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Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

La guerra de Ucrania: 19 días y 500 noches

¿Cuántas noches más tendrá que sufrir el pueblo ucraniano las ambiciones de Vladimir Putin? ¿Cuántas tendrá que aguantar el pueblo ruso los ya fracasados sueños imperiales de su presidente? Seguramente, la respuesta final está en el Kremlin

Actualizada 17:30

Tanques Guerra en Ucrania

Las fuerzas de Kiev han lanzado una contraofensiva en los tanques son piezas clavestwitter.com/DefenceU

El azar ha querido que se cumplan los 500 días de guerra en Ucrania sin que se vea un posible final, al tiempo que muchos dan por fracasada la contraofensiva del ejército de Zelenski después de apenas 19 días de duros combates que, en el mejor de los casos, solo han logrado hacer retroceder a los invasores unos pocos cientos de metros.

La coincidencia de ambas cifras con los conocidos versos de Joaquín Sabina es demasiado tentadora para no reflexionar sobre ella. En una de sus canciones más populares, el veterano cantautor y casi siempre inspirado letrista nos explica que tardó en aprender a olvidar un amor roto esos 19 días y 500 noches. Quienes vemos la guerra de Ucrania desde la barrera, ¿estamos, como Sabina, aprendiendo a olvidar lo que allí ocurre?

Si atendemos a la presencia de la guerra en los medios, fiel reflejo del interés público, bien pudiera decirse que también se ha quebrado, al menos parcialmente, nuestro idilio inicial con la agredida Ucrania. Desde luego, ninguno hemos cambiado de bando. Ni siquiera los prorrusos lo han hecho —la racionalidad del ser humano, y ellos también lo son, está severamente limitada por sus convicciones— a pesar del sangriento ridículo de su causa cuando se ve desde fuera, desnuda de toda censura. Pero lo que nos cuentan los medios ya nos parece casi normal. Y no lo es.

500 noches de guerra

No es normal que, casi cada noche de estas últimas quinientas, los ciudadanos de Kiev y otras grandes urbes ucranianas —y, por ello, europeas— tengan que levantarse apresuradamente e ir a los refugios antiaéreos porque alguien, presuntamente civilizado, ordene lanzar decenas de misiles contra sus centrales eléctricas y, cuando toca, también contra sus hogares. El jueves fueron diez los muertos en Leópolis. Unos días antes, doce en Kramatorsk. Cuando las víctimas no superan las dos cifras, ya casi ni nos molestamos en leer la noticia.

Tampoco es normal que, cada noche de estas quinientas últimas, ocho millones de ucranianos refugiados lejos de sus hogares, en su mayoría mujeres y niños, se duerman preguntándose cuándo podrán regresar a casa, cuándo podrán reunirse con sus seres queridos, cuándo podrán sus hijos volver al colegio y retomar su infancia.

Ni siquiera es normal lo que ocurre en Rusia, donde los ciudadanos de a pie pueden ser condenados a largas penas de cárcel porque alguno de sus hijos dibuje en la escuela símbolos de apoyo a la paz, mientras ven a sus élites luchando como perros por el poder.

¿Cuántas noches más tendrá que sufrir el pueblo ucraniano las ambiciones de Vladimir Putin? ¿Cuántas tendrá que aguantar el pueblo ruso los ya fracasados sueños imperiales de su presidente? Seguramente, la respuesta final está en el Kremlin, donde el dictador parece incapaz de dar marcha atrás aunque personajes tan siniestros como Prigozhin ya hayan empezado a moverle la silla.

La rebelión de Prigozhin tiene como caldo de cultivo el descontento de los halcones rusos

Con todo, los gobiernos occidentales —y los pueblos que los elegimos— tenemos mucho que decir. La rebelión de Prigozhin tiene como caldo de cultivo el descontento de los halcones rusos —única oposición organizada— con la conducción de la campaña militar en Ucrania. Cuantos más golpes reciba en el frente el ejército de Putin, más pronto encontrarán las élites rusas alguien que, aunque no sea mejor que el actual presidente, pueda sacarles del atolladero en que el imprudente error de su líder les ha metido.

La contraofensiva ucraniana

Y eso nos lleva de nuevo al frente. Durante los últimos 19 días, los soldados de Ucrania se han enfrentado a un auténtico infierno. El apoyo de Occidente —justificadamente prudente en los primeros meses pero que, a estas alturas, parece excesivamente tímido— les ha obligado a asaltar un complejo sistema de fortificaciones, pacientemente construido durante los largos meses de ocupación, sin los medios que los militares occidentales consideramos imprescindibles para hacerlo. Carecen de apoyo aéreo, no han logrado alcanzar la superioridad artillera y tan solo disponen de unas decenas de carros de combate modernos. Si no media un colapso del ejército ruso —que fue lo que ocurrió en otoño en Járkov— incluso esos cientos de metros recuperados parecerán un milagro.

Insisten los portavoces ucranianos que el esfuerzo principal de la contraofensiva aún no ha comenzado

Insisten los portavoces ucranianos que el esfuerzo principal de la contraofensiva aún no ha comenzado. Pero, si ha sido así, es porque todavía no han sido capaces de encontrar un punto débil en las defensas rusas. En estas condiciones, haría bien Zaluzhny en reservar sus soldados para una guerra que va a ser muy larga y en la que, probablemente, contarán con mejores medios el año que viene.

Continúa por ello, al menos por el momento, la guerra de trincheras, una lacra que la humanidad ya sufrió en la Primera Guerra Mundial. Se trata de un forcejeo de peones casi siempre estéril, carente de toda brillantez, y en el que los avances de unos y otros, cuando se producen, son tan lentos que nunca llegan a romper el frente.

¿Una guerra olvidada?

Como he escrito infinidad de veces, la guerra de Ucrania, desde la perspectiva militar, solo puede acabar en tablas. Por sus propios errores, Rusia perdió sus dos oportunidades de obtener ventajas decisivas, una en Kiev durante los primeros días y la otra en el Donbás en los primeros meses. Ucrania nunca ha tenido una oportunidad real de expulsar al ejército ruso, quizá torpe pero no pequeño, de todo su territorio.

Es posible que, si se mantiene el equilibrio militar, esta guerra no la gane nadie

Es posible que, si se mantiene el equilibrio militar, esta guerra no la gane nadie. Tenemos el ejemplo de lo ocurrido en la de Corea. Quizá, dentro de algunas décadas, existirá un telón de acero que divida la Ucrania libre de la ocupada. Pero también es posible que, si no el ejército, sea la sociedad rusa la que claudique. Ya lo hizo en la Primera Guerra Mundial.

Como perro fiel del presidente ruso, Medvedev ladra cuando se lo ordena su amo

El ínclito Medvedev, siempre ávido de protagonismo, publicó recientemente un ensayo en el que asegura que a Rusia no le incomoda que la guerra que se libra en Ucrania se convierta en permanente. Sin embargo, lo que dice es falso. Como perro fiel del presidente ruso, Medvedev ladra cuando se lo ordena su amo. Y lo hace más fuerte cuanto más miedo tiene, un miedo quizá provocado —lo sabemos quienes hemos tenido un perro— por la inquietud que percibe en su dueño.

Y es que es posible que, después de diecinueve días y quinientas noches, Occidente aprenda a olvidar la guerra de Ucrania. Pero Putin no lo va a hacer. Para el criminal presidente de la Federación Rusa, los últimos diecinueve días han sido un merecido infierno. ¿Y las noches? Vaya usted a saber, pero estoy convencido de que lleva las últimas quinientas preguntándose cómo pudo cometer el error de invadir Ucrania.

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