La herida no sanada del Partido Conservador
Lo cierto es que el conservadurismo está hoy completamente roto por dentro. La gran cuestión para ellos, que asumen una derrota de proporciones nunca vistas, es si sobrevivirán y no serán atrapados por el extremismo de Nigel Farage
Una cosa de la que casi nadie habla en estas elecciones es de las consecuencias del Brexit. Ni los que defendieron el remain han seguido haciéndolo después de que se completara el Brexit bajo el Gobierno de Boris Johnson. Nadie discute que él ganó en 2019 unas elecciones con una mayoría aplastante de 365 escaños contra 202 de los laboristas y un porcentaje del 43,6 % de los votos contra un 32,1 % de los laboristas. Y su lema electoral no podía ser más claro: «Get Brexit done» Terminemos el Brexit. Pero como cuentan algunos remainers que abandonaron el partido, lo inaceptable no era dejar la Unión Europea. Quizá eso pudiera tener una justificación. Lo que no era aceptable era hacerlo con la mayor confrontación posible con la UE y sus partidarios y buscando una ruptura radical.
Eso era inaceptable porque, como me recuerda un remainer que está en la Cámara de los Lores, hubo un 48 % de los que votaron que lo hicieron en contra. Y hubo casi un 30 % del electorado que no respondió a la pregunta muy explícita de si «¿Debería el Reino Unido permanecer como miembro de la Unión Europea o debería dejarla?» Yo no he encontrado a ninguno de los que entonces apoyaron abandonar la UE –y conozco a bastantes– que ahora me diga que fue un error. Pero lord Lamont, antiguo canciller del Exchequer nos dice ahora que lo importante es «haber recuperado la plena soberanía» Y que «tampoco tiene nada de malo tener nuestras políticas alineadas con las de la Unión Europea. Pero por una decisión de nuestro Parlamento». Así que se me queda una cara un poco de desconcierto. ¿Toda esta tragedia política para al final estar prácticamente donde estábamos?
El acto casi final de la campaña fue el mitin del pasado martes por la tarde en el que estuvieron Rishi Sunak y Boris Johnson. Pero se cuidaron muy mucho de hacerse una fotografía juntos. La tesis central de la intervención de Johnson creo que se resume en esta frase: «Todo lo que viene ahora, esta semana, es una mayoría laborista gigantesca preñada de horrores, porque aunque el porcentaje del voto laborista va a ser mucho más bajo que el nuestro en 2019, aunque Starmer tenga los índices de aprobación más bajos que ha tenido nunca nadie en su posición, nuestro sistema generará esa 'supermayoría'. Porque demasiados buenos conservadores moderados votarán a otros partidos y conseguirán exactamente lo opuesto de lo que quieren».
Es decir, Johnson ignoró el voto que se puede ir al partido de Nigel Farage, Reform UK, y se centró en el que se irá a los laboristas. Una apuesta arriesgada. Pero, aunque acudió a un acto con Sunak, consiguieron lo inimaginable: no hacerse una foto juntos. Y eso, en plena campaña electoral, tiene mérito.
Lo cierto es que el Partido Conservador británico está hoy completamente roto por dentro. La gran cuestión para ellos, que asumen una derrota de proporciones nunca vistas, es si sobrevivirán y no serán atrapados por el extremismo de Nigel Farage. Lo cierto es que aunque se cumplan las encuestas y Farage saque un 17 % de los votos y el Partido Conservador un 20, el escenario sería parecido a cuando en 2019, Ciudadanos se quedó a nueve escaños del PP y a menos de un punto porcentual. Ya sabemos dónde están hoy Ciudadanos y dónde el PP.
La clave está en que el nuevo líder del Partido Conservador debe ser elegido entre los miembros del nuevo grupo parlamentario. Y en medio del inmenso descalabro que se prevé para los conservadores –la mayoría de las encuestas les da menos de cien escaños– es incierto si la mayoría interna será para los más radicales brexiteros o para los moderados que fueron remainers. Pero es indudable, como reconocen los conservadores de todas las tendencias, que Farage sigue siendo una persona muy influyente en el Partido Conservador. Y lo es desde que el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) que él lideraba forzó en 2016 a David Cameron a convocar el referéndum del Brexit. El temor entonces era que todo el ala brexitera se fuese con Farage si no había consulta. Hoy por hoy no parece probable que pueda secuestrar las ruinas de conservadurismo, pero es difícil de saber.
Lo cierto es que es habitual encontrar por todo Londres comerciantes, trabajadores de la City o de hostelería y hasta los taxistas que dicen que «hay que salir de este caos». En todo caso y como sostiene el duque de Wellington, miembro de la Cámara de los Lores y uno de los remainers que abandonó el Partido Conservador cuando se optó por el brexit duro –como Nicholas Soames, nieto de Winston Churchill– «si comparamos la elección británica de 2019, la de Boris Johnson y Jeremy Corbyn, con la elección británica de hoy con Sunak y Starmer, hay que reconocer que los británicos tenemos mucha suerte. Los dos son decentes y honorables patriotas». No le falta razón.
783 ciudadanos honorables sin derecho a voto
En el Reino Unido hay una Cámara Alta que Tony Blair quiso reformar y lo dejó a la mitad. Se trata de la Cámara de los Lores donde hasta 1999 la mayoría de la Cámara eran títulos hereditarios. Ese año Blair les quitó el derecho de voto en esa instancia parlamentaria, porque le parecía poco democrático que lo tuvieran por herencia. Pero accedió a que 92 fueran elegidos entre los hereditarios para representar a ese sector. El Partido Laborista lleva en su programa echarlos a todos.
Lo que está por aclarar es cómo mejora la democracia así, porque todos los que quedan son títulos vitalicios y cada gobierno puede nombrar a todos los que quiera, con lo que la actual mayoría conservadora de la Cámara (274 contra 172 entre los que hay hereditarios) se compensará nombrando tantos lores vitalicios como necesite el Gobierno de turno.