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Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

El mito de Sísifo. Israel, en el laberinto de Gaza

Todo parece indicar que el Estado judío no destruirá a Hamás. Lo más que podrá lograr es arrebatarle el poder en Gaza, pero no el lugar que ocupa en los corazones de los palestinos

Soldados israelíes en la Franja de GazaTwitter FDI

Desde que proclamó su independencia el 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel se ha mostrado capaz de defenderse a sí mismo. Bajo la motivación que da la certeza de no tener otro sitio a donde ir, su ejército ciudadano, en el que las reservas no profesionales juegan un papel crítico, ha derrotado a los de sus vecinos árabes en repetidas ocasiones. Y es mérito de ellos porque, contra lo que muchos creen recordar, solo en la última de estas guerras, la del Yom Kippur en 1973, contó Israel con el decidido apoyo de Estados Unidos.

De la guerra árabe-israelí al conflicto palestino

Al final de la década de los 70, el frente árabe empezó a debilitarse. La paz entre Egipto e Israel y el éxito del nunca reconocido programa nuclear israelí dieron seguridad militar a las fronteras del Estado, ilícitamente ampliadas con los territorios ocupados en 1967.

Aunque queda mucho camino por recorrer en Siria y el Líbano, terminó entonces la fase activa de la larga guerra árabe-israelí –una contienda de alta intensidad entre Ejércitos nacionales– con un claro vencedor. Pero no llegaría la paz. Comenzaría entonces una guerra diferente, esta vez de baja intensidad, entre una Palestina ocupada sin Estado ni Ejército y un Israel bien armado pero impotente para imponerse a un enemigo que no da la cara.

Los corazones y las mentes

Para los Ejércitos de hoy, las guerras de baja intensidad son las más difíciles de ganar. A menudo se ha dicho que la única estrategia posible para derrotar a la insurgencia en los territorios donde llega a generalizarse es la de ganar los corazones y las mentes de sus habitantes. Pero también los ratones tenían una estrategia prometedora para defenderse del silencioso gato que les daba caza: ponerle un cascabel. Ambos conceptos son muy discutibles, no porque no sean útiles a nivel teórico –que lo son– sino por las dificultades que presenta su aplicación.

Las guerras de baja intensidad son las más difíciles de ganar

Cuando un Ejército despliega soldados en áreas habitadas, como ocurre en la Franja de Gaza, tiene que encontrar un equilibrio entre la seguridad de las tropas y el trato más o menos humano dado a la población civil, entre la que se ocultan los combatientes enemigos, a veces suicidas. En el caso de Gaza, la muerte de tres rehenes que habían conseguido escapar de sus captores cuando, con el torso desnudo y banderas blancas, trataban de acercarse a sus propias filas, demuestra cuál es la prioridad del Ejército israelí. ¿A cuántos palestinos que quisieran rendirse puede haberles pasado lo mismo?

Fue este un incidente desafortunado, pero comprensible. Los soldados, por bien entrenados que estén, son humanos y sienten odio y miedo. Pero cada muerto palestino –sea combatiente o no, allí civiles son todos– hace más difícil encontrar una estrategia de salida. Y eso, Hamás lo explota hasta lo ridículo, que ese calificativo merece quejarse de que en la reciente operación de rescate de dos rehenes en Rafah, que ha devuelto el ánimo a la sociedad israelí, murieron demasiados palestinos. ¿Creerán que hemos olvidado que, mientras capturaban a esos dos rehenes y a otros dos centenares más, asesinaron a sangre fría a más de 700 civiles israelíes? ¿Creerán que hemos olvidado sus macabras celebraciones?

Si Israel ha renunciado a ganar los corazones y las mentes de los palestinos –quizá porque sabe que es imposible– se ha condenado a revivir el mito de Sísifo, repitiendo una y otra vez la misma campaña sin alcanzar nunca una victoria definitiva.

