Kemi Badenoch, la inmigrante nigeriana que liderará el partido más tradicional del Reino Unido
La candidata contraria al wokismo se impone con el 57 % del voto de la militancia
Los bookmakers apostaban por una victoria aplastante de Kemi Badenoch en el complejo proceso de primarias que ha culminado en su elección como líder del Partido Conservador británico. Al final, no se ha producido: la candidata de origen nigeriano gana con nitidez, pero sin aplastar a su contrincante. Ambos candidatos proceden del ala derecha –y desacomplejada– de la formación, es decir, que asumen plenamente el Brexit y sus consecuencias, abogan por una política económica abiertamente liberal –lo que puede ser útil en medio del machaque fiscal que Keir Starmer está infligiendo a los británicos–, son partidarios de la mano dura en materia migratoria y están determinados a librar la batalla cultural contra la izquierda.
Si bien con una notable diferencia de estilo, perceptible, sin ir más lejos, en la polémica sobre la hipotética salida del Reino Unido de la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos como condición sine qua non para controlar la política migratoria. Mientras Robert Jenrick hizo de esta opción un puntal de su campaña, Badenoch apostó por una postura más prudente: primero controlar los flujos de inmigrantes con nuestros medios y después, si no es suficiente, se podría plantear una hipotética ruptura con Estrasburgo. Un pragmatismo que le granjeó el apoyo de los sectores moderados del Partido Conservador, asustados ante la perspectiva de una radicalización que bien pudiera dejar a los tories una década en la oposición. En cambio, la causa antiwoke, de la que Badenoch es una abanderada, une a la práctica totalidad del conservadurismo.
No deja de resultar llamativo que Badenoch haya elegido esa causa como núcleo de su discurso, porque tiene todas las bazas para pensar lo contrario. Entre otras cosas porque su victoria significa que es la primera mujer negra que lidera un gran partido político. Más aún cuando ella misma se identifica como «inmigrante de primera generación». Y así es: Olukemi Olufunto Adegoke nació en Londres el 2 de enero de 1980, hija de un matrimonio de la inmigración nigeriana acomodada, que pronto regresaron a su país de origen. Sin embargo, como Badenoch nació en Gran Bretaña antes de que se modificaran las leyes de ciudadanía en la época de Margaret Thatcher, Olukemi, la joven Kemi pudo acogerse a una obtención generosa de la ciudadanía británica, lo que le permitió volver a Londres con 16 años, para vivir con una amiga de su familia y estudiar el bachillerato mientras trabajaba a tiempo parcial en un McDonald's.
Pero sus convicciones se forjaron en Nigeria. Ella misma ha descrito su infancia en Lagos, como de «clase media», en comparación con su entorno, al que califica de «muy pobre». Su padre trabajaba en esa ciudad –la más grande del país– como médico de cabecera, mientras que su madre era profesora universitaria de fisiología. «Ser de clase media en Nigeria», ha reconocido Badenoch, «aún significaba no tener agua corriente ni electricidad, a veces llevar tu propia silla a la escuela».
Con todo, no eran esas privaciones las que motivaron su indignación. Como ella misma dijo en su primer discurso ante la Cámara de los Comunes, allá por 2017, «vivir sin electricidad y hacer los deberes a la luz de las velas, porque la empresa estatal de electricidad no podía suministrar energía, y buscar agua en cubos pesados y oxidados de un pozo a una milla de distancia, porque la compañía nacionalizada de agua no podía sacar agua de los grifos».
Una aversión a los monopolios de Estado que dura, pues, desde la infancia y que la llevó, en 2005, a afiliarse a un Partido Conservador en el que ha ido escalando todos los peldaños, desde una concejalía en la Asamblea Municipal de Londres hasta el liderazgo del partido, pasando por el escaño en la Cámara de los Comunes y el Ministerio de Comercio en el Gobierno de Rishi Sunak. Ahora le toca organizar el regreso de los suyos al poder. Mucha habilidad necesitará si no quiere correr la misma suerte que William Hague, Ian Duncan-Smith o Michael Howard, sus tres antecesores a los que Tony Blair devoró en menos de diez años.