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Cristianos armenios iraníes rezan ante un altar en la catedral de San Sarkis de Teherán (Irán)

Cristianos armenios iraníes rezan ante un altar en la catedral de San Sarkis de Teherán (Irán)NurPhoto via AFP

El Debate en Irán

Los cristianos de Irán que luchan por sobrevivir bajo el régimen teocrático de los ayatolás

Las minorías religiosas suponen el 1 % de la población de la República Islámica; sus fieles denuncian prohibiciones y limitaciones a la hora de poder practicar libremente su fe

La República Islámica de Irán es ese país donde sus ciudadanos viven dos vidas paralelas. Los iraníes ofrecen una imagen pública que, de puertas para dentro y en la intimidad de su casa, cambia drásticamente. Beben alcohol, profesan diferentes religiones y las mujeres se deshacen del hiyab. Las casas se vuelven el refugio de muchos iraníes. Es en la intimidad de sus hogares donde hablan abiertamente de política, religión y de la realidad social de su país, y donde se sienten seguros de no ser espiados por nadie.

Una manía persecutoria caracteriza a la mayoría de los ciudadanos que no comulgan con el régimen de los ayatolás, y esa sensación se transmite a todos aquellos que se encuentran en Irán. Una gran parte de la población acusa esta doble vida, pero las minorías religiosas de la República Islámica aún más. En Irán conviven otras religiones además de la predominante, el islam chií.

Cristianos, judíos, zoroastrianos, bahaís y musulmanes suníes intentan vivir su fe dentro de la normalidad que les permite el régimen de Irán, pero la situación ha ido de «mal a peor», cuenta Erika a El Debate, una joven cristiana de descendencia armenia de 20 años –cuyo nombre completo no podemos dar por miedo a las represalias–, a las puertas de la catedral de San Sarkis, en Teherán. Según las estimaciones del Gobierno iraní, el 99,4 % de la población se identifica como musulmana, entre estos entre el 5-10 % son suníes, mientras que el 1 % restante estaría compuesto por otras minorías religiosas.

Además, se exponen a detenciones arbitrarias, torturas y otros malos tratos simplemente por practicar su fe. Las iglesias o catedrales en Teherán presentan un aspecto deprimente, fachadas grisáceas en mal estado de conservación, cerradas a cal y canto. Acceder a lugares de culto de cualquier minoría religiosa se convierte en una misión casi imposible de cumplir.

Altos muros con concertinas esconden a las iglesias y catedrales de la capital iraní, como si su simple vista incitara a la conversión. Una metáfora que refleja a la perfección lo que implica profesar una religión diferente al islam en la República Islámica.

Catedral de La Consolata, en Teherán, Irán

Catedral de La Consolata, en Teherán, Irán

«En una teocracia chií como Irán, la iglesia cristiana no puede continuar sus actividades como antes», explica a este periódico Erika. La joven cristiana cuenta que tras la conversión de varios musulmanes – acto penado con cárcel y hasta con la pena de muerte– la República Islámica ha impuesto mayores restricciones a las minorías religiosas. «Ningún musulmán puede asistir a nuestras ceremonias matutinas y el tiempo de las misas se ha limitado», subraya.

El hartazgo y enfado se desprenden de sus palabras. Erika entiende que la religión debería ser «una decisión personal y no algo impuesto». «No es justo que la conversión se castigue con la muerte», concluye. A pesar de que los musulmanes tienen prohibida la entrada a las iglesias, a la salida de una de ellas, El Debate pudo hablar con un joven que estaba a punto de viajar a Canadá para convertirse al cristianismo.

Ahmad –nombre ficticio– explica las razones que le han llevado a querer convertirse al cristianismo, un acto que le podría costar hasta su propia vida. «El cristianismo habla de paz, promueve la hermandad y la amistad, pero no pude encontrar tal cosa en Irán y en el islam», relata este iraní.

La identificación del islam con el régimen de los ayatolás ha provocado que mucha gente, sobre todos los más jóvenes, asocien la religión con la represión y la violencia de la República Islámica. «La situación de los cristianos en Irán es mala», denuncia Ahmad, que continúa diciendo que en el país persa está prohibido hacer proselitismo de otras religiones diferentes al islam y si a un religioso se le ocurre hablar con un no cristiano se expone a «ser condenado a cadena perpetua y ser destituido de su cargo».

El resto de las religiones minoritarias corren la misma suerte y denuncian la misma persecución. Un fiel zoroástrico nos confiesa que hablar con una reportera extranjera le produce «rechazo», ya que la última vez que accedió a dar una entrevista a un periodista de otro país, este iba a acompañado de un espía del régimen. Finalmente, acepta hablar con este periódico bajo condición de anonimato: «Aquí en Irán tenemos miedo a hablar».

Este hombre explica que aquellos que practican una fe diferente al islam no pueden acceder a cargos de responsabilidad, y que se han dado casos en los que directamente se niegan a contratarlos por ser zoroastrianos. Al menos el 50 % de los que profesan esta religión han emigrado a otros países, sobre todo a la India, por miedo a la represión. Este fiel nos reconoce que desearía que «la religión no tuviera tanta importancia en la política y que simplemente se reservara al aspecto privado de las personas».

Arash Abaei, profesor en la Universidad de Religiones de la ciudad iraní de Qom, forma parte de la comunidad judía del país, y en un encuentro con El Debate, defiende que su pueblo se ha acostumbrado a vivir en minoría. «Estas son las leyes de Irán y hay que aceptarlas», se resigna Abaei . Asimismo, explica que gran parte de los judíos que viven en la República Islámica son ultraortodoxos, por lo que se sienten «más cómodos en un país con un perfil conservador, donde se establecen normas en el ámbito público, como la vestimenta de la mujer, la oración…».

La religión prohibida

Mientras que cristianos, judíos y zoroastrianos practican su fe en un contexto cada vez más represivo, existe una religión que vive en la absoluta oscuridad. Los bahaíes son considerados por la República Islámica como una secta, acusados de tener lazos con Israel –el gran enemigo de Irán–, ya que es en el país hebreo donde tienen su principal templo. La Organización de Naciones Unidas (ONU) denunció que las agresiones contra los bahaíes «presentan todas las características de una política de persecución sistemática».

Una religión maldita en gran parte de Oriente Medio, y que, en Irán, supone cárcel bajo acusaciones de espionaje y de seguridad nacional. A lo que hay que sumar la confiscación de tierras o demolición de viviendas. En 2022, a más de 90 estudiantes bahaíes se les prohibió matricularse en las universidades del país, según documentó la ONU.

Las religiones minoritarias en Irán luchan por sobrevivir en medio de las prohibiciones y restricciones que se imponen desde el régimen de los ayatolás. Muchos de sus creyentes se negaron a hablar con este periódico por miedo a que la persecución se vuelva aún más severa y muchos lugares de culto se negaron a recibirnos ante el miedo de ser señalados por la República Islámica.

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