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Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

Zelenski, ¿en horas bajas?

En el frente político, como en el militar, cada día nos trae noticias nuevas, unas buenas y otras no tanto. Con todas hay que lidiar para ganar la guerra

Actualizada 04:30

El presidente Ucraniano Volodímir Zelenski durante su última visita a la Casa Blanca

El presidente Ucraniano Volodímir Zelenski durante su última visita a la Casa BlancaJim Watson / AFP

Muchas veces he oído a entrenadores de grandes equipos de fútbol —entre los cuales, desde luego, incluyo al Racing de Ferrol— asegurar, después de perder un partido importante tras una racha de buenos resultados, que «ni antes éramos tan buenos ni ahora tan malos».

Tienen razón. La prensa deportiva, ávida de noticias que atraigan la atención de sus lectores, suele encumbrar a los equipos en cuanto acumulan un par de victorias y hundirlos al primer traspiés. Y, quede claro, a casi todos nos parece bien. Tanto es así que el Marca sigue siendo el periódico más vendido en España.

El frente militar

Como la fórmula parece funcionar, es fácil trasladar esa dinámica a una guerra como la de Ucrania. La caída de Bajmut fue celebrada por los prorrusos como si fuera la semifinal de la Champions League, a pesar de que todos los analistas militares, incluidos los rusos, advertían de que, justo detrás del límite administrativo de la arrasada ciudad, las defensas ucranianas seguían siendo igual de firmes.

En la extensa red de fortificaciones con la que Rusia trata ahora de defender sus conquistas, la marea se mueve ahora en sentido contrario. Ucrania celebra como éxitos la liberación de algunos pequeños asentamientos en los flancos de la propia Bajmut, y aún más la rotura del frente en la dirección de Melitópol.

Tiene, en verdad, mucho mérito lo conseguido por las tropas ucranianas, abriéndose paso entre campos de minas, bajo el fuego de la artillería y sin apoyo aéreo alguno. Es un esfuerzo heroico pero, como les ocurrió a los rusos en Bajmut, es difícil abrir hueco en el frente enemigo avanzando a un ritmo de 100 metros al día.

Es difícil abrir hueco en el frente enemigo avanzando a un ritmo de 100 metros al día

Lo cierto es que desde noviembre del año pasado, cuando las tropas rusas se retiraron de la margen derecha del Dniéper, el frente ha cambiado tan poco que en los mapas generales que publican los think tanks que analizan la contienda ni siquiera se nota la diferencia. Cada día son menos los analistas que creen que la guerra terminará este año, el que viene o incluso el siguiente.

El frente político

El fenómeno se repite en el frente político. Ayer jaleábamos la rebelión de la compañía Wagner como si fuera el principio del fin del régimen de Putin, y argumentábamos que el deterioro de las relaciones con Armenia era un claro síntoma del creciente aislamiento exterior de la Federación Rusa.

Hoy nos parece que el rifirrafe con Polonia puede ser el primer paso de la caída del régimen de Zelenski; que las próximas elecciones en Eslovaquia debilitarán el compromiso de la UE; y que la derrota definitiva de la causa ucraniana podría venir de manos del partido republicano en los EE.UU.

La cuestión polaca

Pongamos las cosas en su sitio. El primer ministro polaco, en medio de una disputa comercial con Ucrania por el precio del grano y con unas elecciones que se prevén reñidas dentro de menos de un mes —en las que necesita afianzar el apoyo rural y arrebatar votos a la extrema derecha— asegura que no enviará más armas al país invadido.

Es verdad que Zelenski, en sus declaraciones anteriores sobre el asunto, se había pasado de frenada acusando a Polonia de actuar como una marioneta de Moscú. No es la primera vez que el presidente ucraniano se excede, probablemente porque así consolida su prestigio ante su pueblo.

De confirmarse, la negativa de Varsovia a seguir proporcionando ayuda militar tiene indudable importancia. Polonia es el sexto país que más ha apoyado la causa ucraniana, con 3.600 millones de dólares. Solo le preceden los EE.UU., Alemania —que, a pesar de sus reticencias, aporta cinco veces más que la propia Polonia— el Reino Unido, Noruega y Dinamarca.

Polonia es el sexto país que más ha apoyado la causa ucraniana, con 3.600 millones de dólares

Aún más importante que la cantidad aportada es el papel que ha jugado Polonia, unida a Ucrania por el miedo a Moscú, como catalizador del cruce de varias líneas rojas en el suministro de armamento. Mientras otros países dudaban, Varsovia entregaba a Zelenski carros de combate y aviones de procedencia rusa.

