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Talibanes Afganistán

Personal de seguridad de los talibanes en KabulAFP

Estado Islámico y el Frente Nacional de Resistencia ponen en jaque al Estado talibán en Afganistán

El régimen de los talibanes en Afganistán, lastrado por el colapso económico, se encuentra con cada vez más grietas a pesar del ingente armamento heredado de Estados Unidos

Lejos del foco informativo tras la catarsis que supuso la salida de las tropas estadounidenses en agosto de 2021 y la caída de Kabul, y de todo el país, en poder de los talibanes, Afganistán se enfrenta a una incipiente guerra civil.

El mando talibán, que paso a paso avanza en la creación de su estado teocrático bajo ley islámica, se enfrenta a dos enemigos cada vez más fuertes e ideológicamente opuestos entre sí: el Estado Islámico y el Frente de Resistencia Nacional.

La guerra con el Estado Islámico viene de lejos. El grupo terrorista que logró construir un pseudo estado en partes de Siria e Irak entre 2014 y 2019, compite con los talibanes en el ámbito islamista.

A pesar de compartir puntos ideológicos, las diferencias religiosas y políticas de ambos grupos los convierten en enemigos a muerte.

Estado Islámico no ha dejado de crecer tras el triunfo de los talibanes en 2021 y ha incrementado su actividad terrorista con una intensa campaña de atentados que han puesto en jaque a las fuerzas de seguridad de los talibanes.

Sin embargo, una nueva amenaza ha surgido, o más bien resurgido, en los últimos meses. Se trata del Frente de Resistencia Nacional, una alianza de grupos antitalibanes liderado por el guerrillero Ahmad Masud y el exvicepresidente afgano Amrullah Saleh.

Masud es un viejo conocido de la resistencia afgana a los talibanes. Es hijo del muyahidin Ahmad Shah Masud, el «León de Panjshir», héroe de la guerra contra la Unión Soviética y líder de la resistencia contra los talibanes, asesinado en 1996 en un atentado terrorista.

Masud y sus guerrilleros del Frente de Resistencia Nacional se hicieron fuertes en el valle de Panjshir durante meses después de la caída de Kabul en manos de los talibanes.

Esta provincia montañosa del interior de Afganistán fue el centro de la resistencia a los talibanes durante el primer Emirato, 1996-2001. Los talibanes nunca lograron conquistar la provincia.

Sin embargo, en 2021, fortalecidos con el armamento que Estados Unidos dejó atrás, y con nuevos efectivos procedentes de las tropas regulares afganas entrenados por la OTAN, los talibanes lograron doblegar a la resistencia de Ahmad Masud y conquistar el Panjshir en unos meses.

Pese a la pérdida de su feudo, los miembros del Frente de Resistencia Nacional mantienen focos de territorio bajo su control, desde donde mantienen su lucha.

El Frente de Resistencia Nacional, sin respaldo en el contexto internacional, está logrado forjar alianzas con otros grupos opositores dentro de Afganistán.

La semana pasada, los talibanes emprendieron una operación para atajar esta red en una operación en la que mataron al general Akmal Amiri, de las antiguas fuerzas armadas afganas, que se había destacado como un importante opositor.

La muerte de Amiri fue un duro golpe para la resistencia antitalibán. Pero el Frente de Resistencia Nacional sigue ejecutando pequeñas acciones en un goteo incesante que amenaza con desbordar a las fuerzas talibanas.

Los talibanes tratan de doblegar estos movimientos opositores con su viejo libro de jugadas: torturas, ejecuciones públicas, flagelaciones y mutilaciones.

Sin embargo, el grupo se ha reinventado. Conscientes de que una guerra convencional es imposible frente a las fuerzas talibanas, el Frente de Resistencia Nacional y sus grupos asociados se han reestructurado en unidades más pequeñas.

Con presencia en seis provincias norteñas –Panjshir, Kapisa, Baghlan, Badakhshan, Takhar y Parwan–, el Frente de Resistencia Nacional ha recuperado la estrategia que tan buen resultado dio frente a los ocupantes soviéticos en los años 80.

Esa estrategia sigue tácticas de resistencia guerrillera. Las células partisanas realizan ataques quirúrgicos y luego regresan a sus posiciones previas en lo alto de las montañas, donde las fuerzas talibanas son incapaces de atacar.

De esa manera, tratar de erosionar el poder talibán en el norte de Afganistán, hasta que su presencia resulte insostenible.

Mientras tanto, Afganistán profundiza mes a mes en su ostracismo y en el deterioro económico y social.

Según ACNUR, el hambre y la miseria afecta a millones de personas en Afganistán. El colapso económico se debe tanto al aislamiento del régimen de los talibanes como a los efectos del cambio climático.

Según la agencia de la ONU para los refugiados, 24 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente en Afganistán, una ayuda que, por el momento, no se espera.

Paradójicamente, la única fuerza que permite a los talibanes mantener el poder en Afganistán es el casi ilimitado stock de armamento heredado de Estados Unidos y los demás miembros de la coalición internacional.

Sin embargo, llegará un momento en que esa fuerza acumulada no será suficiente para mantener el control en un país con cada vez más divisiones étnicas, ideológicas y sociales.

Cuando llegue el colapso humanitario la guerra civil será inevitable, un escenario que puede que no tarde el llegar.

Conscientes de ello, los talibanes han tratado de salir de su ostracismo y tratan de lograr el cobijo de China.

Pekín, deseosa de integrar a Kabul en su proyecto global de nueva Ruta de la Seda se ha ofrecido a apoyar al régimen talibán y reconstruir el país.

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