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Aquilino Cayuela

Realidades sangrantes: el conflicto de Sudán

Al menos 700.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, cientos han muerto y miles han resultado heridas

Soldados del Ejército sudanés descansan junto a un edificio en JartumAFP

Debido a los nuevos conflictos hay más personas desplazadas (unos 100 millones) o necesitadas de ayuda humanitaria (339 millones) que desde la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, las ejecuciones han aumentado y alcanzan un total de 883 personas en 20 países, encabezados por naciones de Oriente Medio y el norte de África, lo que representa un aumento del 53 % con respecto a 2021 (según los datos de Amnistía Internacional). Eso sin contar las miles de ejecuciones que se llevaron a cabo en China el año pasado y que no se pueden constatar.

Los conflictos se multiplican y el planeta se descompone en una violenta multipolaridad de fuerzas que hace crecer las contiendas al amparo de la lucha hegemónica que más centra nuestra atención: la guerra de Ucrania y las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China en torno a Taiwán. Pero hay realidades más sangrantes que merecen nuestra atención.

El norte de Sudán ha entrado en guerra, desde el mes de abril. Estallaron combates entre las fuerzas armadas sudanesas y un grupo paramilitar famoso por las atrocidades cometidas hace dos décadas en Darfur. Batallas callejeras, explosiones y bombardeos aéreos asolan la capital, Jartum, mientras las dos facciones se disputan el control de este país del noreste de África de 45 millones de habitantes. En Darfur, las milicias tribales han entrado en liza, haciendo temer una conflagración mayor.

Al menos 700.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, cientos han muerto y miles han resultado heridas.

Las raíces de estos conflictos se encuentran en la lucha por librarse de décadas de régimen dictatorial y afectan de forma desproporcionada a la población civil. La injerencia extranjera es cada vez más amplia, no solo las grandes potencias, sino también las potencias intermedias (como Irán, Turquía y las monarquías del Golfo) que compiten por su influencia, en ciertas regiones, aprovechando la incertidumbre del nuevo desorden mundial.

En Sudán, diversos actores extranjeros intervinieron en la transición del país hacia la democracia, tras la destitución del dictador Omar al-Bashir, en 2019. Tanto las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF), dirigidas por el general Abdel Fattah al-Burhan, como las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), dirigidas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, parecen estar preparándose para una larga y sangrienta lucha, que podría repercutir mucho más allá de las fronteras del país.

Sudán, tras un inspirador movimiento de protesta en todo el país que derrocara a Bashir, ha sido víctima del propio legado del autócrata. Hemedti es un señor de la guerra de Darfur que ayudó en la guerra genocida de Bashir contra los rebeldes de la región a partir de 2003. En 2013, Bashir agrupó a varias milicias Janjaweed bajo el mando de Hemedti y las rebautizó como Fuerzas de Apoyo Rápido, dando más poder a las unidades paramilitares como protección contra una toma del poder por parte del Ejército y utilizándolas en repetidas ocasiones para reprimir levantamientos en el oeste de Sudán.

El otro beligerante en el conflicto del país, Burhan, es un militar de carrera que participó con Hemedti en las campañas de Darfur y cuya aversión al gobierno civil ha obstruido la transición democrática de Sudán. Las RSF y las SAF se unieron brevemente para derrocar a Bashir y luego expulsaron a los dirigentes civiles con los que se habían comprometido a compartir el poder.

Finalmente, Hemedti y Burhan se han enfrentado entre sí. Aunque la violencia se desencadenó aparentemente por la negativa de Hemedti a poner a sus paramilitares bajo el mando de las SAF, la lucha de poder es más profunda que eso.

En última instancia, la transición de Sudán encalló porque ni Burhan y sus compañeros generales ni Hemedti y sus aliados querían renunciar al poder y arriesgarse a perder su control sobre los recursos del país o a enfrentarse a la justicia por atrocidades anteriores.

Los beligerantes de la última década han mostrado un escaso respeto por el derecho internacional y los derechos humano

Un segundo rasgo distintivo de los conflictos recientes presentes en Sudán es el sufrimiento desproporcionado de los civiles. Los beligerantes de la última década han mostrado un escaso respeto por el derecho internacional y los derechos humanos.

Una guerra prolongada en Sudán sería devastadora. Incluso antes del conflicto actual, alrededor de un tercio de la población sudanesa –más de 15 millones de personas– dependía de la ayuda de emergencia. Si la crisis humanitaria se convirtiera en una catástrofe en toda regla, la inestabilidad podría extenderse a los países vecinos, que están mal equipados para gestionar un éxodo acelerado de sudaneses que huyen de la violencia o de combatientes que cruzan las fronteras.

Además, la situación estratégica de la costa sudanesa a lo largo de una de las vías fluviales más importantes del mundo, por la que se calcula que pasa cada año el 10 % del comercio mundial, significa que el colapso del país repercutiría mucho más allá.