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Jana BerisEl Debate en Israel

La voz de las familias de los rehenes de Hamás: «Si hay que hablar con el diablo para que los liberen, hablo»

Una de las particularidades de la situación es que hay familias en las que varios de sus miembros fueron secuestrados. Y sus seres queridos en Israel se consumen de angustia

Un soldado israelí pasa junto a imágenes de rehenes israelíes secuestrados por HamásAFP

En el peor atentado terrorista en la historia de Israel – y al parecer de todo el mundo– han sido cometidos por Hamás múltiples crímenes. Además de asesinar de muchas formas crueles, de ensañarse con los cuerpos, torturar y violar, los terroristas se llevaron consigo a la Franja de Gaza a por lo menos 199 personas, la mayoría de ellos civiles, incluyendo ancianos, mujeres, jóvenes, niños y hasta bebés, entre todos ellos también gente enferma que necesita medicación.

También hay soldados y oficiales secuestrados de la base central de la comandancia de la zona, ubicada evidentemente en territorio soberano de Israel. Ese es el número ya confirmado por el Ejército de los secuestrados a cuyas familias se notificó que están en manos de Hamás. Quizás no sea el número definitivo, pero al parecer es muy cercano a ello.

Una de las particularidades de la situación es que hay familias en las que varios de sus miembros fueron secuestrados. Y sus seres queridos en Israel se consumen de angustia.

En muchos de los casos, se supo de entrada que determinadas personas habían sido secuestradas porque los propios terroristas documentaron sus crímenes en vídeo y fotos que difundieron por las redes sociales, tanto para humillar a Israel como para vanagloriarse de lo que consideran es una gran razón para sentirse orgullosos.

Fue así como Uri Rawitz (59), originario del kibutz Najal Oz, se enteró que su madre, Elma Abraham (84), estaba en manos de Hamás. Circuló una imagen de ella subida a una moto con un terrorista. No está claro si la persona que se encuentra delante es otra mujer secuestrada. Delante de la moto, ya en Gaza, hay otro terrorista con un arma automática.

Elma Abraham

El sábado 7 de octubre Uri se despertó a las 7:30 de la mañana por las alarmas en Tel Aviv. «Mi teléfono estaba silenciado… y entendí que si ocurría en Tel Aviv, obviamente también en Najal Oz, que está situado a tan solo un kilómetro de Gaza. Entonces veo que tenía cinco llamadas sin responder de mi mamá, desde aproximadamente las 6:30 de la mañana», cuenta Uri hoy en medio del dolor.

«Llamo de inmediato a mi mamá, me dice que está en la habitación de seguridad, les dieron instrucciones de permanecer encerrados con llave en las casas, me cuenta que hubo una infiltración, había una camioneta y terroristas que estaban disparando». Respira hondo, cuenta que su hermano, que también vive en el kibutz, estaba en su propia casa, sin electricidad, sin teléfono y sin lograr comunicarse con su madre. «Cuando pude hablar de nuevo con mi madre, me dijo que mi hermano fue a la casa de un amigo, afortunadamente, ya que a su casa entraron terroristas y quedó destruida».

La última vez que Uri habló con su madre fue a las 10:20 de la mañana del sábado. «Me dijo que escuchaba disparos cerca y en una comunicación relativamente breve, dijo que tenía que cortar porque alguien intentaba llamarla, ésta fue de hecho la última vez que hablamos».

Más allá de lo evidente, el temor y la incertidumbre acerca del desenlace del drama actual, Uri está especialmente preocupado por la situación puntual de su madre, una persona que está perfectamente bien mentalmente –por lo cual está claro que entiende en manos de quién se halla– pero con serios problemas físicos y diversas enfermedades. Hasta imagina que habrán tenido que arrastrarla para llevársela. «Tengo claro que si vuelve, no estará como cuando yo la vi por última vez», dice con amargura.

También Itzik Horn espera. Este educador y gran activista comunitario llegado de Argentina hace más de 20 años, residente en Sderot –uno de los blancos más asiduos de los cohetes de Hamás desde hace más de dos décadas– tiene a dos de sus hijos en manos de la organización terrorista. «Soy el papá de Yair y Eitán que están desaparecidos desde el Sábado Negro», dice y tiene que interrumpir la entrevista porque el llanto le ahoga la garganta y le nubla los ojos.

Itzik HornJana Berris

«No sabemos nada, absolutamente nada hasta ahora: no sabemos si están vivos, si están muertos… sabemos que faltan de Nir-Oz, el kibutz donde vive Yair. Eitán vive en Kfar Saba, no en la frontera con Gaza sino al norte de Tel Aviv, pero fue a visitar a su hermano para pasar con él el fin de semana».

Itzik Horn está furioso y parece buscar las palabras más fuertes para describir lo que hicieron los terroristas, pero siente que todo es poco.

«Falta mucha gente en el kibutz desde la entrada de estas bestias humanas» , recalca. Y recuerda…«Voy a evitar el relato de las barbaridades del Hamás porque todo el mundo lo vio. Cuando yo consigo comunicarme con alguien de Nir-Oz, el mejor amigo de mis hijos, me dice: 'Itzik, no están, no los encontramos…'. Yo entendí perfectamente lo que quiere decir 'no los encontramos', pero me negaba a aceptar lo que estaba entendiendo. Hasta que por fin me dijeron: 'Itzik, no los encontramos, en el kibutz, escondidos no están, entre los cadáveres que están todavía acá tirados por las calles del kibutz, no están'. Nosotros buscamos en los hospitales, no están, la deducción es que se los llevaron a Gaza».

Hijos de Itzik Horn

Y agrega: « En las películas que esta basura humana compartió en la red, no sólo las atrocidades sino cómo se llevaban a los rehenes, tampoco los vimos. O sea que la conclusión es que están en Gaza. Pero algo que nos de a entender que están en Gaza, no. Por lo tanto, no sabemos si nuestros hijos están vivos o muertos».

Ningún escenario es bueno, aunque a Horn lo carcome la incertidumbre. Si le confirman que hallaron los cuerpos, les dará sepultura y tendrá dónde llorarlos. Si se confirma que están en Gaza, por lo menos sabe algo con certeza… pero es una situación horrorosa. «Es que no están prisioneros del Ejército de Noruega y son prisioneros de guerra amparados por la Convención de Ginebra. Están en manos de una horda de asesinos, que hicieron lo que hicieron, pero, aparte, su única misión de existencia sobre la tierra es eliminar al Estado de Israel y matar a los judíos. Entonces, qué tranquilidad ya puedo tener…».

Al planteársele una dura pregunta acerca del posible desenlace, si quiere de todos modos que se negocie la liberación de sus hijos y los demás secuestrados aún sabiendo que los terroristas palestinos presos en Israel que puedan ser excarcelados son un peligro, responde con sinceridad: «Conociendo la historia, sabemos que liberen los que liberen, van a volver a hacer lo que hicieron. O sea, esto es un círculo … yo, como padre, quiero que liberen a mis hijos. Yo quiero a mis hijos, pero primero tengo que saber que están en manos de esta gente, perdón me equivoqué, de esta escoria humana. A mí no me daría el estómago para decir que no, que no los liberen. Pero yo te voy a decir otra cosa, Jana, si yo tengo que ir a hablar con el diablo para que liberen a los chicos, yo hablo».