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Miguel Henrique Otero

Diosdado Cabello, el izquierdista fascista y número dos del chavismo

La analogía entre Mussolini y la figura de Diosdado Cabello puede arrojar luz sobre ciertos patrones

El líder chavista Diosdado CabelloEFE

En los anales de la historia del siglo XX, el fascismo emergió como un fenómeno político distintivo, liderado por carismáticos dirigentes que abrazaron la retórica incendiaria y la violencia para consolidar su poder. Uno de los nombres más destacados es el de Benito Mussolini, quien desde el principio sobresalió por su habilidad para cautivar a las masas con un discurso persuasivo, aunque finalmente se sumergió en la brutalidad más despiadada.

Como bien sabemos, en los libros de historia del siglo XX, el fascismo tiene una fecha y lugar de nacimiento específicos: el 23 de marzo de 1919, en Milán. Desde temprana edad, Benito Mussolini, el fundador del movimiento fascista, mostró una notable habilidad para escribir y contagiar a otros con su elocuencia. Sus escritos estaban cargados de un lenguaje resonante y efectivo. Impulsado por su padre, se involucró en la política desde una edad temprana y, siendo un hombre de acción, entró y salió de la cárcel con una frecuencia inusual. A los 25 años, en 1908, publicó un artículo que ganaría fama con el tiempo: La filosofía de la fuerza, en el cual, siguiendo los pasos del pensador alemán Friedrich Nietzsche, expresaba su simpatía por el uso de la fuerza en las luchas y guerras políticas.

Indudablemente, Mussolini, con su habilidad retórica y maestría en la manipulación de las emociones populares, consolidó un movimiento fascista que encontró en la violencia su medio más eficaz para imponer su visión política. A través de la militarización de su base de seguidores y la represión de cualquier disidencia, Mussolini logró establecer un régimen opresivo y centralizado, donde la intolerancia y la represión se convirtieron en la norma.

Una revisión minuciosa de los primeros tiempos del movimiento fascista revela algunas de sus características distintivas:

  • Organización en grupos de choque: desde sus inicios, el movimiento fascista mostró una tendencia a organizar a sus seguidores en grupos de choque compuestos por militantes comprometidos con la causa y dispuestos a emplear la fuerza para lograr sus objetivos políticos. Estos grupos de choque a menudo se enfrentaban físicamente a opositores políticos y realizaban acciones directas en las calles.

  • Uso activo de la fuerza: el movimiento fascista mostró una disposición activa a utilizar la fuerza como medio para lograr sus objetivos políticos. En lugar de recurrir al parlamentarismo, al diálogo o a la búsqueda de consensos y acuerdos, optaron por la confrontación directa y la imposición de sus ideas a través de la intimidación y la violencia.

  • Militarización de los militantes: una característica distintiva del movimiento fascista fue la militarización de sus seguidores, adoptando estructuras y prácticas similares a las militares en su organización y disciplina. Este enfoque contribuyó a consolidar la autoridad del líder y la cohesión interna del movimiento.

  • Utilización de acciones fuera de la ley: el movimiento fascista recurrió a tácticas y acciones que se encontraban fuera del marco legal establecido, incluyendo ataques físicos, insultos, amedrentamiento, cierre de vías públicas y sabotaje de eventos en espacios abiertos o cerrados. Estas acciones ilegales se convirtieron en una estrategia política común para generar caos y demostrar su fuerza.

  • Operaciones callejeras con comportamiento policial o militar: los primeros tiempos del movimiento fascista estuvieron marcados por la organización de operaciones callejeras en las que sus miembros se comportaban de manera similar a fuerzas policiales o militares. Esta actitud imitaba la disciplina y la jerarquía de las fuerzas de seguridad, reforzando la imagen de poder y control del movimiento.

  • Liderazgo autoritario: en el centro de esta dinámica se encontraba un líder fuerte y carismático, rodeado de guardaespaldas y un pequeño grupo de colaboradores leales. El líder ejercía un control centralizado sobre el movimiento y se presentaba como el guía infalible hacia sus objetivos políticos.

Estas características describen una dinámica y un enfoque político que prioriza la fuerza, la confrontación y la imposición de ideas, desalentando el diálogo y la democracia en la búsqueda de consensos y acuerdos.

Benito Mussolini, hace un siglo en Italia (a principios de los años veinte), no solo fue un político, sino también un estudiante en varias escuelas antes de ingresar a la Universidad de Lausana en Suiza en 1902 para estudiar filosofía. Tras regresar a Italia, Mussolini se convirtió en periodista y participó en diversas publicaciones socialistas.

