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AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmiranta (R)

Los apuros de Rusia en la guerra de Ucrania

¿Qué objetivos ha alcanzado el Kremlin después de haber sufrido más de medio millón de bajas en combate? Si nos centramos en los que Vladimir Putin prometió a su propio pueblo, ninguno

La 24.ª brigada mecanizada de las Fuerzas Armadas de UcraniaAFP

Dentro de unos pocos días se cumplirán dos años desde la evacuación de Jersón por las tropas rusas. Desde entonces, el frente en Ucrania permanece bastante estático –desde el punto de vista militar, la invasión de Kursk es solo una anécdota– sin que la iniciativa de la que ha gozado Rusia en el último año haya conseguido más que arrebatar a su enemigo unas pocas posiciones en el Donbás. Dos de ellas, Vuhledar y Avdiivka, tienen ya categoría de leyenda por su prolongada resistencia.

Sin embargo, no se da el mismo equilibrio en el espacio de la información. En ese terreno, Ucrania, obligada a librar una guerra defensiva bajo estándares de libertad próximos a los occidentales si quiere incorporarse algún día a la Unión Europea, es muy vulnerable. Casi cada día, los medios de comunicación del país hacen uso de sus libertades –siempre relativas en tiempos de guerra– para hacer públicas muchas de las dificultades que atraviesa su nación como consecuencia de una dura contienda que ya se acerca a los tres años.

En estas circunstancias, tan distintas de las que vemos en Rusia, la comprensible fatiga de Ucrania es, hoy por hoy, la más eficaz de las municiones empleadas por los propagandistas del Kremlin para tratar de minar la moral de las sociedades libres que, con el pueblo ucraniano en la vanguardia, se enfrentan a la invasión rusa.

¿Prueba o error?

Todo el mundo habla hoy de la desinformación rusa, a veces sofisticada pero casi siempre burda y predecible. Permita el lector escéptico que le sugiera una simple comprobación, muy fácil de realizar, para que pueda medir el fenómeno por sí mismo. Ya hemos comentado la huida de las tropas rusas de la ciudad de Jersón, una decisión sin duda difícil –era y sigue siendo la única capital de provincia que Moscú consiguió ocupar temporalmente en los casi tres años de guerra– pero obligada por la posición de extrema debilidad de los invasores antes de la movilización forzosa de 300.000 reservistas a finales de 2022.

Con ese dato en la memoria, entre el lector en la Wikipedia –la enciclopedia de todos, se dice– con el texto «batalla de Jersón» y, en el apartado de «resultado» encontrará «victoria rusa». Sí, muchas líneas más abajo, el lector obstinado encontrará –sería imposible ocultarlo– un detalle que al redactor de la reseña le debió parecer de escasa importancia: «El 11 de noviembre, las fuerzas ucranianas entran en la ciudad de Jersón, logrando así el fin de la ocupación de la ciudad». Pero eso, para el anónimo rusoplanista que manipuló el texto en cuestión, debe de haber sido en otra batalla en la que los rusos quizá ni siquiera participaron. Un detalle, en cualquier caso, menor, que en absoluto empaña la victoria rusa de Jersón.

¿Se trata de uno de esos errores tan frecuentes en la Wikipedia o de una prueba de lo burda que puede llegar a ser la desinformación rusa? Cuando el lector va a comprar algo en una tienda, alguna vez le habrán dado el cambio equivocado. Solo hay razones para sospechar cuando siempre le devuelven de menos. Es ahí donde, a poco que busque, encontrará el lector la huella de la desinformación rusa en internet.

El plan de guerra ruso… ¿pero cuál plan?

La fatiga de Ucrania, que ya hemos comentado, da pie a Vladimir Putin y a los rusoplanistas –ya sean mercenarios o vocacionales– para asegurar una y otra vez que la guerra va conforme a lo planeado por el Kremlin. Pero ¿cuál era el plan? Hoy, nos quieren convencer de que, en la mente de Putin, siempre había estado esa guerra de atrición que Rusia, una nación invencible –que se lo digan a Napoleón y a Hitler– y mucho más poblada, solo puede ganar. Y al rusoplanismo militante, capaz de alterar el pasado e inventarse el futuro, ¿qué le importa que sepamos que se trata de falsedades? ¿Por qué recordar ahora las otras veces que el dictador ruso aseguró que todo iba conforme a planes muy diferentes del actual?

