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AnálisisZoé Valdés

Macron y sus relaciones peligrosas en Marruecos

El más reciente escándalo tiene que ver con la visita oficial de tres días del presidente francés a Rabat, el presidente galo decidió añadir a última hora al séquito al controversial humorista y locutor radial Yassine Belattar, condenado por amenazas de muerte

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, junto al Rey de Marruecos, Mohamed VI, en RabatAFP

Los presidentes franceses, o de cualquier otro país, manifiestan en sus momentos cada uno su especificidad, digamos que su originalidad; no los enumeraré con sus preferencias porque el artículo se extendería, pero sí recordaré algo de los actuales. Si bien a Joe Biden le encantan los helados en barquillo y toquetear y oler a las mujeres jóvenes y a los niños (cosa que ya se ha olvidado; yo no).

También es cierto que nadie le ha cuestionado cara a cara por ello, como tampoco se ha escrutado lo suficiente el gusto tan mediocre que posee Pedro Sánchez por el cambio de opinión, cuyo significado es mentira, o takkiya en el islamismo, además de su amor intenso por su enamorada imputada, a la que ha llevado como primera dama (título que no existe en España) a la India; y allá se han lucido ambos cuales marajás o majases de Bollywood.

El caso de Emmanuel Macron resulta muy elocuente, es un hombre blanco, criado bajo el amparo de la burguesía francesa de provincias, destetado sensorialmente por su maestra, a la que esposó al cumplir la edad convenida, quien hoy es la primera dama de la República (título que sí es notorio en el país galo). Sin embargo, al presidente le fascina codearse con los de «abajo». ¿Qué hay de malo en eso? Nada, si no fuera presidente de Francia. La bajeza nunca ha conducido a los políticos a pensar en la dirección adecuada para el bien de un país.

Recordarán el escándalo de aquel personaje que se vendía como asistente-guardaespaldas-y-no-sé-qué-más de Emmanuel Macron, quien durante una manifestación, armado, apuntó hacia varios manifestantes, incluidas mujeres, con una pistola cargada. Se trataba en efecto de un amigo del presidente, Alexandre Benalla, joven colaborador, que se exhibía en los mítines presidenciales junto a Macron. Los hechos denunciados ocurrieron en abril del 2017. Benalla, francés de origen marroquí, había sido agente de seguridad de François Hollande, con Macron ascendió hasta devenir encargado de misión del gabinete presidencial.

Tras los hechos denunciados por la misma prensa de extrema izquierda, Médiapart, Benalla se ocultó, aunque ascendió hacia arriba, porque esta gente jamás cae hacia abajo. Corrió el rumor de que se postulaba para las municipales del 2020, aunque en realidad continuaba invirtiéndose en actividades comerciales internacionales. Condenado en numerosas ocasiones por haber usurpado —entre otras faltas— la identidad de un policía; apeló, y después, lo usual: hasta ha escrito un libro con el título Lo que ellos no quieren que yo diga, Editorial Plon, 2019.

Por no dejar de recordar, pues la memoria es importante, tal como los ultraizquierdistas afirman, pero la memoria en el sentido correcto y con la verdad por delante, aquella visita tan expuesta de Emmanuel Macron a la Isla de Saint-Martin, sudoroso en mangas de camisa, junto a dos jóvenes negros, abrazado a estos descamisados, a pechos descubiertos, que para colmo durante la tanda de fotos le hicieron un doigt d’honneur o peineta. El presidente cool no se inmutó pese a las críticas, más bien se le veía queriendo simular que se hallaba en su salsa.

El más reciente escándalo tiene que ver con la visita oficial de tres días del presidente francés a Marruecos y a su Sultán, Mohamed VI. En Francia, desde hacía tiempo las relaciones con Marruecos exigían a altos reclamos una visita de envergadura. Por fin se ha producido, como es habitual en él, el presidente ha llevado una cohorte de artistas y escritores que, o bien tienen orígenes magrebíes-marroquíes, o bien poseen palacetes o villas en Marruecos, como es el caso del intelectual Bernard-Henry Lévy. Pero. Ah, ese «pero» tan maravilloso y al mismo tiempo complicado, Emmanuel Macron decidió añadir a última hora al séquito al controversial humorista y locutor radial Yassine Belattar, condenado por amenazas de muerte.

«Según Le Figaro, este último no figuraba en la primera lista de la delegación oficial anunciada por el Elíseo, compuesta por un centenar de personas. Su nombre fue añadido a la lista de invitados este lunes por la noche», apuntó la publicación de izquierdas Le Point.

«El locutor de radio franco-marroquí Yassine Belattar mantiene una estrecha relación con el presidente de la República desde su primer mandato de cinco años. Emmanuel Macron también lo había nombrado, en marzo de 2018, miembro del consejo presidencial de las ciudades».

Finalmente renunció a este cargo, un año después, tras una polémica por el velo. Criticó fervientemente los comentarios del exministro de Educación Nacional, Jean-Michel Blanquer, que consideró que su vestimenta «no es deseable en nuestra sociedad».

Belattar sulfurado procedió a advertirle al ministro que no se apareciera en los barrios peligrosos de París porque podía sufrir graves consecuencias, lo que se consideró otra amenaza. Su repetitiva y conflictiva actitud le valió, por otro lado, condenaciones en septiembre de 2023 a cuatro meses de prisión por amenazas de muerte y delitos contra varias personalidades del mundo del entretenimiento entre 2018 y 2019.

Pese a las condenas, fue recibido por dos consejeros en el Elíseo en noviembre de 2023, pocos días antes de la gran marcha contra el antisemitismo tras el progromo del 7 de octubre en Israel. La prensa relacionó esta presencia influenciable del cómico al Elíseo con la decisión del jefe de Estado de no participar en dicha manifestación, lo que derivó en otra polémica; mientras Yassine Belattar también es señalado y acusado de proximidad —o complacencia— con los movimientos islamistas desde el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023.

Si a todo esto le añadimos la posición beligerante que ha sostenido Emmanuel Macron en los últimos tiempos frente a Israel y la cúpula de poder en ese país, tomándola en repetidas ocasiones con Benjamin Netanyahu, podríamos concluir que Macron ha iniciado desde hace un tiempo una serie de relaciones peligrosas las que no importa si le afectaría a él o a su familia, pero las que sí importaría y mucho la gravedad que provocaría al Estado francés.