Artículo del vice primer ministro de Polonia en el primer aniversario de la guerra de Ucrania
Polonia: siempre del lado de la libertad
Cuando, a finales de febrero del año pasado, los medios de comunicación difundieron fotografías desde las fronteras polacas, estaciones de ferrocarril, ciudades, pueblos y carreteras; cuando los ucranianos afectados por la guerra –mujeres, niños, ancianos– fluían hacia nuestro país como si de un ancho río se tratara; cuando los polacos les abrieron sus hogares; cuando, día y noche, voluntarios, trabajadores comunitarios, representantes de ONG, autoridades locales y centrales, servicios polacos, empresarios y ciudadanos de a pie apoyaban a los refugiados, organizaban ayuda, alojamiento, suministro de alimentos, cuidados, trabajo... el mundo observaba con gran asombro.
Al fin y al cabo, el mundo no conocía la historia de Polonia, no sabía que la libertad y la experiencia de comunidad son los valores más importantes para los polacos.
Sin embargo, esta actitud ha caracterizado a los polacos durante generaciones.
Ya en la primera etapa de creación de la identidad polaca, se formó el sentido de comunidad de destino común y de libertad.
Surgieron instituciones sociales basadas en la libertad con el fin de proteger los derechos civiles y el respeto a la dignidad humana.
Desde Paweł Włodkowic y el Concilio de Constanza en el siglo XV, los polacos se han caracterizado por ser conscientes de la interdependencia en el proceso de alcanzar la libertad.
Existían reticencias en cuanto al determinismo y a las limitaciones. La libertad de conciencia era sacrosanta.
Del republicanismo romano, la República tomó la noción de una vida política condicionada por la libertad frente a la dominación, el énfasis en las costumbres, la libertad de elección y de decisión, el sentido de lo correcto, el deber para con la comunidad de un pueblo libre.
El espíritu republicano y libertario creó el genotipo de la identidad polaca.
La Constitución del 3 de mayo de 1791 pasó a la historia como un gran acto de libertad. Sus oponentes, invocando antiguas libertades, apelaron a déspotas que abolieron el espacio de libertad que se había creado.
Durante 123 años, entre finales del siglo XVIII y 1918, Polonia estuvo privada de Estado y de soberanía, permaneciendo ante todo como una comunidad de ideas: de tradición, cultura, lengua.
Las aspiraciones a restaurar la independencia se expresaban en las tradiciones positivista e insurreccionalistas. La mentalidad nacional estaba constituida por una tendencia a responder militarmente a la violencia.
En el siglo XX, esto se manifestó a través del irredentismo de la Primera Guerra Mundial, el regreso a la Patria (1918-21), el rechazo de los bolcheviques (1920) y la resistencia al Tercer Reich (1939).
En la conciencia del pueblo polaco continuaba existiendo el «sueño de libertad»
En la conciencia del pueblo polaco continuaba existiendo el «sueño de libertad». El socialismo real se convirtió en la prueba de fuego, desmantelando las estructuras sociales basadas en los valores nacionales y la prioridad de la familia, afectadas por la migración masiva y la negación de la subjetividad humana.
Pero también el socialismo acabó cediendo al movimiento por la libertad (1980, 1989).
En estas circunstancias, parece obvia la concepción polaca de la defensa consecuente de la libertad, del derecho a decidir por uno mismo.
El antagonismo cultural-civilizacional que el mundo vio con toda claridad en relación con la agresión rusa contra Ucrania también tiene sus raíces en la experiencia histórica.
En el siglo XVI, cuando la Moscú periférica pretendía expandirse por la antigua Rusia, la disputa con la República por las tierras de las actuales Bielorrusia y Ucrania se extendió de la afiliación política a la identidad religiosa, civilizacional y étnica.
El experimento polaco de unión política con Lituania puso de manifiesto una cultura política asociada a los ideales de participación y libertad cívica.
