos en todos los terrenos y los plazos suelen acortarse.
Pero, teniendo en cuenta la prudencia con la que los gobiernos occidentales vienen manejando esta crisis, es probable que la decisión política de entregar los aviones no se tome antes de evaluar lo que ocurre con los carros de combate.
Por eso, creo que ni los más optimistas de los lectores deberían esperar ver a la fuerza aérea de Ucrania operando con eficacia el F-16 en los próximos 12 meses.
Los riesgos
Queda por responder la segunda de las grandes preguntas. ¿Cuál es el riesgo de escalada? Si el criterio que rige la entrega de armamento sigue siendo el de exigir a Ucrania que respete las fronteras internacionalmente reconocidas de la Federación Rusa –única verdadera línea roja de esta guerra– hay que reconocer que la actuación de los aviones de combate puede crear situaciones diferentes, más complejas y difíciles de manejar que las de los carros.
No se trata solo de que el alcance de los F-16 permita atacar blancos militares en Rusia, algo que, por injusto que sea, conviene evitar.
Es que en el combate aéreo las fronteras se borran. Realizando misiones en territorio ucraniano, a decenas de kilómetros de suelo enemigo, los pilotos de Zelenski se pueden ver amenazados por sistemas de defensa aérea situados al otro lado de la frontera. ¿Se les darán reglas de enfrentamiento que, en casos como este, nieguen el derecho a defenderse? Quizá. ¿Serán respetadas? A veces.
La experiencia de otras guerras, en situaciones parecidas, sugiere que, en el calor de la acción, los jóvenes sometidos al estrés del combate a menudo reaccionan de forma impredecible.
Una decisión a plazos
¿Qué cabe concluir de todo esto? Dada la incomparecencia de la aviación táctica rusa, los polivalentes cazas occidentales, al menos a corto plazo, no parecen imprescindibles.
Las dudas de líderes como Biden o Scholz están justificadas, porque los F-16 no van a expulsar a Rusia de sus reductos en el Donbás y porque propiciarán incidentes que será preciso gestionar.
Además, en el terreno de la propaganda interna –que también cuenta– los cazas darían argumentos a Moscú para intentar disfrazar su invasión de Ucrania como si fuera una guerra defensiva contra el imperialismo de los Estados Unidos.
Sin embargo, a largo plazo, las palabras de Zelenski no pueden ser más certeras: una Ucrania libre necesitará alas para defenderse de su agresivo vecino. Como cualquier otro país.
Si Rusia, que hoy parece haber recuperado la iniciativa en el campo de batalla, permite que la guerra se enfríe hasta convertirse en lo que ya fue durante ocho años, un forcejeo estéril por unos metros de tierra en el Donbás, es probable que transcurran muchos meses antes de que alguien sienta la necesidad de tomar la difícil decisión de suministrar a Ucrania aviones de combate occidentales.
Pero no deberíamos interpretar mal la situación. Si en algún momento Kiev llegara a necesitarlos para impedir una catástrofe hoy impensable, si el Ejército ruso se las arreglara para renacer de sus cenizas y volviera a amenazar la independencia de su vecino, es seguro que los F-16 llegarían a los cielos de Ucrania a tiempo para defender su libertad.