Harmonie Comyn, viuda de un policía asesinado: «Francia mató a mi esposo»
Lo repitió varias veces: «Francia mató a mi esposo», el dolor del que no se regresa nunca quebraba su voz. Valiente, emocionada, aunque firme, consistente. Quien así ha hablado es Harmonie Comyn, la viuda del policía asesinado por un caboverdiano que refutó la orden de detención y arremetió con un coche que conducía contra el policía Éric Comyn, 54 años, padre de dos niños, dejándolo muerto en el acto y dándose a la fuga. Espero que nadie olvide las palabras de la señora Comyn.
Francia ya no es más un país seguro, mucho menos para los policías, a los que se les ha impuesto un código, digamos de amabilidad, con los delincuentes que impide que hagan su trabajo a cabalidad y sobre todo con seguridad para ellos. El crimen se produjo en La Napoule, el asesino fue apresado horas más tarde en Mougins; como es costumbre no se ha revelado su nombre ni su rostro a la hora en la que escribo este artículo, arriesga una condena a perpetuidad, ojalá la cumpla.
También como ya es habitual, el bandolero había sido detenido por varios actos de delincuencia graves, diez en total, lo habían liberado sin consecuencias para él, pese a estos actos delincuenciales poseía un documento de residencia temporal en Francia, identificación que se le niega frecuentemente a las personas que provienen de estados totalitarios y de tiranías, como sucede con los cubanos y los venezolanos, que no reciben absolutamente ningún trato de favor en este país, todo lo contrario.
Saludo la valentía de esta mujer, Harmonie Comyn, que ha manifestado «alto y claro»: su esposo fue asesinado por Francia, debido a la insuficiencia, por culpa de la ineficacia, por la inmoralidad, la cobardía, el relajo de este gobierno y de gobiernos anteriores frente a la inmigración proveniente de África, adulada y consentida hasta extremos insoportables.
Ahora, después de un acto sin remedio con efectos dolorosos para una familia, por fin el criminal será juzgado y condenado probablemente a prisión a perpetuidad, lo que implica una celda protegida, cómoda, recibirá tres comidas al día, lecturas, estudios, un pago de por vida para que su tranquilidad no peligre. A lo que no tiene acceso hoy en el país galo ningún jubilado que ha trabajado y cotizado sus impuestos de manera honorable.
Mientras que para la familia del lamentado Éric Comyn la pena de ausencia será permanente, sin derecho a nada como no sea al amor de los más cercanos, de los compañeros de trabajo, y quizás a las migajas del Gobierno; quedan unos niños huérfanos, otra viuda (desgraciadamente no es la única madre de familia y mujer de policía que pasa por esta tragedia), una hermana sin su hermano, unos padres sin su hijo. Inadmisible.
Vale inquietarse y preguntar hasta que alguien nos oiga: ¿de qué lado entonces está la verdadera justicia si continuamos aceptando personas que no quieren integrarse ni aceptan las reglas de conducta del país que con tantos miramientos complacientes los recibe? Del lado de los franceses y ciudadanos de bien desde luego que hace rato no está. ¿Desde cuándo y en qué, proteger criminales resulta positivo para una sociedad y una civilización que otrora tuvo tanto de qué vanagloriarse? Una verdadera vergüenza, una agresión permanente a los ciudadanos que viven de su esfuerzo, de su trabajo, de portarse dentro de los parámetros de la decencia.
No sé qué responderá el presidente Emmanuel Macron a Harmonie Comyn, tal vez intente como es habitual en él otro golpe teatral, un acto de magia fuera de lugar, proponga regalarle una medalla (yo en lugar de la viuda no la aceptaría), pero lo que sí urge es que se ajuste de una vez y por todas el cinturón luego de abrocharse los pantalones, acabe de formar un Gobierno con ministros fuertes, de hombres y mujeres que de verdad sepan encarar los problemas y enderezar a este país, expulsar a los que le hacen daño a diario, regir y gobernar de verdad, con robustez y dureza frente al odio y a la maldad. De lo contrario, Francia se perderá para siempre, y a Macron se le recordará como un inane, un fútil, una marioneta de quienes nos quieren ver desaparecidos y acabados.