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El presidente ruso Vladimir PutinAFP

Putin estrena su nuevo mandato con un sangriento reguero de guerra y terrorismo en Rusia

La Rusia de Putin ha mostrado desde el inicio una incapacidad de los servicios secretos por garantizar la seguridad frente al terrorismo

El atentado terrorista del pasado viernes en el centro comercial Crocus City Hall, que ha dejado más de 130 muertos en Moscú, ilustra hasta qué punto el régimen de seguridad y represión impuesto en Rusia es un gigante con pies de barro.

Sobrepasados por la cantidad de frentes abiertos de forma simultánea, los servicios secretos rusos del FSB han sido incapaces de prevenir, detectar y abortar el atentado terrorista reivindicado por el Estado Islámico.

De hecho, Estados Unidos comunicó y facilitó información al Kremlin de que se preparaba un atentado yihadista inminente. El FSB simplemente desdeñó la advertencia con el argumento de que era una estrategia estadounidense para deteriorar la seguridad de Rusia.

La imagen de los cinco terroristas disparando de forma indiscriminada contra civiles desarmados con sus fusiles kalashnikov es la viva imagen del fracaso del Kremlin.

El FSB debe lidiar al mismo tiempo con una guerra de Ucrania cada vez más descontrolada e inabarcable. Al mismo tiempo, los servicios secretos se afanan en imponer un estricto control interno reprimiendo todo conato de disidencia a Putin.

Además, el FSB trata de mantener prietas las filas entre sus regiones tradicionalmente más díscolas, especialmente los territorios federados del Cáucaso y de los Urales.

El fracaso del FSB

Lo cierto es que los fracasos del FSB en materia de lucha antiterrorista son un clásico. Tal vez porque los servicios secretos rusos están más preocupados en reprimir la disidencia a Putin que en garantizar la seguridad del Estado y sus ciudadanos.

Algunos antecedentes:

En septiembre de 1999 varias explosiones en barrios periféricos de Moscú causaron 300 muertos después de que varias bombas explotaran en los sótanos de varios bloques de viviendas.

El FSB identificó rápidamente a grupos chechenos como los responsables de los atentados, que sirvieron a un recién llegado al poder Vladimir Putin para desatar la Segunda Guerra Chechena.

La aplastante victoria rusa en la guerra sirvió a Putin para apuntalar su poder e iniciar un proceso de derribo de la débil democracia liberal rusa instaurada por Boris Yeltsin tras la caída de la Unión Soviética.

Años después, sin embargo, investigaciones independientes del atentado demostraron que se trató de una operación de falsa bandera organizado por el propio FSB para justificar la nueva guerra contra los independentistas chechenos.

En 2002, separatistas chechenos, nuevamente, asaltaron el Teatro Dubrovka y, en un atentado similar al del Crocus City Hall, abrieron fuego contra el público. Después tomaron cerca de 900 rehenes.

Se inició entonces un dramático asedio de las fuerzas especiales rusas que terminó tres días después. Putin, junto al FSB, dio la orden de introducir gas venenoso por los conductos de aire del teatro. Murieron todos los terroristas, pero también 132 civiles.

La operación fue, por lo tanto, un fracaso, pero el Kremlin y su sistema de propaganda lo presentó como una gran victoria. Con todo, el incidente sirvió para que el Kremlin apretara aún más las tuercas a Chechenia y a las demás repúblicas del Cáucaso, y fortalecer el nuevo sistema autocrático que se estaba creando en Rusia.

El tercer antecedente, quizás el más trágico, tuvo lugar en Osetia del Norte en 2004. Una célula terrorista chechena asaltó la escuela de Beslán en la ceremonia de apertura del curso.

Los terroristas dispararon con fusiles de asalto de forma indiscriminada contra los niños, sus padres y los profesores. Luego tomaron cientos de rehenes.

Tras un catastrófico asalto de las fuerzas especiales rusas, murieron 334 civiles, incluidos 186 muertos. Durante el asalto, los terroristas dinamitaron el edificio de la escuela. La mayor parte de los muertos fallecieron por la explosión o aplastados por el edificio.

Mandato sangriento

El nuevo mandato de Putin tras las elecciones del 15,16 y 17 de marzo, donde Putin se hizo con la victoria con el 87 % de los votos y sin rivales con los que competir, y que la comunidad internacional ha tildado de fraudulentas, se ha estrenado con un baño de sangre.

Un baño de sangre en Ucrania y en Rusia. Días antes del atentado en la capital rusa, fueron las fuerzas del Kremlin las que se encargaron de sembrar de terror las ciudades ucranianas al realizar un ataque masivo con misiles y drones artillados contra barrios residenciales e instalaciones eléctricas de Ucrania.

Hasta 90 misiles y más de 60 drones lanzó Rusia contra los civiles ucranianos. Sin embargo, si Moscú pensaba que ese tipo de acciones no iban a quedar sin reacción, estaba muy equivocado.

Tan solo un día después, Ucrania respondió con un ataque masivo con drones contra refinerías e instalaciones industriales en varias regiones rusas.

Los ataques ucranianos contra las refinerías rusas han sido un éxito y han mermado notablemente la capacidad de producción de derivados del petróleo por parte de Rusia, una de sus principales vías de financiación.

Todos estos últimos acontecimientos suponen un revés para el Kremlin y su discurso triunfalista en Ucrania.

La propaganda del Kremlin se había encargado de difundir en los últimos meses que Rusia estaba cerca de la victoria frente a una Ucrania abandonada por sus aliados occidentales y con escasez de armas.

Sin embargo, la ofensiva rusa parece estar a punto de agotarse, Ucrania ha sido capaz de mantener relativamente bien la línea de la frontera, el paquete de ayuda militar de Estados Unidos por valor de 60.000 millones de dólares podría estar cerca de materializarse.

Mientras tanto, Rusia podría decretar una gran movilización para intentar recuperar la capacidad de empuje y frustrar un intento ucraniano de recuperación de sus fuerzas.

Los servicios de inteligencia militar ucranianos creen que Rusia empleará el atentado de Moscú para responsabilizar a Ucrania de complicidad con los terroristas yihadistas.

Ese sería el casus belli empleado para declarar oficialmente la guerra a Kiev, decretar una movilización masiva de la población rusa, establecer el Estado de guerra y provocar una escalada total en la guerra.

El nuevo mandato de Putin comenzó como concluyó el anterior: con un baño de sangre en todos los frentes.