La alianza de Macron y Sarkozy para aniquilar a la derecha
El actual presidente y su antecesor buscan la unión de las fuerzas moderadas: oficialmente para ahuyentar el peligro populista; en realidad hay intenciones más espurias
Los dos expresidentes de Francia aún en vida, Nicolas Sarkozy y François Hollande, han sido recibidos recientemente por Emmanuel Macron en el palacio del Elíseo. Por separado. Su sucesor les ha consultado sobre su proyecto, cuyos contornos son todavía difusos, de reforma constitucional. Nada de extraño que un mandatario en ejercicio recabe la opinión de sus predecesores –que cuentan con gran experiencia en el manejo de asuntos de Estado– antes de embarcarse en una aventura de grandes dimensiones e incierto desenlace.
Mas la aparente igualdad de trato dispensada por Macron a los dos exmandatarios no debería llamar a engaño: su verdadero aliado es Sarkozy. El jefe del Estado mantiene un trato difícil y distante con Hollande, a quien sirvió, primero como secretario general adjunto de la Presidencia, y más adelante como ministro de Economía, antes de traicionarle.
Con Sarkozy, en cambio, la relación es totalmente distinta: para empezar, no le debe nada en lo tocante a su meteórica ascensión política, acaecida entre 2014 y 2017. Ese último año, al tomar Macron posesión como presidente, marcó el punto de partida de una relación política que no ha hecho sino consolidarse con el paso del tiempo. Eso sí, a su ritmo: a ninguno de los dos le ha convenido, hasta ahora, precipitar acontecimientos.
Pero ambos tienen un objetivo común: arrimar a la derecha moderada, encarnada por Los Republicanos (Lr) al redil presidencial. Más para una «mayoría de proyecto» –es la expresión que circula por los altos ambientes políticos parisinos– que para una alianza política clásica.
La idea básica, tanto por parte de Macron como de Sarkozy, es fomentar un acercamiento entre las dos fuerzas moderadas de la Asamblea Nacional para sacar adelante políticas que el país necesita en medio de un contexto interno enrevesado y de un escenario internacional inestable, empezando por la Guerra de Ucrania.
Sería, desde la perspectiva de ambos estadistas, la vía más conveniente para apaciguar una situación que a Macron se le podría escapar de las manos el día menos pensado y tranquilizar tanto a la Unión Europea como a los mercados financieros.
El acercamiento de posturas permitiría, asimismo, a Macron deshacerse de la pinza que ejercen en la Asamblea –de manera sincronizada, o no– la extrema izquierda de la Nupes y la Agrupación Nacional sobre Renaissance (Renacimiento), el partido presidencial, privado de mayoría absoluta por los votantes en las elecciones legislativas del pasado mes de junio.
Macron y Sarkozy tienen obviamente objetivos que no confiesan. Pero que son un secreto a voces. El actual inquilino del Elíseo pretende completar su reconfiguración general del tablero político asestando un golpe mortal a Lr, al igual que hizo a partir de 2017 con un Partido Socialista actualmente moribundo, pieza secundaria en el seno de la Nupes, sostenido únicamente en pie por una red de «barones» territoriales.
Quien rigiera los destinos de Francia entre 2007 y 2012 no renuncia a exacerbar sus rencores hacia el partido que refundó en 2015, al que no perdona que no le designara vencedor de las primarias al año siguiente. El otro motivo de su aproximación a Macron es su abultado calendario judicial: primer expresidente de la República a ser condenado a pena de cárcel, y en dos sumarios distintos –ha recurrido ambas sentencias–, está convencido de la utilidad de Macron en caso de agravamiento de su situación penal.
Para conseguir debilitar a Lr, Macron y Sarkozy llevan tiempo actuando cada uno por su cuenta. El primero, con su estrategia de fichar a políticos a políticos de Lr para sumarse a sus gobiernos: los actuales titulares de Economía, Defensa e Interior son antiguas figuras de la derecha moderada. Desea seguir «pescando» en esas aguas.
El segundo ha apostado por un método más paulatino. Hace un año, cuando se iniciaba la campaña presidencial, se negó a apoyar en la primera vuelta a Valérie Pécresse, la candidata de Lr y ministra en todos sus gobiernos. De cara a la segunda, mientras la consigna de Lr era «ni una sola papeleta para Marine Le Pen», el expresidente pidió explícitamente el voto para Macron.
Desde hace unos meses, además de recibir discretamente a la flor y nata macroniana –visitas reveladas en un reciente artículo de Le Point– en su oficina de la calle de Miromesnil, situada a unos 400 metros del Elíseo, Sarkozy rompe su silencio para apoyar a Macron en momentos clave, desde la guerra en Ucrania hasta, y sobre todo, en la reforma de las pensiones. Unas intervenciones escasas, pero con capacidad para potenciar poco a poco la legitimidad de Macron y menguar la de Lr.
La novedad de ahora es que Macron y Sarkozy han decido actuar de forma conjunta. Sin exhibirse, por supuesto, el uno con el otro, pero decididos a servirse de un proyecto de reforma constitucional del que se sabe bien poco, salvo, y siempre según Le Point, dos medidas: la vuelta al mandato presidencial de siete años -desde 2000, su duración es de cinco- y la instauración del sistema electoral proporcional -de listas provinciales, frente al actual -unipersonal de distritos- en las elecciones legislativas.
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Siendo uno de los efectos habituales del sistema proporcional su incapacidad de producir mayorías absolutas, su hipotética implementación obligaría a Lr a pactar con fuerzas moderadas para evitar un gobierno de extrema izquierda o de derecha dura. Un sistema proporcional al que Sarkozy se ha opuesto con uñas y dientes a lo largo de 45 años de carrera política. Sin embargo, no sería su primera contradicción ni, sobre todo, su primera traición.
Poco importa a este último y a Macron que una reforma constitucional –que ha de ser votada en los mismos términos por ambas cámaras– deba superar el escollo del Senado, último bastión de la derecha; o que, de ser votada, empezaría a aplicarse con un Macron ya convertido en expresidente: su mera evocación ya es motivo de discordia.
También subsiste otra incógnita: el alcance real de la autoridad de Sarkozy sobre un partido a cuya cúpula desprecia olímpicamente. Un sentimiento recíproco, pues entre los setenta diputados con los que cuenta Lr, no queda ningún exministro de la era Sarkozy y apenas figuras de cierto peso político.
Tal vez el líder actual, Eric Ciotti, fiel cortesano del expresidente entre 2007 y 2012. Sin embargo, se ha mostrado incapaz de fijar una posición común en el reciente debate sobre las pensiones. Se trata de un proyecto de ley que encaja por completo con el ideario de Lr. Pero el partido no puede aparecer como un aliado de Macron. El presidente y el expresidente quieren aprovechar esta enésima muestra de debilidad de Lr para darle el tiro de gracia.