Gaza y Ucrania, el mismo desafío
Si hay algo en que coinciden dos conflictos de tan distinta naturaleza es en el reto que supone la paz
Hay quienes creen –o fingen creer, que nunca se sabe– que el conflicto de Gaza es un intento deliberado de abrir un segundo frente en la guerra contra el orden unipolar dirigido por Estados Unidos y sus aliados. Hay incluso quienes fantasean con que China abra un tercer frente en Taiwán. ¿Qué hay de realidad en todo esto y qué de monstruoso sueño de la razón?
Desde luego, no es descartable que Hamás haya visto en la invasión de Ucrania una oportunidad para explotar la división de la comunidad internacional en su beneficio. Pero hay razones que desaconsejan llevar esta hipótesis, tan del gusto de los teóricos de la conspiración, demasiado lejos.
¿Cuáles son esas razones? Solo podemos especular sobre los planes de Hamás, hayan sido o no promovidos desde Teherán con la hipotética y poco creíble complicidad del Kremlin. Nadie sabe qué llevó a la organización terrorista palestina a perpetrar un crimen como el del 7 de octubre, que encajaría mucho mejor en el enloquecido currículum del ISIS que en el suyo propio, más contenido. Pero, a poco que pensemos sobre ello, lo ocurrido también puede interpretarse al revés: el bloqueo del Consejo de Seguridad de la ONU, al que se ha llegado por el enfrentamiento entre Rusia y EE.UU. a cuenta de Ucrania, deja las manos más libres a Israel para llevar la guerra a su manera.
Sin tener, por el momento, una respuesta clara sobre la posible influencia de la guerra de Ucrania en la de Gaza, sí podemos intentar analizar lo que ocurre en sentido opuesto: ¿cómo afecta lo que está ocurriendo en Oriente Medio a la campaña del Ejército de Zelenski para liberar su territorio de la invasión rusa?
Estancamiento en Ucrania
El azar ha querido que, a grandes rasgos, parezca coincidir la ralentización de la contraofensiva ucraniana en Zaporiyia y Bajmut con el brutal asalto de Hamás a Israel. Pero los conspiracionistas se preguntarán ¿de verdad ha sido el azar? En el terreno de las relaciones internacionales no recomiendo a nadie a creer en las coincidencias casuales. Sin embargo, en este caso concreto, basta cotejar las fechas para despejar toda posible duda: la liberación de Robotyne se produjo a finales de agosto, 40 días antes del ataque de Hamás. Desde entonces, no se habían vuelto a producir avances significativos del Ejército ucraniano. Y hasta los rusoplanistas más exaltados tendrán que reconocer que la causa debe preceder al efecto.
En el terreno de las relaciones internacionales no recomiendo a nadie a creer en las coincidencias casuales
En los últimos días, las fuerzas rusas han recuperado la iniciativa en algunos sectores del frente, particularmente en torno a la disputada Avdiidka, donde han conseguido algunos avances, al parecer –y esto no es novedad en esta guerra– pagados a un alto precio en vidas y material. Puede estar en ciernes un nuevo cambio de ciclo –otro más– pero poco tiene Rusia que celebrar. Como reconoció hace una semana el presidente bielorruso Lukashenko, fiel aliado de Putin: «Hay suficientes problemas en ambos lados y, en general, la situación es de empate: ninguno de los dos puede hacer nada que fortalezca sus posiciones.» Con mayores fundamentos técnicos, el general Zaluzhnyi, jefe de Estado Mayor del Ejército ucraniano, y yo mismo, militar español retirado, hemos escrito cosas muy parecidas.
La competencia por los recursos
Si, como creemos el presidente de Bielorrusia, el general Zaluzhnyi y el autor de estas líneas, ahora no es posible romper el empate ¿cómo puede evolucionar la situación en el largo plazo? Depende en buena parte del apoyo occidental a Ucrania y, en particular, de lo que ocurra en Estados Unidos, que ahora debe mirar en dos direcciones.
Es demasiado pronto para que los efectos de la guerra de Gaza se hayan dejado sentir en el frente ucraniano, pero siempre podemos especular sobre lo que puede ocurrir en el futuro. He visto analistas que se preocupan de que EE.UU. tengan que repartir sus menguados arsenales entre Tel Aviv y Kiev. Pero no parece que lo que se ofrece a uno y otro encaje dentro del mismo nicho. Israel demanda armas de última generación, sobre todo misiles para su cúpula de hierro –paradójicamente, son ellos mismos quienes se los han vendido a EE.UU., pero ahora los necesitan más– y armamento aire-suelo de precisión. No es eso lo que precisa Ucrania, más preocupada por los proyectiles de artillería, los misiles de largo alcance y los aviones F-16 que Israel tiene previsto ir reemplazando por modelos más modernos.
