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Emmanuel Macron presidente de FranciaLudovic Marin / AFP

Francia

A Macron se le incendia Francia en su segundo mandato

El presidente de la República, como sus antecesores que fueron reelegidos, tiene por delante un horizonte oscuro que le impedirá salir por la puerta grande del Eliseo

El 19 de diciembre de 1965, el general Charles De Gaulle fue reelegido presidente de la República francesa en la segunda vuelta con un 55 % de los votos. Una diferencia de diez puntos respecto de su contrincante, François Mitterrand. Sin embargo, aquella noche, recluido en su residencia de Colombey-les-Deux-Églises, andaba deprimido. Hasta el punto, según su biógrafo Éric Roussel, de haber pensado en dimitir.

El estadista más importante que ha tenido Francia en los dos últimos siglos después de Napoleón I no terminaba de entender cómo los votantes le habían forzado a una segunda vuelta –ballotage, según el léxico político galo–, a él que, siete años antes, había levantado, por segunda vez –la primera fue en 1940– a un país que se encontraba de rodillas, le había dotado de unas instituciones estables y sacado, eso sí, a duras penas, del atolladero argelino.

De haber dimitido en aquella ocasión, De Gaulle no habría podido desarrollar su política exterior de grandeur, caracterizada por una peculiar independencia respecto del bando occidental –pero sin romper con él– y cuyos rasgos más visibles fueron la salida de Francia de la estructura militar integrada de la OTAN –no de la política–, el viaje a la Unión Soviética en 1966 o el discurso de Pnom Penh (Camboya) en el que cuestionó la implicación norteamericana en Vietnam. Tampoco hubiera presenciado, por ejemplo, la espectacular modernización económica y tecnológica que él mismo había impulsado.

El presidente francés Charles de Gaulle emite su voto en las urnas para el referéndum sobre el voto directo para presidente en Colombey, Francia, el 28 de octubre de 1962.©GTRESONLINE

Pero su hipotética dimisión –se quedó en una ocurrencia fugaz– le habría evitado tener que presenciar episodios amargos como el culebrón del caso Ben Barka, la pírrica victoria por un escaño –el de un jovencísimo Jacques Chirac– en las legislativas de 1967 y, sobre todo, la dura prueba que para él supusieron los acontecimientos de mayo de 1968, que le desbordaron –ay de aquella huida, en helicóptero y de madrugada, a Alemania el día 29 del fatídico mes–; solo una disolución anticipada de la Asamblea Nacional le permitió recuperar, in extremis, el control del país.

La espectacular victoria del gaullismo y sus aliados en las legislativas fue un espejismo: la desconexión entre el jefe del Estado, que ya tenía 78 años, y la opinión pública se ensanchaba a pasos agigantados. La demostración meridiana vino dada por la convocatoria de un referéndum, en abril de 1969, sobre una materia árida –la «regionalización» del Senado– que, como era de prever, resultó incomprensible para una mayoría de votantes. Éstos se lo hicieron saber votando en contra, por lo que De Gaulle dimitió a las pocas horas. Y para siempre, a diferencia de lo ocurrido en 1946.

Lo que aún ignoraba era que había inaugurado la costumbre de la «maldición» del que asola, sin excepción hasta la fecha, a los inquilinos del Palacio del Elíseo que han sido reelegidos para un segundo mandato. Mitterrand fue el siguiente en padecerla.

El primer presidente socialista

El primer presidente socialista de la Francia contemporánea fue reconducido brillantemente en mayo de 1988. Dotado de un genio político fuera de lo común –en lo estratégico y en lo táctico–, gestionó de forma magistral los dos años de «cohabitación» con Chirac, un primer ministro de signo político opuesto. Hizo, sin ir más lejos, las veces de garante de la moderación frente a un Chirac impulsivo.

La apuesta resultó sólida, pero de corta duración: en las legislativas de junio, el Partido Socialista se quedó sin mayoría absoluta, apoyándose alternativamente el Gobierno de Michel Rocard –el primero en hacer un uso masivo del 49.3– en comunistas y en centristas para sacar adelante sus proyectos.

