Rusia
Alexéi Navalni, el férreo opositor de Putin que se atrevió a destapar la corrupción del régimen
El opositor ruso Alexéi Navalni, 47 años, murió ayer, en la prisión en la que cumplía condena por haber destapado la corrupción del régimen de Vladimir Putin. El Kremlin se ha negado a esclarecer su fallecimiento. La poca y escasa información que se ha ofrecido no da respuesta a las muchas incógnitas que rodean la muerte del mayor crítico del mandatario ruso. La versión oficial viene a decir que Navalni «se sintió indispuesto después de un paseo, perdiendo el conocimiento». Inmediatamente, aseguran, «se llamó a una brigada de ambulancias».
«Se llevaron a cabo todas las medidas de reanimación necesarias, que no dieron resultados positivos» y, en ese momento, «declararon la muerte del condenado». Fin de la explicación. El Kremlin, en palabras del portavoz de la Presidencia rusa, Dmitri Peskov, ha afirmado desconocer las causas de la muerte. Pero no es necesario esperar a los informes médicos, Navalni era culpable de plantar cara a Putin. Incluso desde la cárcel, el disidente era capaz de movilizar a la escasa oposición al régimen ruso.
Como si de una premonición se tratase, en el documental –ganador de un Óscar– que lleva su nombre, el narrador le pregunta: «¿Y si te matasen?¿Si algún día pasase, qué mensaje dejarías a los ciudadanos rusos?». Navalni responde, en tono jocoso: «No puede ser. ¿Haces una película por si muero? Estoy listo para responderte, pero que sea otra película. La segunda película». Ese momento, que el disidente veía tan improbable sí llegó.
Su sentencia de muerte fue su intención de presentarse como candidato a las elecciones presidenciales rusas, que se celebrarán este mes de marzo. Navalni era realmente el único adversario de Putin y ha corrido la misma suerte que todos aquellos que osaron desafiarlo. Una larga lista de nombres que es casi imposible de enumerar. Todas las muertes presentan una misma característica: nunca se han aclarado. Los más sonados, durante el último año, fueron Yevgueni Prigozhin, líder del grupo paramilitar ruso Wagner, y Dmitri Utkin, mano derecha de este último.
Navalni consiguió labrarse un nombre dentro de los reducidos círculos de oposición rusa por su labor, a través de su canal de Youtube, por destapar, durante décadas, la corrupción y el tráfico de influencias dentro del blindado y opaco régimen de Putin. Desde ese momento, el opositor vivía con una diana en su espalda. Cada día para el disidente era uno más en el que podía desenmascarar al mandatario ruso. Pero todo se torció cuando, en 2020, sufrió un intento de envenenamiento con el agente nervioso novichok en un ataque organizado por el FSB, los servicios secretos rusos herederos del KGB soviético.
Las imágenes del opositor retorciéndose de dolor en el avión, en el que viajaba desde Siberia rumbo a Moscú, se hicieron virales. Todo apuntaba en una misma dirección: el Kremlin. La gravedad de la situación fue tal, que la aeronave tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la ciudad rusa de Omsk, y dos días después, en un gesto de aparente buena voluntad, pudo ser trasladado hasta Alemania. Ya en el país germano, Navalni tuvo que ser sometido a un coma inducido.
A pesar de todo, una vez que se recuperó, el disidente insistió en volver a su país. Su voluntad de plantar cara a Putin era mucho mayor que el miedo a perder la vida. Navalni era consciente de que estaba condenado desde el mismo momento que pisara Rusia. Aun así, Navalni ya había tomado la decisión de volver. Las predicciones se cumplieron y, en enero de 2021, fue arrestado por un presunto caso de fraude. Desde entonces, ha pasado sus días de cárcel en cárcel. El momento crítico llegó cuando fue trasladado a unas de las cárceles más duras de Rusia.
Este ha sido el último paso para acabar con el opositor. Sin conexión con el mundo exterior, encerrado en lo que se ha bautizado como el Lobo Polar, técnicamente la cárcel IK-3, en la remota localidad de Jarp, fue donde pasó sus últimos días. La cárcel se fundó en la década de 1960 como parte del sistema de gulag de campos de trabajos forzados soviéticos. Las condiciones son imposibles de imaginar. La oposición rusa se ha quedado sin referente, mientras Putin ahonda en la represión y la falta de libertades de la sociedad.
Navalni nació el 4 de junio de 1976 en el pueblo de Butyn, en la región de Moscú. Procedía de una familia de militares y estaba hecho a viajar por el extenso territorio ruso con sus padres, Anatoly Ivanovich y Lyudmila Ivanovna. En1997, se licenció como abogado por la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Moscú y en 2001 como economista por la Academia de Finanzas del Gobierno ruso. En 2010, fue becario de la Universidad de Yale.
Posteriormente, regresó a Rusia para continuar su carrera política. Su activismo le costó muchas amenazas. En 2016, fue atacado y herido por activistas pro-Kremlin en un aeropuerto del sur de Rusia y menos de un año después, un atacante lo roció con un tinte antiséptico verde al salir de su puesto de trabajo, provocando daños en una de sus retinas. Estos episodios quedan ahora reducidos a meras anécdotas. Su perseverancia por poner fin al régimen de Putin le ha acabado costando la vida.
En el documental, finalmente Navalni acaba contestando a la pregunta. Su respuesta es clara: «Mi mensaje, si me matan, es simple. No se rindan». El opositor continúa en ruso: «Si deciden matarme, significa que somos muy fuertes. Tenemos que usar este poder para no rendirnos, para recordar que tenemos una fuerza increíble. Lo único necesario para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada. Así que no os detengáis».