Pero no podemos quedarnos solo con las armas. ¿Qué pasa con el apoyo financiero? Ahí sí que existe una posible competencia entre Kiev y Tel Aviv. Sin embargo, en la política norteamericana de hoy, lo que está en juego no es la cuantía de las ayudas –en conjunto, menos del 10 % de su presupuesto anual de Defensa– sino el enfrentamiento entre demócratas y republicanos y de estos últimos entre sí.
El presidente Biden ha pedido al Congreso que apruebe un paquete de 106.000 millones de dólares, que incluye 61.000 millones para Ucrania y 14.000 millones para Israel, además de otras cantidades para la seguridad de la frontera con México y para contener a China en el Indo-Pacífico. El ala derecha del partido republicano, mayoritario en el Congreso, querría aprobar primero la ayuda a Tel Aviv. Pero ni el Senado, de mayoría demócrata, ni el propio presidente parecen dispuestos a llegar a ningún acuerdo por separado.
No sabemos cómo se resolverá el embrollo, típico de una política –la norteamericana– que aprecia más que la nuestra el equilibrio de poderes en que se basa la democracia. Pero, a mi juicio, Ucrania está mejor ahora, cuando Biden tiene en la ayuda a Israel una herramienta de presión para forzar al Congreso a debatir la ayuda a Zelenski. Y digo debatir, y no votar, porque sorprendentemente hay en las dos cámaras una clara mayoría de votos a favor de su aprobación.
Equilibrios en la cuerda floja
Un problema que sí se le presenta a Putin es el de equilibrar el apoyo a Hamás –Rusia tiene un 15 % de población islámica y una larga tradición de ayudar a los palestinos– con la necesidad de mantener a Israel, productor de algunos de los mejores sistemas de defensa aérea del mundo, al margen de la ayuda militar a Ucrania. No parece que lo esté consiguiendo, a pesar de la astuta táctica de culpar de todo a Zelenski y sus aliados en Occidente, a quienes el inefable Peskov ha acusado de haber orquestado los disturbios antisemitas de Daguestán.
Entre la espada y la pared, el propio Putin ha preferido salirse por la tangente y jugar el comodín histriónico: «Cuando miro a los niños ensangrentados, a los niños muertos, como sufren mujeres y ancianos, como mueren los médicos… aprietas los puños, los ojos se llenan de lágrimas». Alma sensible, el pobre presidente debe haber sufrido al escuchar a Amir Weitmann, alto dirigente del partido de Netanyahu, hablando claro en la propia televisión rusa: «Nos aseguraremos de que Ucrania gane, nos aseguraremos de que ustedes paguen el precio por lo que han hecho»
El desafío de la paz
Con independencia de lo que ocurra en Gaza, la guerra continúa en Ucrania sin que se vea una posible salida. El propio Lukashenko ha pedido a Putin y a Zelenski que se sienten a negociar pero… ¿qué cabe negociar? ¿Qué negociar en Gaza? En el este de Europa o en Oriente Medio ¿es razonable recompensar al agresor?
La sangre derramada será semilla de nuevos terroristas
La situación, desde luego, es muy diferente en los dos escenarios, uno de guerra asimétrica y el otro convencional. También son diferentes las perspectivas militares y políticas. Israel conseguirá derrotar a Hamás, pero juega con el tiempo en contra porque el precio que va a pagar será altísimo, no solo en vidas sino en expectativas de futuro. La sangre derramada será semilla de nuevos terroristas. Por el contrario, Ucrania no derrotará a Putin, pero tiene el tiempo a su favor. Como le ocurrió a la Unión Soviética en Afganistán, llegará el momento en que el pueblo ruso se harte de la guerra y encuentre un líder oportunista que, como en su día hizo Gorbachov, sepa encontrar caminos mejores.
¿Qué tienen entonces en común las guerras de Ucrania y Gaza? Si hay algo en que coinciden dos conflictos de tan distinta naturaleza es en el desafío que supone la paz. Una paz justa que dé seguridad a Israel e independencia a Palestina dentro de los límites impuestos por Naciones Unidas. Una paz también justa que reconozca a una Ucrania independiente y soberana en sus fronteras internacionalmente reconocidas y devuelva a Rusia al lugar que por su cultura merece entre las naciones europeas. Ambas, por desgracia, se harán esperar. Jerusalén y Crimea parecen obstáculos insalvables en los respectivos procesos de paz. Pero, precisamente por eso, no deberíamos perder de vista el objetivo, ni enturbiar el camino con tomas de postura cortoplacistas y miopes como muchas de las que, por desgracia, vemos cada día en los telediarios.