Tiene cierta gracia que, para probar la invencibilidad de su tierra prometida, el rusoplanismo elimina de la historia las frecuentes derrotas del Imperio de los zares, del régimen comunista y de la Federación que surgió tras la Guerra Fría. Por recordárselas al lector, tenemos la guerra de Crimea, la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, la Primera Guerra Mundial –en la que Rusia firmó un armisticio por separado antes de la derrota de Alemania–, la guerra de Afganistán, que tanto contribuyó a la caída de la Unión Soviética, y, ya bajo la presidencia de Borís Yeltsin, la primera guerra chechena. Es cierto que, si exceptuamos las que ha perdido o empatado, Rusia ha ganado todas las demás… pero eso lo hacía hasta el mediocre equipo de aficionados al fútbol en el que yo jugaba en mi juventud, y nunca presumimos de invencibles

Es innegable que Ucrania lo está pasando mal. Las guerras siempre se hacen largas. También sufría España en 1811, después de casi tres años de una Guerra de la Independencia que aún se prolongaría otros tres más. Pero, como en todas partes cuecen habas, permita el lector que dedique unos pocos párrafos a lo que la censura rusa no puede tapar.

La quiebra política

De todos los cambios que se han producido en Rusia desde el comienzo de la «operación especial», el más fácil de percibir desde fuera es el desplazamiento de su política exterior al lado oscuro de la humanidad. Que Putin busque en los BRIC una alternativa para reemplazar los mercados perdidos en Occidente es natural. También lo es que sus socios preferidos ya no sean Olaf Scholz o Emmanuel Macron.

Hasta parece lógico que le haga la ola a un Xi Jinping que se aprovecha inmisericordemente de sus apuros y a un Narendra Modi que le riñe cada vez que le ve. Lo que es menos comprensible es que el dictador se haya echado al monte y que sus más firmes aliados –acaba de formar con ambos tratados que equivalen a alianzas– hayan pasado a ser Kim Yong-un y Alí Jamenei. Dos socios sorprendentes en verdad, sobre todo si recordamos que uno de los pretextos de Putin para justificar «su» guerra era, por ridículo que ahora suene, la defensa de la libertad de los pueblos. ¿No ha encontrado colegas mejores para eso?

Mal tienen que ir las cosas para que el Kremlin se vea obligado a confesar que la civilizada Rusia que quiso ser europea también precisa tropas norcoreanas

Que Putin se avergüenza de esas amistades me parece incuestionable. Contra toda evidencia, lleva muchos meses negando que recibe munición de Corea del Norte y armas de Irán. Sin embargo, a la fuerza ahorcan. Mal tienen que ir las cosas para que el Kremlin se vea obligado a confesar que, como Napoleón necesitaba a sus mamelucos, la civilizada Rusia que quiso ser europea también precisa tropas norcoreanas para defender su propio territorio de un vecino que, si hay que creer al dictador ruso, ya está derrotado.

La quiebra moral

No sé que sentirán los ciudadanos de Moscú al ver que, sin moverse de su sitio, el grotesco personaje que es Kim Yong-un está cada día más cerca de su propio presidente. Seguramente algunos tendrán miedo de verse abocados a ese desmedido culto a la personalidad que está en la raíz del régimen norcoreano… pero no pueden decirlo en público sin acabar sus días en las prisiones del régimen.

Lo que sí me parece desazonador es que el pueblo ruso se vea obligado a convivir con el mal. Nadie tiene el monopolio de la maldad, pero lo que ocurre en Rusia se parece cada día más al recuerdo que tenemos de la Alemania nazi: la mentira, la crueldad y la represión de toda libertad están a la orden del día. Como botón de muestra, sirva la proliferación de crímenes de guerra, a la vez negados y aplaudidos por el régimen. Y, entre ellos, sobresalen estos días los asesinatos de prisioneros de guerra ucranianos. Algo, dirá el lector, que ocurre en todas las guerras. Y es verdad, pero en la mayoría de los casos, o se ocultan o se condenan. Y no es eso lo que ocurre en la Rusia de Putin.

