Ganar sin votos, por las malas en la Venezuela de Maduro
El dictador se adelanta al carnaval y monta su subyugada comparsa de colaboradores ataviados de opositores, para aparentar que tiene contrincantes, cuando bien se sabe que no son más que dóciles sirvientes
El dictador Nicolás Maduro se ha autoproclamado, anticipadamente, vencedor en las elecciones sin fechas que él pretende organizar, como el que «se despacha y se da el vuelto en su propia tienda». Sin empacho alguno ha sentenciado que, «ganaremos por las buenas o por las malas». Así lo ha dicho en un mensaje televisado que le ha dado la vuelta al mundo, no por la grandeza de sus arengas –que bien sabemos están plagadas de retórica nada inspiradoras– sino por las extravagancias y pachotadas que suele repetir, ante una cautiva y domesticada audiencia que, está obligada y adiestrada a aplaudirle y a celebrarle cada una de sus sandeces.
Maduro tiene el sol en sus espaldas. Es una quemazón que le va chamuscando sus agotadas reservas de apoyo, al extremo que se va quedando sin anclaje en las también disminuidas bases del otrora animoso chavismo. Sin respaldo popular, sin gestión que mostrar, como lo hacía en sus tiempos de mando el dictador Pinochet, Maduro se siente perdido sobre las ruinas de un país que ha descalabrado en todos los órdenes. Solo le queda el aparato represor.
Por eso cuando le nombran a María Corina Machado siente ese pánico que le corre como un escalofrío que le trepida en cada hueso de su temblorosa humanidad. No quiere medirse en elecciones libres con ella. Opta por burlar el Acuerdo de Barbados, con el que se ha comprometido a facilitar la ruta electoral como vía pacífica para remediar la catástrofe que él ha originado, en ese país que persiste en estrujar hasta más no poder.
Solo le queda el aparato represor
Para que mis lectores tengan una idea de cómo de mal funcionan las instituciones en Venezuela, les dejo estos datos absolutamente verídicos:
El Tribunal Supremo de Justicia está compuesto por activistas («magistrados») incondicionales al régimen de Maduro. Son sicarios disfrazados de jueces luciendo togas y birretes. Muchos de ellos no reúnen los requisitos académicos para desempeñarse como jueces del alto tribunal de la República. Por eso se limitan a cumplir órdenes, a redactar y ejecutar sentencias acordes a los antojos de Maduro.
La actual presidenta del TSJ es Caryslia Beatriz Rodríguez, su mérito es ser una frenética propagandista del partido base de la dictadura, al extremo que desde la trinchera que ocupaba el año pasado en ese ente (Sala Electoral) disparó a mansalva resoluciones para tratar de implosionar las elecciones primarias que, afortunadamente, se pudieron realizar exitosamente el pasado 22 de octubre.
El Fiscal General de la República, Tarek William Saab, es un activista furibundo del chavomadurismo. Fue diputado miembro de la bancada del partido de Maduro. También se desempeñó como gobernador del estado Anzoátegui postulado por «los rojos, rojitos». De allí que para nada actúa como «parte de buena fe» a la hora de defender los derechos de los ciudadanos venezolanos, más bien procede como el vengador inclemente de la falsa revolución.
El Contralor General de la República, funcionario llamado a «velar por el buen funcionamiento y la transparente administración del patrimonio público del Estado venezolano», es, en la actualidad, con carácter de 'encargado', Jhosnel Peraza, otro partidario incondicional del régimen madurista. Como lo es también, Elvis Amoroso, un exdiputado fanático de esa tendencia, quien desde la Contraloría ganó créditos, inhabilitando arbitrariamente a María Corina Machado, para pasar a dirigir actualmente el Consejo Nacional Electoral.
Sin embargo, con todo ese tinglado, más las fuerzas policiales que le sirven de forma abyecta para detener, torturar y asesinar a disidentes, Maduro se muestra temeroso, esquivo y renuente a honrar los acuerdos suscritos para que en Venezuela se den elecciones libres en el segundo semestre del año en curso. Juega irresponsablemente con la fecha de tal proceso, tratando de confundir a los venezolanos que lo repudiamos hasta más no poder. No quiere que se revise y actualice el Registro Electoral para impedir que votemos los millones de venezolanos de la diáspora, ni los nuevos votantes, y se muestra arisco cuando se propone invitar a observadores calificados de rango internacional.
Maduro se adelanta al carnaval y monta su subyugada comparsa de colaboradores ataviados de opositores, para aparentar que tiene contrincantes, cuando bien se sabe que no son más que dóciles sirvientes, que se prestan a cumplir tan indigno papel. Bajo el estribillo de «se busca un sustituto», ilusamente, pretende sacar del camino de la medición electoral a María Corina Machado, cuando bien sabe la gente y la comunidad internacional que lo que realmente maniobra es poder contar con un monigote o perro fiel que esté prevenido a ladrar cuando él así se lo ordene.
O sea, un subordinado que agache la cabeza para no mirar el escandaloso fraude que está cocinando en esas instituciones doblegadas, pero que María Corina está decidida a desmontar con la solidaridad de los venezolanos que le confiamos el mandato de ser nuestra abanderada presidencial.