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Aquilino Cayuela

La espiral de violencia política se expande peligrosamente en todo el mundo

La profundización de la polarización política echa cada más leña al fuego. Estamos ante la mayor crisis política y democrática desde 1930

Enfrentamiento entre policías y manifestantes antinmigración en Liverpool, InglaterraPeter Powell / AFP

En pleno verano todos queremos despreocuparnos, desdramatizar. Hemos tenido un año convulso a nivel internacional y nacional. Los españoles de clase media tras vernos sableados por hacienda para sostener a un mal gobierno necesitamos unos días para rebajar el nivel de irritación de un año bien cargado de desmanes.

Sánchez se apoya para, auparse en el poder y sostenerse en equilibrio, de gentes y partidos que únicamente y por encima de todo le une una sola cosa: su desprecio a España. Cuando digo a España, me refiero a los españoles de a pie, «esos» de los que cantaba Serrat con poema de Machado: «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón».

La violencia política a la que nos somete este gobierno llega a límites insospechados. La última ha sido la escenificación y burla de Puigdemont. La anterior, un pacto fiscal de pura desigualdad en favor de los extremistas catalanes (no de los catalanes, por cierto, que temen más la voracidad fiscal comunista de los republicanos de Esquerra).

La degeneración democrática en España alcanza tales niveles de violencia política que nos retrotrae a los década de 1930. El malestar creciente se hace cada día más insoportable.

A pesar de esto, todos pretendemos pasar unos días de reposo en un agosto muy caluroso, deseamos descansar, pero, tampoco la realidad internacional, salvando los Juegos Olímpicos, nos permite ese remanso de paz.

La guerra de Ucrania no deja de recrudecerse, la guerra de Israel amenaza a toda el Oriente Próximo con una escalada sin precedentes.

Los disturbios en Reino Unido manifiestan un malestar en el conjunto de Europa por una presión migratoria insostenible.

Pero al otro lado del Atlántico las cosas tampoco andan bien.

En el Sur: Venezuela ha salido de unas elecciones esperanzadoras, pero ese dictador comunista de Nicolás Maduro no ha reconocido los resultados y ha comenzado una represión brutal contra la población, machacada por el terror y la miseria de los años de tiranía del régimen chavista.

En Estados Unidos hay una creciente tensión en la actual campaña por la presidencia. El pasado 13 de julio, un hombre armado escaló una azotea y en un mitin de campaña (en Butler, Pensilvania) disparó contra el expresidente Donald Trump, candidato republicano.

El pistolero hirió levemente a Trump, mató a un asistente al mitin e hirió de gravedad a otros dos. A su vez, fue abatido rápidamente por un francotirador del Servicio Secreto.

Tras este hecho y dadas las escasísimas posibilidades de que el actual presidente Joe Biden superase al candidato republicano fue reemplazado en la campaña por Kamala Harris. Desde entonces ha subido la confrontación y la violencia dialéctica de los candidatos en la campaña.

Estados Unidos ha estado acompañado por la violencia política desde su fundación, no en el extremos en que se ha producido en Europa desde la Revolución Francesa, pero sí ha sido una nación que tuvo de superar fuertes conflictos internos.

Recordemos que el país nació de una guerra revolucionaria, que más tarde vivió conflictos internos entre los supremacistas raciales y religiosos y los movimientos de liberación ya desde finales del siglo XVIII. Conflicto que desembocó en la cruenta guerra civil o guerra de secesión entre norte y sur, desde 1861 hasta 1865, que costó la vida a 600.000 soldados y 750.000 civiles.

Habría que incluir las brutales guerras entre los nativos americanos y el gobierno de Estados Unidos, los levantamientos de los negros americanos esclavizados, la violencia durante la Reconstrucción por la devastación durante la Guerra Civil. Más tarde, los ataques durante la era de los derechos civiles, los levantamientos urbanos de los negros y la actual violencia policial contra los negros.

Luego, el nacionalismo también ha motivado la violencia política, como los asesinatos de mormones y testigos de Jehová en el siglo XIX y los despiadados esfuerzos por privar del derecho de voto a católicos y judíos.

La violencia antisindical inspirada por la plutocracia a finales del siglo XIX y principios del XX hizo que los empresarios emplearan milicias privadas y recurrieran al ejército para reprimir la acción sindical.

Los años sesenta y principios de los setenta fueron una época de mayor violencia política y malestar social general, con niveles históricos de protestas e intentos y éxitos de asesinato. Esta agitación se produjo cuando los movimientos de ampliación de derechos desafiaron las jerarquías sociales tradicionales.

Quizás el último acontecimiento fue la toma del Capitolio, tras las anteriores elecciones, hasta que el 6 de enero de 2021, Trump llamó a los alborotadores que le apoyaban para que desalojaran el edificio. Uno de los principales manifestantes el emblemático 'Chamán de QAnon', cubierto con piel y cabeza de bisonte, anunció que abandonaba el Capitolio porque «Donald Trump pidió a todo el mundo que se fuera a casa».

En Europa y en América la excesiva presión contras los ciudadanos de clase media, violentando los resortes del Estado de derecho o de las instituciones democráticas; forzar las constituciones de los estados o la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; poner en riesgo la seguridad de los ciudadanos o la integridad de las naciones son modos de violencia política.

La profundización de la polarización política echa cada más leña al fuego. Estamos ante la mayor crisis política y democrática desde 1930.