Pasado el momento de la ira, las aguas están volviendo poco a poco a su lugar. El portavoz del gobierno polaco ha confirmado ya que Polonia sí entregará las armas previamente acordadas. Por su parte Duda, el presidente polaco, ha matizado las palabras del primer ministro que, en su opinión, solo quería decir «que no enviaremos a Ucrania el nuevo armamento que estamos comprando para modernizar el ejército polaco.»

Mientras se aclaran las posturas, los ministros de agricultura de ambos países se reunirán en breve para tratar de llegar a un acuerdo sobre el grano. No parece difícil, dado lo que está en juego. Sobre todo si Ucrania consigue reducir la tensión convenciendo a los armadores y a las aseguradoras de que su propio corredor marítimo, por el que ya ha llegado a Turquía el primer buque granelero sin incidente alguno, es suficientemente seguro para reanudar los fletes de cereal sin necesidad de ningún acuerdo con Rusia.

La cuestión eslovaca

En Eslovaquia, que tendrá elecciones generales en los próximos días, el candidato que va en primer lugar en las encuestas defiende la política del Kremlin. No debe extrañarnos, porque el propio pueblo eslovaco es, de todos los países de la Unión Europea, el que menos apoya la causa ucraniana.

Se prevén unas elecciones muy reñidas y nada garantiza que, si se confirma su victoria electoral, consiga formar un gobierno prorruso, pero pongámonos en el caso de que lo haga. Eslovaquia es un país pequeño, de poco más de cinco millones de habitantes, y lo que puede aportar materialmente a Ucrania carece de relevancia.

Políticamente, un gobierno de tendencias prorrusas en la UE o en la OTAN tampoco sería ninguna novedad, porque la Hungría de Orbán viene actuando como tal desde los primeros días de la guerra.

La OTAN ya tiene a Turquía como contrapeso y, como organización, se limita a defender sus fronteras. Pero ¿complicaría las cosas en la UE que un segundo país se mostrase cómplice de Putin? Seguro que sí. Pero es momento de reconocer el enorme esfuerzo que la diplomacia europea ha realizado para presentar un sorprendente frente unido, donde caben posturas nacionales tan diferentes como las de los países bálticos y la propia Hungría. Y, con el reconocimiento a lo logrado, debemos concederle un voto de confianza, esperando que también sabrán lidiar la nueva situación si llegara a producirse.

Pese a las divergencias puntuales, la Unión Europea se ha ido convirtiendo en el mayor donante a Ucrania, por encima de los EE.UU., y nada indica que los mecanismos de presión que permiten lidiar con los desacuerdos en política exterior vayan a fallar cuando más se los necesita.

La cuestión norteamericana

En los EE.UU. queda poco más de un año para las elecciones que podrían llevar al poder a un presidente republicano. Con toda probabilidad, el candidato sería Donald Trump, admirador confeso de Putin en días alternos y muy pagado de sí mismo durante todo el año. Sin decir cómo, el expresidente presume de que podría arreglar la guerra de Ucrania en 24 horas. Pero, sin cuestionar unos planes que desconozco, recuerdo —y no es invención de la prensa porque pude verlo en televisión— que también sugirió que se podría curar la Covid con lejía.

¿Abdicaría Washington del liderazgo del apoyo internacional a Ucrania en caso de una victoria de Trump? Es un futurible improbable porque, pese a las intensas campañas desinformadoras, una amplia mayoría del pueblo norteamericano y casi todos sus líderes políticos culpan a Putin de la guerra; lo que no quiere decir que, en un entorno político muy polarizado, aprueben la respuesta dada por el presidente Biden.

En cualquier caso, parece prematuro analizar ahora lo que puede ocurrir porque, a un año vista, es imposible predecir el resultado de unas elecciones entre un Trump que despierta tanto entusiasmo como rechazo y un Biden que no ilusiona ni a su propio partido. Tiempo queda para que lo analicen en El Debate mejores plumas que la mía.

Lo que sí destaca la prensa norteamericana estos días es que, en su reciente visita a Washington, Zelenski no ha sido recibido con el mismo calor que en la anterior. El escenario es diferente. La corta mayoría republicana en el Congreso dificulta la financiación del apoyo a Ucrania, no por la vía del voto de los compromisos presupuestarios —aunque matizada, hay una amplia mayoría de ambos partidos a favor de la ayuda— sino por los complicados mecanismos que tiene la política de los EE.UU. para impedir el debate de las leyes cuando el partido mayoritario no apoya a su propio jefe de filas.

