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Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Gaza: lo que hay detrás de una sentencia

Muchos estarán asombrados de que, por quince votos contra dos, los jueces de la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas hayan rechazado ordenar a Israel que detenga su operación militar

Actualizada 04:30

Miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en Gaza

Miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en GazaTwitter IDF

Como saben los jueces de todo el mundo –exclúyase a Rusia, Corea del Norte, Irán, Nicaragua, Venezuela… vale, se acepta la corrección: de una parte del mundo– no se puede tomar partido en un conflicto sin escuchar a las dos partes. Quienes ven la vida a través de la agencia Sputnik mal pueden comprender por qué el Ejército ruso no termina de conquistar no ya Ucrania, sino ni siquiera el Donbás, aunque algunos todavía se consuelen pensando que lo hará en breve. Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y es un error, son al menos 700, como los días transcurridos desde que comenzó la «operación especial» con la que Putin aspira a hacerse un hueco en el libro Guinness de los récords.

Si hay tantos españoles dispuestos a mirar a través de un cristal de su color preferido lo que ocurre en la Ucrania, que queda muy lejos de nuestro mundo cognitivo, ¿qué no pasará en la de Gaza? La guerra entre Israel y Hamás no es una más. Es la prolongación de un conflicto que viene de lejos, quizá el más enconado de la historia. En un lado, el pueblo elegido del antiguo testamento. En el otro, no solo Palestina sino el mundo islámico, tan orgulloso de su destino histórico como incapaz de alcanzarlo.

Entre el público occidental, incluido el español, pesa la herencia envenenada de la Guerra Fría. Es en ese período cuando, al calor del apoyo norteamericano a Israel, se forjó una extraña alianza entre los sectores más retrógrados del fundamentalismo religioso y el comunismo ateo. Una alianza contra natura que todavía subsiste –diría que sorprendentemente si no fuera porque conozco el poder del rencor– entre los títeres de los ayatolás y la extrema izquierda europea.

Para escuchar la versión palestina del conflicto no hace falta ir muy lejos. La encontrará el lector español en todas las cabeceras que se autodefinen como «progresistas». Sus seguidores, acostumbrados a enfrentarse cada día con la creciente cifra de muertos palestinos sin contexto alguno que las justifique –como si, en vez de una guerra con un enemigo fanático oculto entre sus paisanos, aquello fuera una ejecución o un capricho de Netanyahu– estarán asombrados de que, por quince votos contra dos, los jueces de la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas hayan rechazado ordenar a Israel que detenga su operación militar.

Una sentencia justa

¿Cómo explicárselo? Es más difícil, desde España, escuchar la versión israelí. Sus alegaciones, a veces convincentes y otras no tanto, rara vez consiguen abrirse camino en los medios generalistas. Parece lógico, además, porque, entre unas cosas y otras, su régimen –al que cabe reprocharle muchos incumplimientos de resoluciones firmes de Naciones Unidas y, también, violaciones flagrantes del Derecho Internacional Humanitario en los territorios ocupados– cuenta con pocos partidarios en nuestro país. Pocos, al menos, que se atrevan a declararlo.

Paradójicamente, todavía más difícil es escuchar en España los argumentos de Hamás. Es como si la cosa no fuera con ellos. ¿Cómo explicar la aparente incongruencia? Fácil: porque lo que dicen sus líderes suele venir a dar la razón a Israel y desmonta la mayoría de los argumentos de quienes les apoyan.

Todos sabemos que Netanyahu se opone a la solución de dos Estados con todas sus fuerzas, por cierto bastante mermadas. Pero ¿qué dice de eso Hamás? Jaled Meshal, uno de los líderes de la organización terrorista y autor de un libro titulado El pensamiento político del movimiento islámico Hamás, lo deja muy claro en una reciente entrevista con un popular periodista kuwaití:

Hamás exige es un Estado palestino «desde el río hasta el mar»

Reconocer la legitimidad de Israel es una línea roja inaceptable para ellos. Igual que la extrema izquierda española –igual, también, que Irán– lo que Hamás exige es un Estado palestino «desde el río hasta el mar». Eso sí es, por cierto, tener intenciones genocidas.

¿Qué dice Hamás de la masacre del 7 de octubre? ¿Lamentan lo ocurrido y prometen no volver a hacerlo o, como Puigdemont –aunque la gravedad del delito del prófugo español no sea en absoluto comparable, si lo es su absoluta falta de arrepentimiento– solo esperan una segunda oportunidad?

Meshal también deja este punto muy claro: el asesinato a sangre fría de 1.200 personas, civiles en su mayoría y algunos de ellos niños, «revivió los sueños de una Palestina libre». Desde entonces, según el terrorista –para vergüenza de algunos que, por desgracia, no la sentirán– el grito de «desde el río hasta el mar» se escucha en manifestaciones en las universidades norteamericanas y en las capitales europeas. Madrid entre ellas. Puede que no todos los presentes en esos actos apoyen el terrorismo, pero para Hamás cuenta como si lo hicieran. De ellos recibe el aire que necesita para respirar.

¿Qué dice Hamás de la guerra que, como era previsible, había de seguir a la sangrienta incursión en territorio israelí? ¿De las víctimas civiles en la sacrificada Gaza? Sabemos que Israel asegura que hace lo posible por prevenirlas, pero que resulta imposible evitarlas porque Hamás utiliza a los palestinos, igual que a los rehenes, como escudos humanos. Le creeremos o no, pero ¿qué dice de eso Meshal? Si no las israelíes ¿lamenta al menos la pérdida de vidas palestinas? No. La Franja, para él, ya se estaba muriendo lentamente por culpa del bloqueo israelí y los palestinos –eso dice Hamás, habría que preguntarles a ellos– prefieren la libertad a la vida.

¿Vida o libertad? No es una elección fácil para todos. Seguramente habrá quien, desde España, le dé la razón a Hamás… al menos hasta que entienda la razón del bloqueo que, sorprendentemente, Meshal no tiene empacho alguno en reconocer: habiendo estado en el poder en Gaza durante 17 años, el grupo terrorista tuvo la oportunidad de construir túneles, fabricar armas y entrenar a sus militantes sin el estorbo de la Autoridad Nacional Palestina o del propio Israel. Vamos, como para abrirles la puerta.

Es, desde luego, razonable que el tribunal ordene a Israel que tome las medidas necesarias para prevenir el genocidio. Es su papel hacer cumplir la ley, aunque no tenga forma alguna de obligar a nadie a acatar sus sentencias. Ni a Israel ni a Hamás, que es quien podría parar la guerra poniendo en libertad a los rehenes. Pero, después de escuchar a Meshal –por cierto un millonario residente en Qatar– ¿aún habrá quien piense que los jueces de Naciones Unidas se han equivocado al no ordenar un alto el fuego? Verán ustedes como sí.

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