Fundado en 1910
Andrew Smith

La cuenta atrás de Zelenski

Ucrania tiene que ser proactiva y tratar de mantener los apoyos conseguidos y no caer en el olvido de la agenda global

El presidente de Ucrania Volodímir ZelenskiEFE

La Cumbre de la Unión Europea debió de deslumbrar al presidente ucraniano Volodimir Zelenski, lo deslumbro y quizás lo asusto, pues una puesta escena tan fastuosa y un ceremonial tan litúrgico suelen estar acompañados de una ausencia de consenso, decisiones postergadas y resultados al mínimo denominador común, todo aderezado de buenas intenciones y declaraciones simbólicas pero muy poca concreción y compromiso. Efectivamente, la historia de las cumbres de la Unión vuelve a repetirse y Zelenski vuelve a Kiev con dos ambulancias «militarizadas», ocho baterías obsoletas de los años 70 de dudosa utilidad, muchas promesas y buenas palabras sin fecha de ejecución.

En su viaje de vuelta, sobrevolando su añorada Unión Europea, a Zelenski quizás se le pasara por la cabeza «¿Más de lo mismo?» o lo más seguro es una inquietante sensación de que, tras casi 20 meses de guerra y una resistencia épica de su país, el viento ya no viene de cola para Kiev si no que sopla de frente y cada vez con más fuerza. En Granada pudo comprobarlo. Al umbral del segundo invierno de la guerra, las tozudas realidades diplomáticas y políticas y más aún la «correlación de fuerzas» en los estáticos frentes militares, con un desgaste brutal a diario en efectivos y recursos se imponen y, lo que es peor, las tendencias geopolíticas imperantes, y catalizadas por el propio conflicto, se tornan progresivamente en contra de Ucrania y la cuenta atrás para su régimen continua sin signos esperanzadores. Para ahondar en la triste realidad reflejada en Granada, a las pocas horas estalla una nueva guerra en Oriente Medio que asume protagonismo y reemplaza a Ucrania en la lista de prioridades globales. Ésta claro, lamentablemente, su futuro y el de su país ya no ésta en sus manos.

En Europa y Estados Unidos el apoyo a Kiev continúa por ahora, pero se comienza a cuestionar

El día 8 de octubre, se cumplieron cuatro meses de la «ofensiva de verano ucraniana» inquietante y quizás decepcionante ofensiva dadas las altas expectativas iniciales que, con lo más granado y moderno de las doce brigadas ucranianas, se ha estrellado repetidamente contra un muro defensivo ruso de minas, artillería y obstáculos que, sin superioridad aérea ni capacidad ofensiva local en material ni efectivos, es improbable progrese y amenaza con desgastar al mejor Ejército de Europa antes de alcanzar ningún objetivo sustancial. En Europa y Estados Unidos el apoyo a Kiev continúa, por ahora, pero ya se comienza a cuestionar la cantidad y duración de ese apoyo. La guerra ya no es cuestión de semanas o meses, sino de años y las previsiones y adjudicaciones presupuestarias fiscales y militares comienzan a agotarse y extenderlas y aumentarlas exige una voluntad política que los líderes occidentales son reacios a asumir ante unos electorados confusos y atemorizados por realidades domésticas imperantes.

Aun peor para Kiev, la transformación del orden geopolítico internacional en las últimas décadas basado en los vencedores de la Segunda Guerra Mundial dominado por una o dos superpotencias a un orden multipolar más acorde con las realidades del siglo XXI ha elevado a potencias medias regionales como China, India, Brasil, Sudáfrica, México, Turquía, Arabia Saudí, Irán e Indonesia a rechazar o simplemente ignorar las prioridades de Occidente en la agenda global y asumir una posición de equidistancia y a veces apoyo a Rusia, como heredera de la URSS, la potencia tradicional revisionista y anticolonial para acabar y/o reformar el orden Occidental de 1945.

Por otra parte, en Rusia, la estrategia de sanciones y expulsión de la sociedad internacional no parece que haya debilitado en control férreo del tirano Putin sobre el país ni la inminente caída de su régimen a medio o largo plazo. La élite liberal ha optado por «votar con los pies» y se ha exiliado en el extranjero y la oposición interna ha sido machacada por un estado policial represor que ejerce una autoridad vertical que literalmente «elimina» cualquier oposición al régimen. Solamente, un señor de la guerra más radical que el propio Putin, el jefe de los mercenarios Wagner Yevgeni Prigozhin, se enfrentó al tirano y quedo fulminado semanas después. Los recientes presupuestos de Moscú para 2024 proponen un gasto militar del 24,5 % del PIB en defensa y recortes sociales que conjuntamente con la tercera llamada a filas de 230.000 – 270.000 jóvenes rusos para la primavera confirman la apuesta de Putin por una economía de guerra y un conflicto largo.

La guerra continúa y la ferocidad de los combates no parece amainar

Así pues, ni Kiev ni Moscú están todavía dispuestos a abandonar la opción militar y llegar a un acuerdo negociado. La guerra continúa y la ferocidad de los combates no parece amainar pues ninguna de las dos partes contempla alternativas y espera que el tiempo o algún «factor exterior» incline la balanza militar a su favor y pueda declarar finalmente la victoria. La esperanza de un «factor exterior» denota una falta de confianza en la opción militar y una abdicación de que el desarrollo de acontecimientos dependa de decisiones de Kiev o Moscú, sino de la evolución y aceleración de las tendencias geopolíticas, inicialmente ajenas al conflicto, pero catalizadas desde el comienzo del mismo, que no son del todo esperanzadoras para Kiev.