Mussolini estableció una cultura política marcada por la intolerancia activa

Sin embargo, su perspectiva política comenzó a cambiar a medida que Italia se acercaba a la Segunda Guerra Mundial, abandonando sus creencias socialistas en favor del nacionalismo y el militarismo. También asumió un liderazgo militar o pseudo-militar. Mussolini estableció una cultura política marcada por la intolerancia activa hacia otras fuerzas políticas, el desprecio hacia los intelectuales y académicos, la hostilidad hacia la institucionalidad universitaria y la adopción constante de posiciones radicales en asuntos económicos, generalmente acusando a empresas y fuerzas extranjeras de ser responsables de los problemas internos.

Despreciaba las influencias culturales extranjeras y promovía expresiones culturales nacionales o autóctonas, rechazando las formas culturales extranjeras o «extranjerizantes». Además, mostraba una profunda hostilidad hacia la prensa y la libertad de prensa.

Con todos estos elementos a la mano, incluyendo el uso de violencia verbal, simbólica y física, consignas anticapitalistas, consignas nacionalistas, el establecimiento de enemigos que mantuvieran movilizados a sus seguidores, la denuncia de instituciones que no se sometieran a las exigencias del movimiento fascista, Mussolini articuló una serie de movilizaciones destinadas a crear una organización de masas. Esta organización tenía la tarea de imponer sus dictados en la sociedad en general, en las calles, las instituciones, las fuerzas armadas y cualquier espacio donde fuera posible.

Es prácticamente unánime entre los historiadores señalar que el principal combustible para el crecimiento del fascismo, tanto en Italia como en Alemania, fue la explotación de los sentimientos de humillación que siempre están presentes en cierta medida en la sociedad. El fascismo le decía a la gente: eres una víctima, yo te liberaré a cambio de tu pasividad, tu obediencia y tu sumisión. Como escribió Robert O. Paxton, Mussolini «modificó el ejercicio de la ciudadanía, que pasó de disfrutar de derechos y deberes constitucionales a participar en ceremonias multitudinarias de afirmación y conformidad». ¿No describe esta frase a la perfección la relación política que Chávez promovió con «el pueblo venezolano?»

En una serie de tres artículos publicados en El Nacional los días 2, 3 y 4 de septiembre, el político venezolano Enrique Ochoa Antich se pregunta si es posible la existencia de un fascista de izquierdas, como preludio a su afirmación de que en las acciones de Diosdado Cabello vive un fascista de izquierda.

Las narraciones que describen lo que ocurría en las oficinas de Mussolini, como miembro del Partido Nacional Fascista, presentan similitudes conceptuales con el teniente que, cada miércoles, durante horas, en un audaz acto de apropiación de un bien público (espacios, estudios, equipos, capacidades técnicas de Venezolana de Televisión), malversa fondos estatales para ejercer su autoridad sin restricciones durante el tiempo que le plazca.

La analogía entre Mussolini y la figura de Diosdado Cabello puede arrojar luz sobre ciertos patrones.

Diosdado Cabello y la sombra de la corrupción y el terror

Al analizar la figura de Diosdado Cabello, un influyente miembro del régimen chavista en Venezuela, más allá de sus diferencias académicas y políticas con Mussolini, se encuentra un aspecto que añade una dimensión aún más sombría a la comparación: su implicación en actividades ilícitas y violentas que lo han llevado a ser sancionado por el gobierno de los Estados Unidos.

Diosdado Cabello, además de su papel político en el régimen chavista, ha sido vinculado con el Cartel de los Soles, una organización narcotraficante venezolana. Según el Departamento de Estado de los Estados Unidos, Cabello participó en una conspiración corrupta y violenta narcoterrorista en colaboración con este cartel. Las implicaciones de estas acusaciones son serias y arrojan una sombra preocupante sobre su figura política. El Departamento de Estado incluso ha ofrecido una recompensa de hasta diez millones de dólares por información que conduzca a su arresto y posterior condena.

Esta revelación añade un elemento más a la comparación con el pasado fascista: la connivencia con actividades ilegales y violentas. Aunque la magnitud y el alcance de estas acusaciones pueden ser objeto de debate, no se puede negar que las sanciones impuestas por el Gobierno de los Estados Unidos subrayan una preocupante sombra en la trayectoria de Cabello.

