Elecciones en Venezuela. Perfil
Nicolás Maduro, «el gallo Pinto» con la cuchilla de los votos en la garganta de la oposición
Venezuela y el resto del mundo no supieron ver el peligro que entrañaba el que fuera ministro de Asuntos Exteriores antes de llegar a la Presidencia
Nicolás Maduro, de profesión original conductor de autobús, está al volante de Venezuela desde 2012, año en el que Hugo Chávez, le puso al frente del gobierno mientras se trataba en Cuba del cáncer que acabó con su vida.
La supuesta habilidad que tenía para tomar las curvas y esquivar los baches en Caracas no parece que le haya servido a Maduro para evitar el desplome de la economía. Venezuela, con él a los mandos, se ha desbarrancado en estos 18 años de gobierno de puño de hierro.
Hiperinflación, hundimiento de la producción de petróleo, corrupción rampante, detenciones ilegales, asesinatos y torturas forman parte de su biografía desde que se instaló en el Palacio de Miraflores. La Corte Penal Internacional (CPI) tiene una carpeta gruesa con su nombre y todos los detalles por delitos de lesa humanidad.
Tras la muerte de Chávez «Super Bigote», como le identifican en los dibujos animados creados por el régimen, se convirtió en una caricatura de su mentor. Su obsesión por imitar la retórica del bolivariano ex paracaidista le llevó a protagonizar escenas más cerca del absurdo y del ridículo que del hombre que logró imponer y extender por Sudamérica el socialismo del siglo XXI.
Maduro hablaba con pajaritos que identificaba con un Chávez reencarnado, trataba de copiar sus expresiones y modales, pero no lograba convencer. Por el contrario, lo que en el otro eran anécdotas eficaces, en él eran motivo de burla y escarnio. Casi tanto como sus carreras y bailes en esta campaña con la intervención en el escenario –y no precisamente estelar– de Juan Carlos Monedero.
Quizás por eso Venezuela y el resto del mundo no supieron ver el peligro que entrañaba el que fuera ministro de Asuntos Exteriores antes de llegar a la Presidencia. Pero en poco tiempo demostraría que su gobierno no era un chiste sino una tiranía capaz de mandar al Ejército a disparar contra jóvenes, mujeres y hombres que demandaban democracia, libertad y calidad de vida.
En 2014 y 2017 se registraron los peores baños de sangre, expresión a la que ha recurrido en estas elecciones para amenazar a la oposición o a quien intente impedir su tercer gobierno consecutivo. Centenares de muertos se contabilizaron en esos años, algunos con disparos a boca jarro.
El número de detenidos y torturados en las mazmorras del régimen varía cíclicamente, pero suele ser al alza. El SEBIN, (Servicio Bolivarianos de Inteligencia Nacional) parece haber aprendido de las dictaduras sudamericanas de los años 70 con el catálogo de suplicios a los que ha sometido a los venezolanos, incluidos los militares que dieron un paso al frente para denunciar los atropellos.
Los otros, los que están en la cúpula y forman parte del famoso cartel de los soles forman parte de ese círculo blindado o red mafiosa que ha permitido a Maduro seguir en el poder. Lo ha hecho incluso después de proclamarse reelecto en las elecciones de 2018 que no reconocieron medio centenar de países.
A los 61 años todo lo bueno (si lo tiene) y lo malo de su «madurez» lo ha compartido con Cilia Flores, su poderosa compañera con la que contrajo matrimonio por la insistencia de Hugo Chávez. «La primera combatiente» es la cara de la cruz que es Maduro para los venezolanos. Ella y los suyos está donde quieren estar y eso significa cerca del dinero y del narcotráfico.
«Los suyos» son los sobrinos de Cilia (el matrimonio no tiene descendencia común) que quedaron detenidos y condenados en Estados Unidos al atraparles la DEA con 800 kilos de cocaína, cerca de una tonelada. Por ellos, por Efraín Antonio Campo Flores y Francisco Flores de Freitas, el subestimado Maduro negoció con el gobierno de Joe Biden su libertad y la del empresario Alex Saab, el testaferro que «lavaba el dinero sucio» al que Washington también liberó para asombro de medio mundo.
La retórica de Maduro es la clásica setentista del anti imperialismo, de «Yankees go home», de burla a la recompensa que ofrece Estados Unidos, –con ese doble discurso «gringo»–, por información para detenerle.
Pero la palabrería es un asunto y a la hora de la verdad, aunque es una nulidad con el inglés, Maduro sabe hablar su mismo idioma. Dicho de otro modo, ha demostrado ser, pese a las sanciones, un gran negociador con el Tío Sam.
Otra cosa es en Venezuela donde el rostro que muestra es el del «Gallo Pinto», un ejemplar de pelea –con el que se identifica– con la cuchillas afiladas en las patas y dispuesto a cortarle el cuello al que se le ponga por delante. Se llame María Corina Machado o Edmundo González Urrutia, lo mismo le da, que le da lo mismo.