En los primeros veinte meses de la guerra, la naturaleza de esta ha cambiado radicalmente. Lo que inicialmente fue una guerra de resistencia y supervivencia para Ucrania ante un invasor se ha transformado en una guerra de reconquista de territorios y de reparaciones de agravios históricos. Las sucesivas ofensivas y contraofensivas militares de los rusos y ucranianos de operaciones y movimiento en los quince primeros meses se han estancado en un frente de trincheras de 1.400 km con una guerra de atrición unidimensional más similar al frente occidental de la Primera Guerra Mundial que las operaciones de «Guerra de movimiento» multidimensionales o blitzkrieg de la Segunda Gran Guerra y manuales de la OTAN o el Pacto de Varsovia.

En estos momentos ambas estrategias de Kiev y Moscú están moduladas en escala e intensidad a consumir grandes cantidades de munición y efectivos que recuerdan a los Mariscales Petain o Falkenhayn allá por 1916 cuando sus objetivos eran «desangrar y agotar al enemigo en la aldea de Verdún». A pesar de alterar tácticas y doctrina y tozudamente repetir operaciones en distintos puntos del frente, con los recursos a su disposición, ambas partes carecen del «momentum» o «fuerza decisiva» para alterar significativamente o romper el frente. Ni los ucranianos parecen poder quebrar las líneas rusas ni los rusos pueden contraatacar con efectividad. El conflicto está estancado y ahora ambos contendientes están más pendientes de no perder que de ganar la guerra.

Las narrativas también han evolucionado, el argumento de Moscú de que la guerra es el resultado de la «agresión occidental» ha sido asumido por Rusia y sus aliados. A su vez, Kiev y sus aliados asumen que el objetivo inicial ha sido alcanzado, es decir la supervivencia de Ucrania, y ahora los objetivos son más difusos y contemplan «la recuperación de la soberanía ucraniana en sus territorios» sin especificar cuales, ¿1991? ¿2014? ¿2022? ¿2024? además de «contener, modificar o cambiar la naturaleza del régimen de Moscú», objetivo ambiguo y confuso.

Ucrania tiene que ser proactiva y tratar de mantener los apoyos conseguidos

En esta fase de la guerra ninguna de las partes puede adaptarse a la rápida evolución geopolítica sin hacer concesiones. Pero las desventajas son asimétricas. Moscú puede obtener ventajas geopolíticas dejando correr el tiempo y manteniendo su posición «anti-americana» pues percibe la ascendencia de las «potencias revisionistas», principalmente China, y la decadencia de las posiciones Occidentales. En parte basada en la indecisión y bloqueo de la UE pero sobre todo si los EE.UU.. votan a Trump en 2024. Por su parte Ucrania tiene que ser proactiva y tratar de mantener los apoyos conseguidos y no caer en el olvido de la agenda global.

Desde el comienzo de la guerra, varios países entusiastas de la causa ucraniana comienzan a recalibrar sus prioridades y modificar su apoyo a Kiev. Por ejemplo; el gobierno conservador del Reino Unido, pionero en su apoyo incondicional a Ucrania, comienza a concentrarse en asuntos internos y a tratar de ganar unas elecciones complicadas en 2024. Otro firme aliado, Polonia se enfrenta a Kiev por suministros de armas, exportaciones de grano y costes financieros. Por su parte Alemania y la UE en general es reticente en convertir su retórica y buenos deseos en hechos y todavía se resisten ha implementar sus incrementos en gasto militar y cambiar su política militar -industrial para proporcionar el tren logístico adecuado a las necesidades de la guerra.

La declaración de la Cumbre de Granada no augura cambios en este sentido. Pero el mayor cambio geopolítico para Kiev vendrá sin duda en 2024 con las elecciones en EE.UU. Una victoria de Trump será sin duda un revulsivo para la OTAN y la Unión Europea, con consecuencias evidentes para Kiev. Un escenario probable con unas consecuencias críticas y evidentes que ningún actor occidental parece estar contemplando ni preparando medidas y políticas para atajarlas. ¿Qué hacemos si Trump gana las elecciones en 2024? Por ahora es una pregunta/tema tabú en Europa.

Lo que es evidente es que el orden geopolítico mundial ésta cambiando y esta guerra ruso-ucraniana ha sido un catalizador de tendencias que ya se manifestaban antes de febrero 2022. Estas tendencias no son favorables a las «potencias satisfechas» del orden de 1945 y el efecto multiplicador de las potencias revisionistas y la falta de voluntad política de los lideres occidentales auguran un cambio sustancial en la «correlación de fuerzas» global que actúa en contra de los intereses occidentales, entre ellos la causa ucraniana. Simplemente ya no es la prioridad que era para sus aliados y para el resto del planeta empieza a ser otro conflicto regional enquistado como los de Corea, Oriente Medio o el Cáucaso.

Así pues, Zelenski se enfrenta a una cuenta atrás en la cual debe tener en cuenta que no solo tiene que convencer a sus aliados de la OTAN y la UE de que para poder sentarse a negociar un posible acuerdo de mínimos, necesita un compromiso político, financiero y militar más firme y sostenido. Pero más importante para el presidente ucraniano, ante las realidades geopolíticas y la agenda global de los próximos meses, tiene que medir y sopesar hasta dónde y cuándo puede confiar en el apoyo de sus aliados y sobre todo, por cuánto tiempo.