El expresidente de Francia Francois MitterrandGTRES

En paralelo, la incapacidad de los socialistas para frenar el aumento constante del desempleo, el inicio del malestar en los suburbios, las huelgas, algunas incesantes, de profesores o enfermeras o una inmigración cada vez más problemática –causa del inexorable ascenso del Frente Nacional– empañaron desde principios de 1990 un segundo mandato que los éxitos relativos en política exterior –Tratado de Maastricht o participación en la coalición victoriosa de la Guerra del Golfo– apenas mitigaron el desastre. La sanción llegó, inapelable, en los comicios de 1993: los socialistas solo obtuvieron 58 diputados.

El último año de Mitterrand en el Elíseo se asemejaba, por momentos, a un infierno político y personal

A estas dificultades –a Mitterrand le tocaban otros dos años de cohabitación– se sumaron las peripecias que afectaban directamente al presidente, como los suicidios del antiguo primer ministro Pierre Bérégovoy y de su asesor áulico François De Grossouvre o la revelación de su ambiguo comportamiento durante la Segunda Guerra Mundial. Sin olvidar un cáncer de próstata que se agudizó a partir de 1994. El último año de Mitterrand en el Elíseo se asemejaba, por momentos, a un infierno político y personal.

Chirac y la oportunidad desaprovechada

Tal cúmulo de contratiempos le fue ahorrado a Chirac. En cierta medida. Su reelección en 2002, con el 82 % de los votos, frente a Jean-Marie Le Pen representó una excepcional oportunidad para poner en marcha reformas de calado. No la supo aprovechar. De entrada, cometió el error de interpretar la renovación de su estancia en el Elíseo como una victoria clásica de la derecha sobre la izquierda.

De ahí que con la obtención de una mayoría absoluta –aunque no apabullante– en las legislativas celebradas inmediatamente después, nombrara a un Gobierno que aplicó medidas tibias, que no contó con la oposición para pactar políticas de largo alcance. Los problemas socioeconómicos sedimentados desde décadas se agravaban y los equipos de Chirac no acertaban, o no querían acertar, con una solución duradera para reducir los males endémicos de país.

Jacques Chirac, expresidente de FranciaGTRES

El nítido rechazo –56 % de los votantes–, en mayo de 2005, del proyecto de Constitución Europea y los graves disturbios de noviembre del mismo año en varios suburbios suelen ser interpretados por politólogos y editorialistas como la consecuencia de la reticencia de Chirac para impulsar cambios profundos y de ceder ante la primera dificultad.

Macron: víctima de sus propios errores

De inmovilismo no se puede acusar a Emmanuel Macron. Baste decir que la reforma de las pensiones era el punto principal de su programa electoral del pasado año. Alega que los votantes lo aprobaron al reelegirle. Aritméticamente, su argumento es irrebatible. Mas el actual presidente parece haber olvidado que obtuvo en las legislativas el peor resultado de un presidente recién reelegido y que su victoria fue más un freno a Marine Le Pen que una aprobación incondicional de su balance y de su proyecto.

La irreversible incomprensión entre el gobernante y el pueblo durante el segundo mandato, tendencia consolidada de la V República, le ha llegado a Macron mucho antes que a sus antecesores. En apenas diez meses. El jefe del Estado es víctima de sus propios errores –la gestión de los tiempos y la estrategia parlamentaria han sido catastróficas–, si bien, en su descargo, conviene precisar que hereda, en el ámbito socioeconómico, problemas que sus antecesores no quisieron resolver o encararon de forma tibia.

Se puede invocar asimismo que ni De Gaulle, ni Mitterrand ni Chirac tuvieron que enfrentarse a un escenario dominado por el martilleo de la cadenas televisivas de información continua y de unas redes sociales que en Francia están destacando por una agresividad social inaudita. Sin embargo, solo de Macron depende desenmarañar un segundo mandato ya lastrado. Podría ser la siguiente víctima.