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Aquilino Cayuela
Aquilino Cayuela

Ocho años de una cruenta guerra civil en Yemen

La guerra sigue estancada en las zonas que se han disputado desde el principio de la guerra, con pocos cambios en los frentes entre los diversos grupos

Actualizada 15:43

Los miembros de las fuerzas de seguridad realizan una operación de búsqueda tras el asesinato de un miembro del personal del Programa Mundial de Alimentos (PMA) un día antes en la ciudad de Turbah, Yemen

Los miembros de las fuerzas de seguridad en la ciudad de Turbah, YemenAFP

Los ocho años de guerra civil en Yemen han creado lo que se ha denominado la peor crisis humanitaria del mundo provocada por el hombre. Cientos de miles de yemenís han muerto y unos cuatro millones de personas se han visto desplazadas. Según Naciones Unidas, 21,6 millones de personas necesitan ayuda humanitaria y el 80 % de la población pasa hambre.

Tanto Irán como Arabia Saudí han intervenido activamente en Yemen, tomando bandos opuestos en la guerra. El gobierno iraní ha apoyado a los Hutíes, que son chiíes y controlan franjas del norte de Yemen y quieren ampliar su control al resto del país. Los saudíes enviaron sus fuerzas al país como parte de una coalición en 2015.

En el pasado abril, un acuerdo entre Teherán y Riad mediado por Pekín restableció las relaciones diplomáticas entre ambos países y reforzó un nuevo enfoque. Sin embargo, es casi seguro que una retirada saudí negociada de Yemen no pondrá fin a la guerra. Simplemente devolverá al país a una fase anterior del conflicto.

El estallido de la guerra en Yemen surgió en 2011 con un levantamiento popular inspirado en las revueltas que recorrían Oriente Medio, las «primaveras árabes» suscitadas por la Administración Obama. En Yemen la revolución que llevó a la destitución del presidente Ali Abdullah Saleh, el hombre fuerte que gobernaba el país desde hacía mucho tiempo fue un desastre. Siguió una transición política en la que el sucesor de Saleh, Hadi, intentó guiar al país hacia un gobierno descentralizado y consensuado. Pero el intento fracasó. Hadi permitió que se formara un vacío político en el que se ampliaron las divisiones políticas y militares.

El proceso de diálogo nacional, que reunía a las principales facciones yemeníes, se vino abajo y en menos de un año alcanza diferencias irreconciliables. Peor aún, algunos grupos que participaban en el diálogo llevaron a cabo ataques militares contra sus rivales para ganar ventaja. Entre ellos, los más notables fueron los «hutíes», que aprovecharon el debilitamiento del Estado central y el descontento popular con el gobierno de Hadi, para ampliar el control en su región natal del norte sin enfrentarse a una resistencia significativa por parte de las fuerzas armadas gubernamentales.

En 2014, se apoderaron de Saná, la capital de Yemen, con la ayuda de Saleh, derrocando a Hadi, y luego corrieron hacia el sur en un intento de hacerse con el control del resto del país. Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, vieron en la situación una amenaza, pero también como una oportunidad para hacer retroceder el islam político y desmantelar el marco político establecido tras la revuelta de 2011 antes de que pudiera en peligro sus propios intereses de seguridad.

Sin embargo, cuando los hutíes tomaron Saná en septiembre de 2014 y pusieron a Hadi bajo arresto domiciliario, ambos países iniciaron operaciones militares directamente contra los Hutíes. En marzo de 2015, Arabia Saudí lanzó su intervención militar, encabezando una coalición de nueve países. Aunque Estados Unidos no formaba parte de la coalición, proporcionó al grupo apoyo militar, logístico y de inteligencia.

En aquel momento, los Hutíes luchaban contra las fuerzas gubernamentales y otros grupos alineados con Hadi en el sur y el este del país. Tras ser asaltados por la coalición liderada por Arabia Saudí, se vieron obligados a retirarse de la mayoría de estas regiones, aunque siguieron intentando capturar más territorio. También conservaron el control de las tierras altas del norte, donde vive la mayoría de la población yemení.

Tras ocho años de combates, la guerra sigue estancada en las zonas que se han disputado desde el principio de la guerra, con pocos cambios en los frentes entre los diversos grupos.

Aunque los saudíes y los hutíes lleguen a un acuerdo, es probable que el conflicto en Yemen continúe. De hecho, si se llega a un acuerdo, Yemen podría ser testigo de una escalada del conflicto entre los grupos locales, con los actores regionales ausentes de nombre, pero continuando con sus agendas políticas y militares a través de apoderados locales. Ocho años de guerra han agudizado las rivalidades entre las partes yemeníes.

Por su parte, la ONU debería aprovechar el impulso creado por el acercamiento saudí a los hutíes para ayudar a dar forma a esas negociaciones. La oficina del enviado de la ONU debería coordinar todos los esfuerzos regionales e internacionales encaminados a resolver el conflicto en Yemen, asegurándose de que las vías paralelas –como las conversaciones entre los saudíes y los hutíes– se coordinan y no socavan la mediación de la ONU. Jordania, Kuwait, Omán y Qatar están bien situados para ayudar, ya que mantienen buenas relaciones con los miembros del Consejo de Liderazgo Presidencial y también pueden entablar contactos con los hutíes.

La ONU, en colaboración con los actores regionales, también debería disuadir a cualquier parte yemení de intentar poner sobre la mesa cuestiones de carácter definitivo, como la unidad de Yemen o su sistema de gobierno, en una fase temprana del proceso. Por ejemplo, las recientes maniobras de los separatistas apoyados por EAU para plantear la cuestión de la independencia podrían socavar las conversaciones sobre un alto el fuego a nivel nacional.

Las partes pueden plantear sus demandas para debatirlas una vez que se haya instaurado el alto el fuego y comiencen las conversaciones en serio.

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