La difícil neutralidad en un mundo dividido
Washington y Pekín están obligando a los demás a tomar partido en una serie de ámbitos políticos, como la tecnología, la defensa, la diplomacia y el comercio
La rivalidad entre Estados Unidos y China hace que otros países se enfrenten cada vez más al dilema de ponerse del lado de Washington o de Pekín. Así mismo la guerra de Ucrania ha abierto una guerra diplomática para ganarse apoyos.
En Europa ha ocurrido lo impensable y la moderación de Alemania, o la histórica neutralidad de Finlandia o de Suecia se han roto. Así mismo, más allá de Occidente Rusia y China se disputan los apoyos de un amplio Sur Global.
En las últimas décadas, las naciones habían llegado a disfrutar de beneficios económicos y de seguridad derivados de la asociación tanto con Estados Unidos como con China.
El presidente filipino Ferdinand Marcos, hijo, señaló en 2023 que su país no «quiere un mundo dividido en dos bandos [y] ... en el que los países deban elegir de qué lado estar». Lawrence Wong, viceprimer ministro de Singapur, y el ministro de Asuntos Exteriores saudí, príncipe Faisal bin Farhan al-Saud, han expresado sentimientos similares. La gran mayoría de los países del Indo-Pacífico y de Europa no quieren verse atrapados en una elección imposible, observó Josep Borrell, el principal diplomático de la UE, en una reunión de 2022 del Foro Indo-Pacífico de Bruselas.
Ningún país quiere verse obligado a tomar una decisión binaria entre las dos potencias. Cuando Rusia rompió el orden mundial, con la ocupación de parte de Ucrania alteró inexorablemente las relaciones internacionales. Así mismo, Washington y Pekín están obligando a los demás a tomar partido en una serie de ámbitos políticos, como la tecnología, la defensa, la diplomacia y el comercio.
La competencia Estados Unidos-China es una característica ineludible del mundo actual, y Washington debe dejar de fingir lo contrario
Los países se ven inevitablemente atrapados en la rivalidad entre superpotencias. La competencia entre Estados Unidos y China es una característica ineludible del mundo actual, y Washington debe dejar de fingir lo contrario.
Estados Unidos ejerció una importante presión sobre sus aliados para que no dejaran que Huawei, el gigante chino de las telecomunicaciones, construyera sus redes 5G. Pekín, naturalmente, deseaba asegurarse los acuerdos de telecomunicaciones, y múltiples gobiernos expresaron en privado su preocupación de que prohibir a Huawei enfureciera a China. En respuesta, Washington jugó duro. La administración Trump incluso llegó a sugerir a Polonia que los futuros despliegues de tropas estadounidenses podrían estar en riesgo si Varsovia trabajaba con Huawei.
El gobierno estadounidense advirtió a Alemania que Washington limitaría el intercambio de inteligencia si Berlín daba la bienvenida a Huawei; no mucho después, el embajador chino en Alemania prometió represalias contra las empresas alemanas si Berlín prohibía Huawei. La mayor economía de Europa quedó atrapada entre sus dos principales socios comerciales.
Pero esta dinámica se ha potenciado con la administración de Joe Biden y se ha visto muy condicionada con la guerra en Ucrania. Por ejemplo, la «Ley CHIPS y de Ciencia» norteamericana de 2021 ofrecía unos 50.000 millones de dólares en subvenciones federales a los fabricantes estadounidenses y extranjeros de semiconductores, producidos en EE. UU., sólo si se abstenían de cualquier «transacción significativa» para ampliar la capacidad de China durante diez años.
Los Países Bajos, Japón y otros países exportadores de equipos de fabricación de chips a China, no se adhirieron, en principio, al nuevo enfoque. Pero a principios de 2023, y tras el conflicto de Ucrania, Japón y los Países Bajos habían cedido a la presión estadounidense y así lo habían hecho.
Pekín tomó represalias contra Estados Unidos prohibiendo el uso de semiconductores fabricados por la empresa estadounidense «Micron», en proyectos clave de infraestructuras chinas. Washington no tardó en pedir a Corea del Sur, cuyos fabricantes de chips tienen importantes fábricas en China, que no cubriera el déficit de suministro. Pekín, a su vez, restringió la exportación de metales clave utilizados en la fabricación de semiconductores.
Otro caso fue que, en 2021, Estados Unidos se enteró de que China estaba construyendo una instalación portuaria en Emiratos Árabes Unidos (EAU). Entonces la administración Biden, advertida de la intención de Pekín de construir allí una base militar, presionó a Abu Dabi para que detuviera el proyecto. Se dejó claro al presidente Mohammed bin Zayed, de que una presencia militar china en los EAU perjudicaría seriamente la asociación entre ambos países.
Abu Dhabi paralizó la construcción china, pero recientemente, documentos filtrados publicados en The Washington Post indicaban que las obras de la instalación se han reanudado.
El aumento del poder militar chino en las islas del Pacífico podría limitar la libertad de acción naval de Estados Unidos
China ya tiene una base militar en la República de Yibuti, en el cuerno de África, y una instalación en Camboya. Al parecer, ha buscado instalaciones adicionales en Guinea Ecuatorial, las Islas Salomón, Vanuatu y otros lugares.
Washington se opondrá a los objetivos de China y presionará a terceros países para que rechacen las construcciones y despliegues chinos. Este tira y afloja será especialmente agudo en las islas del Pacífico, donde el aumento del poder militar chino podría limitar la libertad de acción naval de Estados Unidos. Washington y Pekín ya compiten por la lealtad de los estados insulares del Pacífico.
Estados Unidos ganará pocos aliados si pone en riesgo significativo el comercio y las inversiones de otros países con China. Más bien Norteamérica debe basarse en un compromiso diplomático sostenido, acuerdos comerciales, reiterados compromisos de defensa y amplia ayuda al desarrollo, especialmente en el Indo-Pacífico.