Moscú ya entonces practicaba un modelo político radicalmente distinto, basado en la expansión geográfica y la imposición de la dominación política, militar y económica.
Esta supremacía se identificó desde el principio –¡con cuánta razón!– con una amenaza para la existencia de la República.
En oposición a estas aspiraciones imperialistas, el pensamiento político polaco se impregnó de los ecos de la idea del derecho de las naciones a la autodeterminación, que se convirtió en la urdimbre de la política oriental antiimperialista de Polonia.
La doctrina «Międzymorze»
Tras recuperar la independencia en 1918, Polonia siguió la doctrina de política exterior «Międzymorze», que se remonta a la República de las Dos Naciones postulando una alianza de países de Europa Central y Oriental para evitar la dominación de Rusia y Alemania.
Preveía una cooperación entre los participantes basada en la solidaridad , la defensa de la soberanía y la construcción de la subjetividad, la realización de intereses comunes inspirados por Polonia para los países de Europa Central y Oriental.
Después de 1945, el Intermarum se invocó en el exilio (Liga Polaca por la Independencia) y en los círculos de oposición de la República Popular de Polonia.
Una vez recuperada su subjetividad, el estado polaco parecía demasiado débil material, mental, económica y políticamente para dar forma a los cambios regionales, pero existía, en verdad, un sentimiento de experiencia y obligación derivado de la historia, la geopolítica de la vecindad y la comprensión de la razón de estado.
Desilusionada por los efectos del acercamiento a Occidente, Rusia reconstruyó una identidad propia, reanudando su política neoimperialista.
En la nueva realidad, Polonia se vio incluso obligada a actuar en la región oriental.
Un lugar destacado en el panteón de la política oriental polaca lo ocupaba entonces Lech Kaczyński, practicante de la doctrina antiimperialista, construida sobre una larga tradición de pensamiento sobre el lugar de Polonia en el mundo.
Esta tradición proclama que el imperialismo constituye una amenaza para la paz y que los intereses estratégicos del estado polaco incluyen la libertad, la soberanía y la independencia de sus vecinos orientales.
Durante la Gran Guerra contra la Orden Teutónica (1409-11), se reivindicó la civilización de la solidaridad, la libertad y la dignidad humana.
En Grunwald, polacos, lituanos y rutenos defendieron su derecho a la autodeterminación.
Al final de la era moderna, se creía que «Polonia está en todas partes donde se defiende la libertad».
El 25 de enero de 1831, una manifestación en Varsovia incluyó el lema «En el nombre de Dios por nuestra libertad y por la vuestra».
Este lema se ha convertido en la consigna nacional del pueblo polaco, que se identifica como ningún otro con quienes están dispuestos a pagar el precio más alto por la libertad.
«Allí donde estaba el enemigo, allí combatían los polacos»
Durante la Segunda Guerra Mundial, de Września a Berlín, en el movimiento de resistencia, en mares y océanos, en el aire, «allí donde estaba el enemigo, allí combatían los polacos».
A continuación desafiaron al sistema comunista que había sido impuesto por la fuerza.
Fue «solidaridad», un fenómeno polaco, un movimiento por la libertad de carácter insurreccional, cívico-laboral, posmoderno, religioso-moral, republicano, revolucionario y social, el que inició el victorioso proceso de desmantelamiento de la dominación soviética en Europa Central y Oriental.
Para los polacos, por tanto, la solidaridad y el amor a la libertad no son un eslogan vacío, sino una concepción geopolítica, uno de los pilares clave de la política exterior.
Es un orgullo, pero también un deber. Es necesario un esfuerzo en común y solidario para evitar que los ucranianos sean derrotados.
Polonia no cejará en este empeño y siempre se mostrará solidaria en defensa de la libertad.
- Piotr Glińsk, vice primer ministro, ministro de Cultura y Patrimonio Nacional. (Publicado en simultáneo con la revista Wszystko Co Najważniejsze en el marco del proyecto histórico con el Instituto de la Memoria Nacional y la Fundación Nación).