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AnálisisAntonio Hernández Mancha

¿Por qué Occidente gira a la derecha?

La causa no puede ser otra que, por fin, la ciudadanía se ha dado cuenta de que las políticas de la izquierda global, emanadas de la filosofía de la deconstrucción, llevaban a la sociedad por la senda del abismo y, en vez de caer en él ha decidido alejarse

Madrid Actualizada 04:30

El presidente argentino, Javier Milei, el presidente electo de EE.UU.,Donald Trump y el mandatario de El Salvador, Najib Bukele

La victoria de Donald Trump en Estados Unidos viene a ratificar lo que ya se venía produciendo en países tan dispares como Argentina, El Salvador, Grecia, Italia, Francia, Portugal, Alemania, Finlandia, Holanda, Austria y un largo etcétera.

En cada uno de estos lugares la justificación de este cambio de tendencia encuentra diversas explicaciones: el creciente coste de la vida, la inflación, la inmigración clandestina… Y, como denominador común, en todos los países donde la izquierda llegó al poder su gestión ha sido un desastre.

Este argumento puramente empírico, no puede ser sin embargo suficiente para justificar idéntico resultado en países tan dispares, en geografías tan lejanas, en culturas, costumbres e historias tan diferentes. Por eso, no bastan tales explicaciones. Tiene que haber una causa más profunda que justifique la coincidencia de este giro político histórico y trascendental en medio de la mayor diversidad.

Esta causa no puede ser otra a mi modo de ver que, por fin, la ciudadanía se ha dado cuenta de que las políticas de la izquierda global, emanadas de la filosofía de la deconstrucción, llevaban a la sociedad por la senda del abismo y, en vez de caer en él ha decidido alejarse.

Dicha filosofía, tiene su origen en la nueva «gauche divine», que intenta asumir el hueco dejado por Jean-Paul Sartre, y está representada por Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Jean Baudrillard; y en las Universidades americanas por Noam Chomsky y otros. Quienes partiendo del axioma de que la verdad no existe y que los hechos, por más contestables que sean, son siempre opinables. De este modo la dialéctica de la razón ha sido sustituida por el monólogo de la impresión personal.

Las políticas de la izquierda global llevaban a la sociedad por la senda del abismo

Las redes sociales, y, lo que es peor, la prensa «seria», a la sombra de esta filosofía claramente sesgada a la izquierda, han permitidos la difusión de las opiniones más aberrantes y han venido a sustituir el discurso democrático entre discrepantes por una «tribalización» del pensamiento en la que cada uno busca lo que desea oír y no lo que debe escuchar. O, al menos, lo que otros piensan sobre la misma cuestión.

Quien conecta la SER española o la CNN americana ya sabe lo que le espera. Y en las redes sociales pasa lo mismo. No hay sorpresa posible. El subproducto de esta filosofía en la que no se admite la discrepancia, pues al discrepante se le «cancela», produce un empobrecimiento aterrador al desparecer la dialéctica social, que se ve sustituida por los dogmas formulados por los «influyentes», esos que pretenden aportar soluciones sencillas a los más intrincados problemas en tan solo «140 caracteres».

Los seguidores de estos «influyentes» constituyen una «tribu» de seguidores –es expresión de Byung-Chul Han, no mía–, que acatan sin discusión lo que se les dice, pues el silencio es el precio que están obligados a pagar con tal de no ser expulsados, y de mantener su identidad racial, sexual, o religiosa, dentro de la «tribu».

Dado el rumbo de los acontecimientos en todo Occidente, esta filosofía que tanto me preocupaba, va dejando de preocuparme . Y auguro que su influencia, como la democracia está demostrando, irá poniendo las cosas en su sitio, como ocurrió con las sectas que surgieron al conjuro del «libre examen» de la Biblia con el desarrollo de la imprenta, antes del renacimiento intelectual que supuso la Enciclopedia y con ella la Ilustración.

Por lo demás, la historia demuestra que lo absurdo no tiende a permanecer. Las leyes de la naturaleza son inexorables pues no obedecen a la conducta humana. Las leyes sociales por el contrario, entre las que se encuentra la Ética y el Derecho, son cambiantes en cuanto dependen de la voluntad de los hombres.

La historia demuestra que lo absurdo no tiende a permanecer

Se trata pues de dos órdenes normativos que discurren por caminos paralelos en los que la naturaleza prevalece siempre cuando las leyes del hombre intentan contrariarlas. Esta evidencia es un hecho por más que la filosofía de la deconstrucción intente someterlas al albur de la voluntad humana. Las leyes de la naturaleza, además de inexorables siempre pasan factura a quien las vulnera.

Una cosa es encauzar los torrentes para evitar o empequeñecer los efectos de la inundación, y otra bien distinta, intentar evitar con leyes la inundación, intentando paralizar el cambio climático al que la conducta de los hombres contribuye sólo en una mínima parte, que, por lo demás no es, ni la única causa determinante de su existencia, ni la más importante.

De igual modo, promulgar una ley encomendando a la libertad del individuo modificar su sexo, sea con tratamientos hormonales o quirúrgicos, o por simple manifestación de su voluntad es contrariar la ley natural que asigna a cada persona un sexo. Consecuencia de tal ley es que puede tener efectos indeseables como el tardío e irreversible arrepentimiento del cambio de sexo quirúrgico producido en la adolescencia cuando se llega a la edad adulta. Y como aún más absurdo es defender la libertad del niño que yendo más lejos que desear un cambio de sexo, pretende convertirse en un gato o en un caniche.

Y así, de igual modo, que el hombre es muy libre de seguir la apetencia sexual que a su natural tendencia corresponda, resulta absurdo el intento de contrariar artificialmente el sexo que la naturaleza le asignó.

Análogo arrepentimiento padece China al contemplar el castigo a su pasada política del «hijo único», causa del envejecimiento poblacional que hoy pone límites a su crecimiento económico. O la sorpresa de las mujeres, antes feministas, que se ven luego obligadas a competir con hombres «reconvertidos» en deportes de fuerza. O el ingreso de violadores en cárceles de mujeres mediante el simple alegato de que ellos «se sienten» mujeres.

Estos ejemplos sirven para ilustrar el comportamiento de la mayoría de la gente de todos los países y creencias, que prefieren lo racional y lo natural, y que rechazan lo ilógico y lo antinatural. Cualquier ciudadano cuando se da cuenta de que sus gobernantes promulgan leyes que él no puede comprender porque van en contra de la naturaleza, de la lógica y de sus intereses les vuelve la espalda y vota a lo más alejado de ese modo de gobernar, ya sea ese ciudadano blanco, negro, amarillo o simplemente hispano.

Ya dijo el inteligente pensador Daniel Bernabé que sustituir la lucha de clases por las identidades y la diversidad es para la izquierda como «jugar a la ruleta rusa con el tambor del revólver lleno de balas». En esto, coincido con él. Y es lo que explica por qué Occidente haya vuelto a votar a la derecha.