Fundado en 1910
José María Ballester Esquivias

Italia ya no será la misma sin Berlusconi

Lo mejor de Berlusconi fue el impulso de una derecha desacomplejada. La «superioridad de la civilización occidental», dijo después de los atentados a las Torres Gemelas

Vladimir Putin, Erdogan y Berlusconi en la inauguración de la planta de gas «Blue Stream»AFP

Hay una foto de Berlusconi más significativa que cualquier otra: es aquella que inmortaliza su matrimonio civil con Veronica Lario en Milán, allá por la década de los ochenta. Junto a la pareja aparecen Bettino Craxi y su mujer. Quien fuera el primer socialista en encabezar un Gobierno italiano pergeñó un decreto –conocido, precisamente, como «Decreto Berlusconi»– para que los canales televisivos del entonces simple empresario lombardo pudieran emitir en todo el territorio nacional.

Berlusconi, pues, se ciñó a la regla no escrita vigente en los países latinos, según la cual es necesario acoplarse al poder político para medrar, BOE mediante, o como se llame según el país concernido. Sin embargo, lo que no imaginaba Craxi al promulgar ese acto administrativo es que Italia iba a dejar de ser lo que hasta la fecha era.

El cambio en la RAI

De entrada, Il Cavaliere –su sempiterno apodo– supo aprovechar la «intelectualización» de la RAI para ofertar un modelo televisivo destinado a captar los instintos más primitivos de unas masas nada interesadas en cultivar su cerebro durante sus ratos libres. El modelo fue posteriormente exportado a España, Alemania y Francia, único país en el que fracasó.

Después proyectó su ojo avizor hacia el fútbol, rescatando al histórico Milán Ac de la irrelevancia: tres «Champions» en cinco años por medio del mejor fútbol que se jugaba en Europa desde los tiempos del Ajax de Cruyff.

3339 días pasó en el Palacio Chigi, más que ningún otro

Esta segunda etapa de seducción de las masas dio paso a la tercera y definitiva: la política. Berlusconi nunca la pretendió. Mas ante el derrumbe de la Democracia Cristiana y una izquierda vengativa y revigorizada –Craxi había tomado el camino del exilio–, dispuesta a ajustar cuentas, también mediante BOE, Il Cavaliere asaltó, de nuevo con éxito, el huérfano espacio de centro derecha. Tres veces fue presidente del Consiglio dei Ministri, 3339 días pasó en el Palacio Chigi, más que ningún otro, Alcide De Gasperi incluido.

Lo mejor: el impulso de una derecha desacomplejada (la «superioridad de la civilización occidental», dijo después de los atentados de las Torres Gemelas), una apuesta por el libre mercado y una defensa de los valores cristianos, incluso forzando la legislación hasta el límite (caso Eluana Englaro), motivo de la simpatía demostrada por el Vaticano y la jerarquía episcopal italiana, que hicieron, oportunamente, la vista gorda sobre su agitada vista personal.

La dependencia energética de Italia respecto de Rusia se produjo por su obra y gracia

Lo peor: el escándalo judicial permanente –con la inestimable colaboración de una judicatura sectaria y desbocada–, unas relaciones espurias con Vladimir Putin -la dependencia energética de Italia respecto de Rusia se produjo por su obra y gracia-, y una incapacidad, en su último mandato, para afrontar la crítica situación financiera de 2011. Los mercados y la Unión Europea forzaron su dimisión.