416 días de guerra en Ucrania
Los ultrapatriotas rusos se convierten en un serio problema para Putin
A medida que se alarga la guerra en Ucrania, el flanco ultrapatriota del régimen de Vladimir Putin en Rusia se radicaliza.
Un flanco que cuenta con un nombre cada vez más relevante: el exmilitar ruso y antiguo jefe de las milicias independentistas del Donbás, Igor Girkin.
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Girkin, reconvertido ahora en uno de los más influyentes comunicadores de la propaganda militarista rusa, está acusado de haber cometido crímenes de guerra durante el tiempo en que organizó los pseudo ejércitos de Donetsk y Lugansk durante la guerra del Donbás de 2014-2015.
Ha sido acusado de ser el responsable directo del derribo del avión comercial de Malaysia Arilines MH17 en 2014, donde murieron 289 civiles, con un misil Bulk proporcionado por el Ejército ruso.
Ahora se prodiga en largos monólogos en su canal de Telegram donde transmite una visión muy pesimista y crítica del modo en que el alto mando ruso dirige la guerra en Ucrania, pronostica una debacle inevitable del Ejército ruso y responsabiliza de ello al jefe del Estado Mayor ruso, general Valeri Guerásimov, al ministro de Defensa Serguéi Shoigú, al líder del Grupo Wagner Yevgueni Prigozhin y hasta al mismo presidente Putin.
Los grupos ultranacionalistas rusos, ya muy presentes y con gran influencia antes de la guerra, experimentaron una fuerte expansión tras el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero de 2022.
El Kremlin alimentó inicialmente este grupo de comunicadores y blogueros militaristas –muchos de ellos exmilitares o miembros de grupos de extrema derecha que defienden la vuelta del Imperio Ruso– para promover entre la sociedad rusa un discurso favorable a la guerra de Ucrania.
Los fracasos en frente, sin embargo, dieron comienzo a una dinámica crítica dentro del grupo a la que se adhirieron cada vez más elementos nacionalistas rusos. Las críticas a los altos funcionarios del Kremlin y del Ejército ruso –a los que se responsabiliza de las retiradas en Kiev, Jarkov y Jersón– se empezaron a generalizar.
Sin embargo, la creciente influencia del grupo hace que el Kremlin no termine de decidir diluir el grupo de propagandistas ultranacionalistas, que ha escapado a su control.
El último movimiento de Girkin que ha desatado las alarmas en el Kremlin es la creación junto con otros siete ultranacionalistas del Club de los Patriotas Enfadados el 1 de abril.
El grupo tiene como objetivo declarado, informó el Institute for the Study of War (ISW), ayudar a Rusia a ganar la guerra y evitar un conflicto civil.
En su declaración inicial, los miembros del Club advirtieron que Rusia podría sufrir una inminente derrota en Ucrania e, incluso, un golpe de Estado alimentado por las potencias occidentales.
Para evitarlo, Moscú debe cambiar drásticamente su estrategia en la guerra. Denunciaron que el Kremlin está controlado por funcionarios contrarios a la guerra deseosos de firmar la paz con Occidente para retomar sus negocios y acceder a la riqueza occidental cuyo flujo se ha cortado por las sanciones.
El Club de los Patriotas Enfadados de Girkin advierte que, si la guerra se alarga y si se encadenan nuevas victorias ucranianas, es grupo de funcionarios contrarios a la guerra podría decidir pasar a la acción, y que podría contar con el apoyo y los recursos necesarios para derrocar a Vladimir Putin.
Al igual que los demás discursos de Girkin, esta exposición de intenciones esconde un doble discurso.
Por un lado, se expresa de forma categórica a favor de una victoria absoluta de Rusia en Ucrania y se presenta como el garante de la continuidad del régimen de Vladimir Putin.
Sin embargo, el hecho de que dirija duras acusaciones de traición al grueso de altos funcionarios que, precisamente, apuntalan el Kremlin, ha generado gran descontento en el gobierno ruso, donde se acusa a Girkin de ser él quien busca un golpe para instaurar un gobierno más comprometido con la guerra.
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En ese sentido, los jefes de las dos autoproclamadas –y anexionadas a Rusia– Repúblicas Populares del Donbás han expresado su rechazo al grupo.
En el Kremlin, mientras tanto, ya se afilan los cuchillos y muchos plantean que el movimiento de Girkin es la gota que ha colmado el vaso de un problema que a Putin se le escapa de las manos.