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AnálisisJosé María Ballester Esquivias

El lío de faldas que ha hecho tambalearse al Gobierno de Meloni

La relación adulterina del exministro Gennaro Sangiuliano con la influencer Maria Rosaria Boccia ha provocado la primera dimisión causada por Instagram

El ministro de Cultura de Italia, Gennaro Sangiuliano, en el festival de cine de VeneciaEFE

El escándalo estalló a finales del pasado mes, cuando la empresaria e influencer Maria Rosaria Boccia anunció en Instagram que había sido nombrada «asesora para grandes eventos» en el Ministerio de Cultura, una afirmación desmentida casi inmediatamente por el propio ministerio.

Boccia replicó entonces, siempre en la misma red social, publicando no solo fotos en las que aparecía con el ministro Gennaro Sangiuliano durante encuentros oficiales, sino también documentos confidenciales, relacionados en su gran mayoría con a la próxima reunión de los ministros de Cultura del G7 que se celebrará en Nápoles. Así demostraba su relación laboral con el departamento ministerial que dirigía Sangiuliano. Más: Boccia afirmó, asimismo, haber realizado varios viajes a expensas del propio ministerio.

El caso empezó a alcanzar unas proporciones que obligaron al mismísimo ministro a ofrecer una explicación pública. Esta tuvo lugar el 4 de septiembre en el TG1, el telediario vespertino del primer canal de la Rai y uno de los de mayor audiencia en Italia. Durante su larga intervención, Sangiuliano admitió la relación extramatrimonial con Boccia y confirmó que primero había iniciado los trámites para contratar a la empresaria como asesora ministerial, para interrumpirlos después, reiterando sin embargo que nunca había utilizado dinero público en su beneficio.

Unos argumentos que no convencieron a la opinión pública. Dos días más tarde, Sangiuliano presentó su dimisión irrevocable, que fue admitida de inmediato por la presidenta del Consejo de ministros, Giorgia Meloni, siendo sustituido al frente del Ministerio de Cultura por Alessandro Giuli. El 10 de septiembre, la Fiscalía de Roma abrió una investigación sobre el asunto, que promete agitar el otoño político italiano con revelaciones a modo de culebrón.

El ministro de Cultura de Italia, Gennaro Sangiuliano, y la influencer Maria Rosaria Boccia@mariarosariabocciaofficial

Pero, ¿qué puede esperarse en las próximas semanas? ¿De cuánto material dispone realmente Boccia? «¿A quién se refiere cuando dice que el ministro estaba heterodirigido?», se pregunta Il Corriere della Sera. El diario más vendido de Italia intenta aportar algunos elementos de respuesta. En sus páginas se puede leer que Sangiuliano ha dicho que «un redactor de un semanario le chantajeó con fotos comprometedoras», pero no aclaró qué fotos, ni dijo nada sobre la identidad del redactor.

El corolario del lío de faldas es el aumento masivo de seguidores en la cuenta de Instagram de Boccia. Según la medición realizada por la empresa especializada SocialCom, cada post ahora vale dos mil euros, al menos veinte mil euros al mes. «¿Cómo se lo iba a imaginar cuando el 26 de agosto colgó el fatídico post anunciando su nombramiento como asesora del ministro?», se sigue preguntando Il Corriere. «Un nombramiento prometido, firmado y luego roto: ¿por quién? Boccia hizo pública una llamada telefónica entre Sangiuliano y una mujer que le decía que rompiera el contrato. No negó que se tratara de su esposa. Pero hay quien está dispuesto a jurar que fue una persona de su equipo quien intentó disuadirle».

En lo tocante a la cuenta de Sangiuliano en la misma red social, permanece inactiva desde el 28 de agosto, es decir, dos días después de que saltara a la luz su relación adulterina con Boccia. En su último post, el ya exministro celebraba la restauración del techo de Vasari, uno de los principales frescos del pintor fallecido hace 450 años, que hoy se puede admirar en una galería de Venecia. Ha sido el último acto de una vida política que hoy se encuentra en cenizas; y que prometía: no solo por el currículum de Sangiuliano, cuya carrera periodística ha sido premiada una veintena de veces. También por el encargo estratégico que tenía en el Gobierno de Meloni, que era el de ganar el relato cultural a la izquierda.