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Sin banderaCarmen de Carlos

Cuando las barbas de Boric veas cortar...

De Buenos Aires a Madrid, se mira con atención un fenómeno que amaga con someterse al efecto dominó internacional

La segunda derrota de Gabriel Boric en las urnas, ambas relativas a una nueva Constitución, va más allá de las fronteras de Chile. De Buenos Aires a Madrid, se mira con atención un fenómeno que amaga con someterse al efecto dominó internacional.

Gabriel Boric (Izq.) y José Antonio Kast (Der.)Edición: Paula Andrade

La aplastante victoria del Partido Republicano de José Antonio Kast ha vuelto a demostrar que la sociedad chilena, por mucha agitación que se haga en las calles, es conservadora. Con la UDI, Renovación Nacional y Evópoli la derecha tienen la llave para abrir y cerrar la puerta de una Carta Magna, ahora sí, hecha a su medida.

Orden, prosperidad y democracia es la máxima que rige la vida de los chilenos desde que Augusto Pinochet perdió aquel referéndum que puso punto y final a una dictadura de 17 años que arremetió contra las libertades, pero sentó las bases y despejó el camino del crecimiento económico.

En esa línea de desarrollo, pero con respeto a los derechos de los ciudadanos, con sus matices, siguieron Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y Piñera. Cada cual, a su manera y todos, con la Constitución más tuneada del continente americano. En rigor, la que está a un paso de derogarse, esa que «lleva mi firma», como recordaría Lagos, es más del expresidente socialdemócrata que de Pinochet.

El esperpento de texto constitucional que salió fruto de una absurda fiebre indigenista y del descontento, parcialmente justo de la gente, en septiembre quedó enterrado por la fuerza del voto (62 %) y no de las botas de los antisistema que, con ayuda de otros, incendiaron Chile en octubre del 2019.

En la obsesión por desterrar «la Constitución de Pinochet», que había dejado de serlo hace tiempo, quizás esté parte del origen de la rebelión de las masas en las urnas del domingo y de aquel primer patinazo de Boric de septiembre. Buscar en el simbolismo una realidad inexistente fue una trampa en la que los chilenos no cayeron entonces ni lo hicieron el domingo.

Las reclamaciones vinculadas a la sanidad, la educación o las pensiones siguen vigentes y este Consejo Constitucional no podrá olvidarlas, pero la demagogia que ha hecho Gabriel Boric y los suyos con los derechos y la identidad de mujeres, hombres, niños y la manipulación de las cuestiones de género, sumadas a los privilegios a mapuches verdaderos y falsos, revolvieron el estómago y las conciencias de los chilenos.

Los vasos comunicantes del Gobierno de Santiago con Unidas Podemos, y sus mismas peligrosas tonterías, cuando se está en el Gobierno, han hecho ver a la sociedad que ese camino no es el correcto. Dicho de otro modo que les conducía al precipicio de la ruina.

Los ridículos del presidente de Chile que desafina -y no se entera- con la guitarra del poder y se queda atascado en un tobogán (en sentido figurado y real) en una escena que produce rubor ajeno, se suman a su reputación de incompetente en un Palacio de la Moneda en el que parece estar totalmente perdido. Y lo más grave, todavía le quedan dos años y 10 meses para corretear por sus pasillos.

Chile ha dicho basta a la estulticia y ha recuperado el sentido que, en el fondo, nunca perdió. Pero Chile también se ha radicalizado, se ha ido al polo opuesto y ha enviado un mensaje a aquellos países que se subieron a la ola bolivariana, podemita, europeronista o directamente kirchnerista: como la juventud, tienen fecha de caducidad y ésta les llegará mucho antes de lo que pensaban.