Lo que ocurre en Rusia se parece cada día más al recuerdo que tenemos de la Alemania nazi

En los primeros meses de la invasión, una de las fuentes más utilizadas por quienes queríamos entender lo que ocurría cada día en el frente era un canal ruso de Telegram, de nombre Rybar, que destacaba por su moderación. Presionados por el Kremlin, los gestores de Rybar han ido poco a poco corrigiendo su perspectiva y publican estos días esta defensa del asesinato de los prisioneros: «Todo el sinsentido humanitario debe dejarse a un lado. Especialmente si se tiene en cuenta que quienes atacan Rusia son oficialmente terroristas». También Dmitri Medvedev, el expresidente ruso, defiende que los prisioneros de guerra –supongo que se refiere a los ucranianos, no a los rusos– «no tienen derecho a vivir»; y el inefable líder checheno Ramzán Kadírov, siempre pasado de revoluciones, presume de usarlos como escudos humanos.

La impotencia militar

Hemos dicho que Putin se esfuerza para borrar de la historia toda huella de sus derrotas. ¿Llegará el momento en que elimine la guerra de Ucrania? Parece que sí. Para empezar, aún la sigue llamando «operación especial».

Por el momento, el dictador ruso no tiene mucho de que presumir. A falta de datos oficiales, se cuentan ya más de 75.000 militares enterrados en Rusia desde el comienzo de la guerra, y eso incluye solo a los que se pueden contar: aquellos cadáveres identificados y entregados a sus familias con certificados de defunción. Si uno quiere ir más allá, basta comparar las cifras de reclutamiento de que presume el Kremlin –en torno a los mil militares cada día– con el incremento real de los efectivos desplegados en Ucrania para darse cuenta de que el Ejército ruso está pagando muy cara su iniciativa en el frente.

¿Qué objetivos ha alcanzado Rusia después de haber sufrido más de medio millón de bajas en combate? Si nos centramos en los que Putin prometió a su propio pueblo, ninguno. No ha liberado el Donbás, ni desnazificado o desmilitarizado Ucrania. Si alguien creyó algún día que el problema era alejar a la OTAN de sus fronteras, la invasión ha logrado el efecto contrario. Si el pretexto era reunir en una sola nación a rusos y ucranianos, dos pueblos eslavos que Putin llamaba hermanos, la ingenua idea ha desaparecido de la vida pública bajo los bombardeos de las ciudades y las continuas llamadas al exterminio de personajes como Medvedev.

¿Está Rusia en el camino de conseguir sus objetivos prolongando la guerra? Solo las promesas de Putin sugieren que sí. Es cierto que Rusia avanza poco a poco en el Donbás, pero todavía está lejos de las grandes ciudades del oeste de la región. Tampoco ha logrado romper el frente en Járkov ni expulsar al Ejército ucraniano de Kursk. A pesar de imitar las tácticas de los hutíes –a los que pronto dará el tratamiento de socios preferentes– atacando buques mercantes de países neutrales, Putin no ha logrado terminar con el tráfico marítimo en el mar Negro. Ni siquiera ha logrado impedir que florezca en la bombardeada Ucrania la construcción de los drones de largo alcance que Kiev usa para atacar bases e instalaciones petrolíferas rusas a muchos centenares de kilómetros del frente.

Podría extenderme mucho más en las explicaciones. Pero siempre es contraproducente aburrir al lector. Lo expuesto es suficiente para, cuando vuelvan a contarle lo mal que están las cosas en Ucrania, recuerde que nada en la marcha de la contienda sugiere que en Moscú estén atando los perros con longaniza. La causa del Occidente al que pertenecemos –que es la causa de la libertad que el rusoplanismo explota para hacernos daño– en absoluto está perdida. Todavía merece la pena que cada uno de nosotros, con su opinión y, cuando corresponda, con su voto, arrime el hombro en su defensa.