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Los hermanos de un árabe secuestrado en Gaza

«Hamás no diferenció entre musulmanes o judíos, árabes o israelíes, solo buscaba el caos total»

El ataque terrorista del pasado 7 de octubre trastocó por completo la vida de Amir y Salem El-Atrash, árabes beduinos, que ahora solo esperan la liberación de su hermano Muhammad

El ataque terrorista de Hamás del pasado 7 de octubre, y que desencadenó la actual guerra en la Franja de Gaza, ha cambiado por completo la vida de los israelíes. Ese «sábado negro», que se ha convertido en el particular 11-S del Estado judío, ha provocado un profundo cambio en la sociedad israelí. Las historias de los familiares de los rehenes han ocupado las principales portadas de los medios de comunicación, así como los testimonios de aquellos que fueron liberados durante el último, y único, alto el fuego que se ha podido pactar en estos cinco meses de conflicto.

La historia de Muhammad El-Atrash (40 años) es como la de muchos israelíes, pero a la vez diferente. Este varón forma parte de la, muchas veces olvidada, comunidad árabe beduina que se asienta en el desierto del Néguev. En su ofensiva contra el país hebreo, Hamás no diferenció entre confesiones, mujeres, hombres o niños. Simplemente arrasó allá por donde pasó y Muhammad –musulmán y árabe israelí– se encontraba ese día en el sitio y momento equivocado.

Sus hermanos, Amir El-Atrash (28) y Salem El-Atrash (36), cuentan a El Debate que no saben nada de él desde ese fatídico día. Muhammad se encontraba trabajando en la frontera con la Franja de Gaza cuando miles de milicianos de la organización islamista se infiltraron en Israel sembrando el terror. Su último mensaje es de las 6:13 de la mañana, del 7 de octubre. Desde ese momento pierden toda comunicación con él. No fue hasta una semana después que el Ejército israelí les informó de que su hermano mayor se encontraba secuestrado en el enclave palestino. Las autoridades israelíes habían podido rastrear la ubicación de su móvil, que le situaba en algún recóndito lugar de Gaza.

Camiseta con la imagen de Muhammad El-AtrashPaula Argüelles

Muhammad, forofo de los deportes y en concreto del Real Madrid, dejó atrás una extensa familia. Tiene 13 hijos, con dos mujeres diferentes, que comprenden las edades desde los nueve meses hasta los 18 años. Estos cinco meses están siendo demasiado duros para todos ellos. La madre no hace más que preguntar por su hijo, pero no pueden paliar su sufrimiento porque no tienen ningún dato. Los más pequeños tampoco entienden nada. El padre del clan, propiciado por la situación de estrés en la que viven, tuvo un ataque al corazón hace tan sólo tres días y tuvo que ser operado de urgencia.

Amir y Salem se sienten culpables por estar aquí, en Madrid, atendiendo a la prensa. Creen que su sitio debería estar al lado de su padre, pero también sienten la responsabilidad de hablar en boca de su hermano secuestrado. Contar su historia y sensibilizar al mundo sobre los horrores de Hamás. Ellos dos son el perfecto ejemplo de cómo, tras el 7 de octubre, todo se ha vuelto negro y su vida se ha paralizado. No pueden más. Sus gestos y mirada dan cuenta del agotamiento y tristeza que arrastran.

¿Qué recuerdan del 7 de octubre?

–Ese día él estaba trabajando cerca de la frontera con Gaza. Nosotros no supimos que fue secuestrado por Hamás hasta una semana después. Durante esos días en Israel había mucho caos. El Ejército israelí tras varios días nos informó de que Muhammad había sido llevado a la Franja. Desde entonces no tenemos ningún tipo de información sobre él. Nada.

Nunca encontraron restos de su ADN en la zona del ataque, por eso entendieron que sigue con vida. Pero nadie sabe cómo está, nadie lo vio. Él es una persona muy fuerte y no es fácil cogerlo y llevárselo a la fuerza, por lo que tuvo que resistirse. Hamás secuestró a ocho árabes beduinos, de los cuales ya han vuelto a Israel dos.

¿Cómo viven esta situación?

–Hace cuatro meses que no tenemos vida. Todo gira ahora alrededor de nuestro hermano y conseguir que lo liberen. Estamos pidiendo ayuda al mundo para que presione y consiga que Hamás suelte a los rehenes. Hamás no diferencia entre nadie. El 7 de octubre mataron por igual a beduinos, musulmanes, judíos, israelíes… no hacen distinciones entre religiones, les da igual que seas cristiano, musulmán o judío. Su único objetivo era crear el caos total.

Salem El-Atrash, hermano de Muhammad El-AtrashPaula Argüelles

¿Qué piensan cada vez que Hamás revela un vídeo en el que muestran a rehenes?

–Mantenemos la esperanza. Aunque no haya salido en ningún vídeo tenemos fe en que sigue vivo.

¿Cómo están viviendo la guerra en la Franja de Gaza?

–No entendemos por qué ha pasado todo esto. Este golpe nos ha destruido la vida. No solamente a nosotros, a todo el país. Todo es muy caótico. La vida de muchas familias ha cambiado drásticamente. No entendemos por qué lo hicieron, por qué Hamás decidió entrar ese sábado y hacer una masacre tan brutal.

¿Cómo era su vida antes del 7 de octubre?

–Teníamos una muy buena vida. Una rutina y disfrutábamos del día a día. En Israel teníamos una vida preciosa y estamos muy bien donde vivimos.

¿Creen que la guerra terminará pronto?

–Tenemos esperanza en que la guerra termine pronto y que se consiga la paz entre palestinos e israelíes. Ahora es una situación muy complicada, por lo que hablar de paz es muy precipitado. Pero ojalá que se acabe la guerra, las muertes y podamos vivir todos en paz.

¿Confían en que el Gobierno israelí traiga de vuelta a los rehenes?

–El problema es Hamás, que no quiere realmente acabar con la guerra. Siempre están hablando de un alto el fuego, pero hasta ahora no se ha concretado nada.

¿Qué es lo primero que quieren hacer cuando vuelvan a ver a Muhammad?

–Abrazarle [contesta con los ojos húmedos Salem mientras hace el gesto con los brazos]. Sentimos que estamos dentro de una pesadilla y solo esperamos despertarnos pronto y volver a abrazar a nuestro hermano.

Es nuestro hermano mayor y nos hace mucha falta. Siempre acudíamos a él en busca de consejo. Él tenía siempre la última palabra y ahora no tenemos a quién acudir. Le echamos mucho de menos.