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Campamento de refugiados de Ayorou, Níger, junto con Burkina Faso y Mali.EFE

África

El Estado Islámico arrasa el Sahel y amenaza al mundo con su rápido avance por el continente africano

Menos de un año después de la partida de los últimos soldados franceses de Mali, la formación yihadista ha ampliado su control en la región

El Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS) se afianzó como fuerza dominante del noreste de Mali, al precio de sangrientos combates, masacres y desplazamientos de población, y ahora pretende expandirse hacia los vecinos Níger y Burkina Faso.

Menos de un año después de la partida de los últimos soldados franceses de Mali, en agosto de 2022, la formación yihadista amplió su control en la inmensa zona árida del Sahel, denominada de las tres fronteras, sin escatimar atrocidades.

La toma de Tidermen, al norte de Menaka a inicios de abril, coronó una ofensiva iniciada en 2022 contra sus rivales yihadistas del Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (GSIM), afiliado a Al Qaida, y contra las fuerzas armadas malienses y los grupos armados tuareg de la región de Menaka.

Los combates causaron centenares de muertos civiles, sin que sea posible establecer un balance preciso pues el acceso a la zona y a la información son difíciles.

Solo la capital regional Menaka escapa a la conquista, pues su seguridad está garantizada por el Ejército maliense, junto a la Misión de Estabilización de la ONU (Minusma) y a grupos armados.

«La población está traumatizada, casi no se puede salir de Menaka, la carretera de Gao está bloqueada», dice con preocupación un habitante del lugar a Afp.

Una ofensiva contra esa ciudad parece aún improbable. En Mali, como en el noroeste de Burkina Faso, los yihadistas prefieren aislar las aglomeraciones y controlar las zonas rurales.

Saqueo de las comunidades

Los combatientes del EIGS «merodean a unos 15 km de Menaka y exigen un pago para el cruce de los vehículos que van de Menaka a Níger o a Gao, al tiempo que roban ganado a las comunidades», revela una fuente de la ONU en la ciudad.

El robo de ganado es una de las principales fuentes de financiamiento de la organización, que recluta entre los ganaderos amenazados por el desarrollo de las cultivos en una región desatendida por el Estado central.

El auge del bandolerismo transfronterizo y de los grupos yihadistas, a partir de 2012, sumió a las comunidades pastorales en un ciclo de violencia.

En 2018, los combates entre el Estado Islámico, erigido en protector de facciones de la comunidad peul, y los grupos armados en parte compuestos de dausahaks, una tribu de ganaderos tuareg, condujeron a masacres de civiles perpetradas por ambos bandos.

En marzo de 2022, el EIGS declaró una «fatua» que autorizaba derramar la sangre de los dausahaks y decomisar sus bienes.

En los meses siguientes, sus combatientes «atacaron decenas de pueblos y masacraron a gran número de civiles en las vastas regiones del noreste de Mali (…). Esos ataques tuvieron en gran parte como objetivo la etnia dausahak», según la ONG Human Rights Watch.

Más de 30.000 desplazados han migrado desde hace un año a la ciudad de Menaka, según la ONU.

«La organización legitima el saqueo de las comunidades insumisas, moviliza a combatientes de toda la región que se sienten atraídos por el botín y luego atacan en masa y vencen al adversario», describe a Afp una fuente militar maliense.

En los territorios conquistados, la población debe someterse a la sharía (ley islámica) y pagar el «zakât», un impuesto reclamado a nombre del islam, a cambio de una forma de protección.

Los yihadistas «tienen un discurso exitoso. Reclutan, fortifican sus posiciones y logran influencia de manera progresiva», expone Kalla Moutari, un exministro de Defensa de Níger.

Riesgo de extensión

Según Liam Karr, analista del American Enterprise Institute, el EIGS «utilizará la región de Menaka como base logística para incrementar sus operaciones en la región».

«La organización se extiende hacia el norte de Mali y el noreste de Burkina Faso», donde ha perdido sin embargo cierta influencia, agrega.

Este avance amenaza también al centro de Níger, un corredor de unos 200 km entre Mali y Nigeria donde actúan desde hace décadas grupos de bandidos que se dedican fundamentalmente al contrabando de armas.

Los observadores se preocupan por el acercamiento entre el EIGS y el brazo oeste-africano de la organización (Iswap), activa en el noreste de Nigeria a través de influyentes grupos criminales transfronterizos.

Para Liam Karr, «el aumento de actividad simultánea del EIGS y el Iswap pondrá a prueba a Níger, amenazándolo desde dos frentes».