La campaña de Gaza

Centrémonos ahora en lo que ocurre hoy. ¿Cómo va la tercera guerra de Gaza? Desde el punto de vista militar, y si tomamos como referencia la campaña de Mosul contra el ISIS, quizá algo mejor de lo esperado. Transcurridos menos de cuatro meses desde la entrada por tierra, el Ejército israelí se mueve por la ciudad de Gaza con relativa libertad. En el sur de la Franja, sus tropas han alcanzado el control de Jan Yunis –un control, desde luego, relativo– y se disponen a entrar en Rafah, donde se refugia la mitad de la población palestina, a pesar de todas las presiones internacionales en su contra. Recuerde el lector que las operaciones en Mosul, llevadas a cabo por el Ejército iraquí con apoyo de una coalición internacional de la que España formó parte, duraron nueve largos meses.

Los objetivos de Israel

La pregunta importante es, sin embargo, si sirve de algo esa hipotética victoria militar. ¿Contribuye a alcanzar los objetivos de la campaña? El primero de ellos es destruir a Hamás. Cuando las tropas israelíes alcanzan cualquiera de sus objetivos causan bajas a la milicia terrorista. Pero sus líderes tienen a su disposición una extensa red de túneles en buena parte intacta para moverse a otro lugar. También tienen gente motivada para reemplazar a los caídos porque, como les ocurrió a los israelíes en 1948, ellos tampoco tienen otro lugar a dónde ir. Otra vez Israel parece condenado a revivir el mito de Sísifo, ahora en el plano táctico en vez de en el estratégico.

Los hasta ahora liberados son la excepción a la regla

El segundo objetivo, traer a casa a los rehenes, es imposible sin un acuerdo con Hamás. Los hasta ahora liberados son la excepción a la regla. Repartidos por toda la Franja en pequeños grupos, siempre en zonas urbanas densamente pobladas o en túneles construidos bajo hospitales, escuelas o mezquitas, es muy difícil encontrar a los rehenes y aún más rescatarlos con vida. Si se le da tiempo, Hamás los asesinará antes de permitir su liberación.

Y el tercer objetivo, dar seguridad a un Israel traumatizado por lo ocurrido el 7 de octubre, está en abierta contradicción con el segundo. Un acuerdo con los terroristas para recuperar a los rehenes daría alas a Hamás, que solo por enfrentarse a Israel ha multiplicado su apoyo entre los palestinos. Si la masacre que dio lugar a la actual campaña da beneficios políticos sólidos a los culpables, ¿qué impedirá que vuelva a producirse?

Un futuro sombrío

De los tres objetivos, el primero es el más importante para un controvertido Netanyahu, que necesita una victoria para que se le perdone su fracaso en la prevención de lo ocurrido. El segundo es el que más inquieta a buena parte de la opinión pública israelí. Pero es el tercero el que parece verdaderamente crítico para los intereses del Estado. ¿Carece Israel de estadistas que puedan entender esta realidad? Netanyahu, desde luego, no lo es.

Todo parece indicar que Israel no destruirá a Hamás. Lo más que podrá lograr es arrebatarle el poder en la Franja, pero no el lugar que ocupa en los corazones de los palestinos. A cambio de esta victoria pírrica, Tel Aviv se quedará sin interlocutor. Sea quien sea el que se siente en la mesa para alcanzar un acuerdo con Israel, no representará a la mayoría de los palestinos. A medio plazo, pudiera repetirse la historia de Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que pasó de ser expulsado de Beirut a recibir el premio Nobel de la Paz.

Todo parece indicar que Israel no destruirá a Hamás

¿Y que pasará con los rehenes? La liberación de los que sobrevivan formará parte de cualquier posible acuerdo que ponga fin a las hostilidades. Pero tal acuerdo, lejos de traer seguridad a Israel, supondrá un incentivo para que –Sísifo otra vez– se repita lo ocurrido. ¡Ojalá pudiera creer que estoy equivocado!