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Antonio Ledezma
Antonio Ledezma

Fraude imperfecto versus unidad perfecta en Venezuela

Los asesores castristas del régimen venezolano sacan la carta de la fractura opositora para justificar el fraude imperfecto que pretenden implementar

Actualizada 04:30

María Corina Machado y Corina Yoris, líderes opositoras venezolanas

María Corina Machado y Corina Yoris, líderes opositoras venezolanasFederico Parra / AFP

Lograr «la unidad perfecta», fue el objetivo que nos propusimos en Venezuela, después de haber padecido las consecuencias de los desencuentros que le facilitaban las maniobras a la dictadura de Nicolas Maduro.

Entre Hugo Chávez y Maduro, suman más de 25 años desarrollando una escalada autoritaria que les ha permitido hacerse con todas las instituciones públicas, a la par que desmontaban el andamiaje social y económico que había cobrado mucha significación en el curso de las cuatro décadas de estabilidad democrática vividas en Venezuela.

Una debilitada partidocracia, cuyas toldas políticas quedaban reducidas a «cascarones vacíos», según descripción atribuida al expresidente Carlos Andrés Pérez, fue pasto fácil de la vorágine que desencadenó el naciente chavismo, ante la ceguera de las élites de un país que a la postre quedaría «rendido a los pies» de un carismático militar, cuyo único mérito era el certificado de haber fracasado en sus dos intentos golpistas verificados en Venezuela, entre los días 4 de febrero y 27 de noviembre del año 1992.

En la memoria de los venezolanos y de observadores de la comunidad internacional que seguían todo lo que acontecía en Venezuela, como si estuvieran embelesándose con una serie continuada de Netflix, están los episodios de las campañas electorales de 1998, con unos partidos desperdigados y disminuidos en medio de una manipulación de lo que se podría llamar antipolítica desvirtuada; el salto atrás que simbolizó la puesta en escena de la nominación presidencial del comandante Francisco Arias Cárdenas, un exponente de los insurgentes oficiales del fallido golpe del 4-F, como candidato presidencial de la naciente oposición al chavismo en los comicios de 1999; la facilidad con que Hugo Chávez se embolsilló las llaves de las cerraduras de todas los entes claves del estado (Parlamento, Fiscalía, Contraloría, Tribunal de Justicia, Consejo Electoral, Fuerza Armada, etc.); el desmantelamiento de los cimientos de la propiedad privada y de la libertad de expresión ante la mirada complaciente e indolente de factores internos y externos; el manejo desatinado de coyunturas como las multitudinarias manifestaciones del pueblo, las contradicciones en el seno de las guarniciones militares que llegaron a «solicitarle la renuncia a Chávez», las erradas tácticas ante el dilema de participar o no en elecciones parlamentarias, presidenciales y regionales y el paro petrolero del año 2003.

Posteriormente a esos descarrilamientos se produjeron hechos auspiciosos para los factores en resistencia al modelo chavodamurista, efemérides que son indispensables tener en cuenta para el análisis y comprensión de este razonamiento. Me refiero a las espectaculares oportunidades de revertir el aparataje dictatorial con los resultados alcanzados después de ensayar un esfuerzo celulario en el marco de la Mesa de Unidad Democrática-MUD-que nos encaminó a victorias tempranas como el triunfo «pírrico» (caracterización de Hugo Chávez) aglutinado en el referéndum revocatorio del 2 de diciembre de 2007; las laureles conquistados en importantes estados y municipios en las elecciones de gobernadores y de alcaldes del 2008; la mayoría de votos lograda en las elecciones parlamentarias de septiembre de 2010; la elogiada fórmula aplicada para elegir candidato presidencial de la unidad en los años 2012 y 2013 y, finalmente, la capacidad resiliente de la dirigencia opositora para reponerse de adversidades, para seguidamente hacer realidad la alquimia de desembocar en la asombrosa victoria en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

En menos de un mes, después de ese clamoroso triunfo que le adjudicaron a la oposición las dos terceras partes de las curules del parlamento, la dictadura se las arregló para boicotear con argucias legalistas esa decisión soberana de los electores venezolanos. La Asamblea Nacional fue declarada en «desacato». La ciudadanía persistió en su lucha por recuperar la libertad. Se propuso en mayo de 2016 realizar un referéndum revocatorio, esta vez para salir de Maduro. También dañaron esa vía. Se retomaron escenarios de dialogo. Se han burlado de todas las negociaciones. La gente siguió marchando, protagonizo vigilias, huelgas de hambre, se expresó por medio de plebiscitos, hasta que llegó el prodigio de un gobierno interino que fue reducido a una ilusión perdida por obra y gracia de los amaños de la dictadura y por desatinos de la propia dirección opositora.

Hasta que insurgió María Corina Machado de las fuerzas espléndidas de unas elecciones primarias, en las que se produjo la hazaña histórica de una ciudadanía impetuosa que estremeció al mundo democrático y atontó al régimen dictatorial. Fue el punto de partida de una unidad perfecta con liderazgo legitimado y una estrategia compartida: acudir al escenario de unas elecciones aceptables.

Pues bien, ni siquiera eso tolera la dictadura que, apela a las intrigas, al uso del dinero sucio que acaudala y a la brutalidad de su fuerza represiva, para pretender apagar esa luz de esperanza que representa María Corina Machado en el oscuro panorama nacional. En los conciliábulos del régimen montan el ardid de una supuesta división de la oposición, cuando es público y notoria la unidad perfecta y auténtica en torno a María Corina. Pero sus asesores castristas sacan la carta de la fractura oposicionista para justificar el fraude imperfecto que pretenden implementar a contra corriente de un río desbordado de gente clamando un proceso respetable y aceptable para las partes en conflicto.

Para Maduro, aparecer en público mostrando un resultado abultado numéricamente y, previamente, fabricado en su casa de la trampa y de los trucos (CNE), no sería nada nuevo. Ya lo hizo frecuentemente cuando se adjudicaron más de diez millones de votantes apoyando el «si» en el referéndum sobre el Esequibo en reclamación. Por eso y mucho mas no le falta razón a María Corina de reclamar respeto a la decisión autónoma de los venezolanos puesta de manifiesto el pasado 22 de octubre, fuerza capaz de sobrepasar esas fullerías, así como la imperiosa necesidad de actualizar el Registro Electoral Permanente y asegurar una observación internacional a tiempo y calificada.

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