Además de su participación en actividades cuestionables, la utilización de un programa de televisión para transmitir su mensaje político y luego promover un discurso tóxico en línea que atenta contra los principios básicos de los derechos humanos y el Estado de derecho es otra característica que merece atención. Aunque el uso de medios de comunicación para difundir una visión política no es exclusivo del fascismo ni de Cabello, la estrategia de manipulación y propaganda es una táctica que ha sido históricamente asociada con regímenes autoritarios

Cabello –que a diferencia de Mussolini, anda por la vida con un centenar de palabras– hace denuncias sin fundamento, una tras otra; difama de forma ilimitada; inventa historias y expedientes sobre las personas a las que odia; anuncia ataques a los demócratas; llama a sus seguidores a ejercer la violencia hacia quienes protestan o hacia quienes se oponen al régimen; hace desfilar en su programa a militares incursos en graves delitos en contra de los Derechos Humanos, torturadores, agentes de los cuerpos de seguridad; ordena que lo aplaudan; difama con descaro más allá de toda lógica; se imagina conspiraciones y alianzas torcidas; amenaza, amenaza, amenaza; instiga al odio; desconoce los derechos políticos, las libertades que otorga la Constitución; y vuelve a amenazar, y vuelve a ordenar que lo aplaudan y así, irremediable, infeliz, fascista de cada miércoles, sin actividad productiva, cuyo oficio consiste en recordarle a los venezolanos (especialmente a los demócratas), que el régimen que lo mantiene es capaz de todo, como ya ha demostrado. Incluso capaz de torturar, de reprimir y matar.

Cabello parece actuar con total impunidad en cada programa, donde su retórica va más allá de los límites del respeto y la ética, y su programa se convierte en un espacio donde las leyes y el código penal no parecen aplicar.

La manera en que Cabello aprovecha su plataforma para llevar a cabo un linchamiento mediático genuino es evidente en cada episodio, donde proferir acusaciones infundadas, fomentar teorías conspirativas y difamar a aquellos que se atreven a cuestionar el estado actual es la norma. Su programa constantemente nos recuerda cómo las libertades individuales pueden ser manipuladas para promover una agenda política personal.

Sus discursos cargados de hostilidad no solo generan un ambiente venenoso en el ámbito público, sino que también desafían la esencia misma de la justicia y el respeto por los derechos humanos. La difamación pública y la instigación al odio son acciones que no solo socavan la confianza en las instituciones, sino que también pueden tener consecuencias irreparables para la vida de aquellos que son blanco de su retórica venenosa.

En particular, la violación de los derechos humanos y la propagación de discursos que incitan al odio y a la violencia son elementos destacados en su programa de televisión. Además, es importante señalar que la plataforma YouTube tiene políticas y directrices estrictas en cuanto al contenido que permite en su plataforma. La empresa se esfuerza por crear un entorno seguro y respetuoso para todos los usuarios, promoviendo la diversidad de opiniones mientras se evita la difamación, el discurso de odio y la violación de los derechos humanos. Algunos de los requisitos y políticas clave de contenido de YouTube incluyen:

  • Normas de la Comunidad: YouTube prohíbe el contenido que sea dañino, peligroso, ilegal, difamatorio, hostigador, amenazante, incitador al odio o que infrinja los derechos de privacidad y seguridad de otros. Esto incluye discursos que promuevan la violencia, el racismo, la discriminación o que atenten contra los derechos humanos.

Es evidente que el programa Con el Mazo dando incumple todas estas políticas de YouTube. La violación de los derechos humanos y la promoción del odio y la violencia son aspectos destacados en su programa de televisión y en su presencia en YouTube. Esta combinación de retórica incendiaria y comportamiento cuestionable solo refuerza las preocupaciones sobre la naturaleza del régimen.

El programa de Diosdado Cabello representa una amenaza constante para los valores democráticos y los derechos fundamentales en Venezuela. Su retórica venenosa, sus acusaciones infundadas y su incitación al odio y la violencia son una afrenta a la ética y la justicia. La falta de responsabilidad y rendición de cuentas en su programa es preocupante y socava la confianza en las instituciones. Además, su conexión con actividades ilegales y violentas, como el narcotráfico, plantea graves interrogantes sobre su integridad como líder político.

La presencia de Cabello en YouTube, a pesar de las políticas y directrices estrictas de la plataforma, es un ejemplo claro de cómo las libertades individuales pueden ser manipuladas para promover una agenda personal a expensas de la paz y la democracia.

En última instancia, el programa de Diosdado Cabello es un recordatorio de la importancia de defender y preservar los principios democráticos y los derechos humanos en cualquier sociedad. Su retórica tóxica y su comportamiento cuestionable no deben ser tolerados, y es responsabilidad de la comunidad internacional y la sociedad venezolana exigir un cambio hacia un ambiente político más saludable y respetuoso.