Un puñado de congresistas rebeldes republicanos, votando en contra del Speaker McCarthy por razones de política interna —ni el propio Trump les parece suficientemente trumpista— ha bloqueado por el momento el debate sobre el proyecto de ley de presupuestos del Pentágono y, aún más importante, la ley provisional de gastos necesaria para prevenir el cierre de la administración.

No es difícil vaticinar que la ayuda a Ucrania seguirá fluyendo, incluso si se llegase a un cierre temporal del Gobierno

Tiene, sin embargo, la política norteamericana caminos para resolver sus peculiares dificultades por la vía del pacto entre congresistas de ambos partidos, por lo que no es difícil vaticinar que la ayuda a Ucrania seguirá fluyendo, incluso si se llegase a un cierre temporal del Gobierno. Pero no se puede ocultar que todo pacto tiene sus costes. Quizá las vacilaciones de Washington sobre el suministro de misiles ATACMS, incluso después de que Francia y el Reino Unido hayan enviado armas equivalentes, sean parte del precio del acuerdo.

Pero, cuando ya se ha filtrado que solo queda discutir los detalles del suministro de los misiles, nadie debiera interpretar el retraso de la Casa Blanca como falta de apoyo. Recuérdese que Biden acaba de aprobar la entrega a Ucrania de los aviones F-16, las polémicas municiones cluster y los proyectiles de uranio empobrecido.

¿Cómo puede evolucionar la política de los EE.UU. en el año largo que queda para las presidenciales? Si hay que escuchar a la opinión pública —y eso es algo que los candidatos de todos los países suelen hacer cuando llegan las elecciones, aunque luego casi nunca recuerden sus promesas— las encuestas señalan que una clara mayoría de los norteamericanos tienen claro quién es el malo. Incluso entre los republicanos, lógicamente opuestos a casi cualquier cosa que decida Biden, el 73 % apoya las sanciones a Moscú.

Sin embargo, las opiniones están mucho más divididas en torno a quién debe pagar las facturas, y eso hace prever que, poco a poco, y aunque no sea de una forma dramática, vaya siendo más difícil aprobar nuevos paquetes de ayuda. Al menos hasta que, en 2025, tome posesión un nuevo presidente, ya sea republicano o demócrata, con cuatro años por delante para desarrollar su propia política exterior.

No durante mi guardia

¿Qué cabe concluir de este somero análisis? ¿Se desploma el frente anti-Putin? Seguramente no. Lo mismo que los entrenadores de fútbol, podemos asegurar que ni ayer éramos tan buenos, ni hoy tan malos. En el frente político, como en el militar, cada día nos trae noticias nuevas, unas buenas y otras no tanto. Con todas hay que lidiar para ganar la guerra.

Como no tengo respuesta cierta sobre lo que deparará el mañana, me gustaría poner fin al artículo con un aforismo atribuido a muchos autores: «la única forma de predecir el futuro es crearlo».

En el campo de batalla, son los ucranianos los que se juegan la vida para tratar de crear un futuro independiente para su pueblo. Los españoles, en el frente político, no corremos riesgos personales pero también defendemos valores que determinarán nuestro futuro. No queremos en nuestros colegios abusones que arrebaten los bocadillos de los niños más débiles durante el recreo. No queremos mafiosos que extorsionen a los comerciantes en nuestras calles. No queremos okupas que entren en nuestras casas. Y tampoco queremos dictadores que abusen, extorsionen y ocupen el territorio de sus vecinos. Seguramente esa es la razón de que, según señala el último Eurobarómetro, el 83 % de los españoles —un porcentaje superior a la media europea— apoye la respuesta de la UE a la invasión rusa.

Pero la guerra será larga. A lo largo del tiempo veremos que, a nuestro lado, flaquean algunos pueblos mientras otros nos dan ejemplo de coraje y de cohesión. Lo mismo les ocurre a los soldados ucranianos en el frente. Hagan lo que hagan los que combaten a su alrededor, cada uno de ellos tiene una responsabilidad individual. En menor grado, también la tenemos todos los españoles. Para derrotar a Putin, es preciso que tanto los soldados que dan su vida en el frente como quienes les apoyamos con nuestra opinión, estemos a la altura del desafío y asumamos juntos un compromiso tradicional en la milicia: no durante mi guardia.

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