La obsesión de López Obrador con Iberdrola marca las relaciones entre España y México
Los elementos más fecundos para un hermanamiento más perfecto entre España y México se encuentran alejados de ambiciones empresariales y políticas
Iberdrola llegó a temer una expropiación en México. En España resonaba ya el «¡exprópiese!» chavista.
No obstante, los curtidos en los temas mexicanos sabían que, en su caso, el método sería una intrincada «cortesía» barroca propia de los criollos de ojos claros que, con permiso de algún que otro siriolibanés, mandan en la capital «azteca».
Finalmente, como buenos hermanos, hubo acuerdo.
El martes pasado se anunció la venta del 80 % del negocio de generación de Iberdrola en México –12 plantas de ciclo combinado y una eólica– por una cifra que rondará los 6.000 millones de dólares. La paraestatal Comisión Federal de Electricidad (CFE) aglutinará su ansiada mayoría en el mercado de generación eléctrica.
Una desinversión que permitirá a Iberdrola situarse como líder de la energía renovable, obtener recursos para continuar su expansión en Estados Unidos y una generosa valoración por kilovatio para sus activos contaminantes en México.
Nuevo chivo expiatorio
Iberdrola desembarcó en México en los 90, e invirtió hasta convertirse en el primer generador de energía privado del país. Su huella en el noreste industrial –donde Tesla construirá su nueva «gigafactory»– es políticamente apetecible por su valor estratégico.
La energética cometió el pecado capital de colocar al expresidente mexicano Felipe Calderón en el consejo de administración de una filial estadounidense (lo abandonó en 2019). El presidente Andrés Manuel López Obrador aún considera fraudulenta su derrota ante Calderón en las elecciones presidenciales de 2006.
Durante el mandato de López Obrador, Iberdrola ha sido su chivo expiatorio. En sus monsergas mañaneras, que marcan la agenda y narrativa política del país, ha mentado a la empresa hasta convertirla en un símbolo de la «promiscuidad económica y política, en la cúpula de los gobiernos de México y de España», a lo largo de «tres sexenios seguidos». «México ya no es tierra de conquista», llegó a dramatizar López Obrador, antes de declarar una «pausa» en las relaciones con España.
La inversión española en México se desplomó un 62 % en 2022
Las autoridades y reguladores energéticos mexicanos pasaron del acoso retórico de López Obrador a la acción, atropellando las operaciones de Iberdrola con permisología, multas récord e inspecciones.
En medio de este ambiente, la inversión española en México se desplomó un 62 % en 2022. De ser, tras la estadounidense, la segunda fuente histórica de capital foráneo, pasó a ser la sexta.
¿Nueva nacionalización?
Tras el anuncio de la operación con Iberdrola, los mandarines de López Obrador evocaron la nacionalización petrolera decretada por Lázaro Cárdenas en los años 30, que aún pesa en el imaginario patrio. Pero del dicho al hecho de la «nueva nacionalización» pregonada parece haber un trecho.
Se trata de una transacción compleja; falta por aclararse la combinación final de capital y deuda para acometerla.
Aparentemente, Iberdrola vendería sus plantas a Mexico Infrastructure Partners (MIP), una administradora privada de fondos de inversión.
A su vez, MIP financiaría la compra de los activos con deuda respaldada por el Estado mexicano a través del Fondo Nacional de Infraestructura (FONADIN), y arrendaría estas plantas de vuelta a la CFE para que las opere a cambio de un atractivo «fee».
Resulta cuanto menos irónico que el CEO de MIP, Mario Gabriel Budebo, fuera subsecretario de energía durante el gobierno de Calderón.
Marca de la casa, el secretario de hacienda de López Obrador aseguró que la operación no aumentaría la deuda pública mexicana, al estar el FONADIN «fuera del balance público», si bien reconoció que el FONADIN puede colocar deuda en el mercado para financiar la transacción; deuda garantizada por el Estado mexicano en última instancia. Claro está que endeudarse para compensar a una multinacional española a la que se ha demonizado sería invendible políticamente.
México, «tierra de conquista»
El voto duro de Morena no se perderá en los detalles. Estamos ante otra victoria política de López Obrador –otra más– que hace imperar su voluntad política sobre cualquier criterio económico racional.
En el plano ideológico, López Obrador toca la fibra nacionalista mexicana. En el plano material, con una mayor presencia estatal en el sector energético, gana capacidad redistributiva hacia el bolsillo de sus seguidores.
Con la desinversión, Iberdrola obtendría recursos para continuar su expansión estadounidense, además de una generosa valoración por kilovatio para sus activos contaminantes en México, a la vez que se reposiciona como líder en energía renovable. Todo mientras las grandes multinacionales fiscalizan hasta el último insumo energético.
El telón de fondo de toda la operación es el desacople parcial de las economías de Estados Unidos y China. Ante ello, México cuenta con sendos acuerdos comerciales y una posición geográfica envidiable al pie del mercado estadounidense, capaz de atraer procesos productivos desde Asia Oriental –el llamado nearshoring–. Pero carece de una oferta energética limpia y abundante, la estatal es sucia y acorrala a la renovable privada.
Las relaciones entre México y España
Es difícil saber qué forma tomarán las relaciones entre España y México al abandonar el poder López Obrador y pasar a segundo plano su obsesión con Iberdrola. Su más probable sucesora, la jefa de gobierno de la Ciudad México, Claudia Sheinbaum, no parece tener una posición al respecto, lo cual trae consigo riesgos y oportunidades a partes iguales.
Es más fácil, en cambio, prever que los elementos más fecundos para un hermanamiento más perfecto entre España y México –la mayor de entre las naciones de su comunidad histórica– se encuentran alejados de ambiciones empresariales y políticas, por encima del altiplano mexicano y de la meseta castellana, del Valle de México y del valle de lágrimas.