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Edgardo PinellCracovia, Polonia

Auschwitz y el rastro de la muerte 80 años después: un Holocausto que nos advierte del futuro

Con paso del tiempo se erosiona la memoria en las nuevas generaciones y crece el temor de que una tragedia similar se repita otra vez

La comunidad judía en Europa y en el mundo tiene razones para preocuparse. Muchos universitarios se alejan del rigor histórico ante teorías de conspiración atractivas a la fantasía y otros miles en el mundo no tienen la oportunidad de conocer de primera mano el horror y el infierno en la tierra que sufrieron más de un millón de judíos como parte de la política sistemática de exterminio llevado a cabo en Auschwitz y otros campos de concentración.

¿Qué puede llevar a un hombre a ordenar tal barbaridad? ¿Cómo miles de funcionarios y militares de la Alemania Nazi fueron capaces de ejecutar tales ordenes sin cuestionarlas? Para algunos, la obsesión por el poder puede ser suficiente para crear un enemigo imaginario, inocular el odio en un pueblo deprimido y ansioso de grandezas, pero ¿toda esta ingeniería política justifica quitarle la vida a millones de seres humanos?

Instalaciones del campo de concentración Auschwitz IEl Debate

Gracias a la Asociación Judía Europea (EJA por sus siglas en inglés) pude visitar hace unos días los campos de concentración de Auschwitz. Recorrí sus patios y barracones en un apasionante y doloroso acercamiento con uno de los episodios de la historia más oscuros de la humanidad. Para quienes creemos en Dios, amamos la vida y defendemos la dignidad humana, la visita se convierte en un momento de profunda tristeza y reflexión por las vidas ahí perdidas. Y en mi caso, nació la imperiosa necesidad de hacer una oración por las almas de tantos hombres, mujeres y niños que ahí murieron.

La decisión arbitraria de arrancar a familias enteras de sus hogares, trasladarlos inhumanamente a miles de kilómetros de sus casas y países, el despiadado proceso de selección de quienes, tras su llegada al campo de concentración, morirían de inmediato o morirían después de años de trabajo esclavo son un desgarrador recordatorio de lo que miles de judíos sufrieron por el sello de la «indignidad» para vivir impuesto solo por pertenecer a una religión o una nacionalidad.

Campo de concentración de Auschwitz IEl Debate

Los ladrillos y alambres de púas de los dos campos de concentración de Auschwitz I y II, las imágenes y fotografías tomadas por los propios militares del Ejército Nazi, pero sobre todo el testimonio de los supervivientes y sus descendientes dan cuenta de un horror que muchas veces preferimos omitir para no sufrir o matizar para acomodar la historia de acuerdo con la conveniencia ideológica o política del momento.

Ayer fueron los judíos y en gran parte actualmente lo siguen siendo, pero la realidad es que cualquier grupo racial, étnico o religioso puede ser víctima del discurso del odio, del cálculo político sin escrúpulos y del desprecio por la vida. Por eso relativizar, justificar, minimizar o incluso negar el Holocausto contra el pueblo judío de Europa no solo es peligroso, si no también suicida.

Basta recordar que el Ejército Rojo de la extinta Unión Soviética liberó el campo de concentración de Auschwitz tras la derrota de los nazis el 27 de enero de 1945, pero fue ese mismo ejército, tras instalar el muro de Berlín, el que construyó los gulags soviéticos para encerrar, torturar y exterminar a miles de adversarios de su régimen comunista.

Entre los libertadores de ayer y los opresores del mañana hay un corto trayecto, por eso es oportuno recordar que los campos de concentración nazis no fueron la voluntad de un solo hombre sino la complicidad de todo un ejército de centenares de miles de soldados y la pasividad, complacencia o ignorancia del pueblo alemán. La masacre de cerca de 1,1 millón de judíos en las cámaras de gas necesitó de la participación de toda una maquinaria de guerra, de muerte y de comunicación.

Es necesario ampliar el foco de la responsabilidad de los crímenes en los territorios invadidos y controlados por la Alemania Nazi y remarcar que la educación de calidad, la creación de pensamiento crítico, la libertad de prensa, la existencia de oposición política, la independencia judicial y el equilibrio de poderes siguen siendo un mecanismo de contención contra el poder absoluto de un grupo o una élite maquiavélica o desquiciada.

La comunidad judía en Europa, en voz de la EJA, tiene razones para estar preocupada. El dolor y la memoria del Holocausto tiende a erosionarse en las nuevas generaciones e incluso a cuestionarse en sectores de la sociedad europea a pesar de los esfuerzos educativos, legales e instituciones que organizaciones y gobiernos han hecho a lo largo de estos 80 años desde que se acabó el horror en Auschwitz.

Los judíos ya no son vistos como víctimas, sino como victimarios a la luz de la ofensiva israelí en Gaza y Líbano y los miles de muertos civiles, en gran parte consecuencia de ser usados como escudos humanos por parte de los terroristas de Hamás y Hezbolá. Esta es la matriz de opinión dominante en las redes sociales, telediarios y la mayor parte de la prensa internacional.

La admirable prosperidad económica, el prestigio intelectual y la capacidad de influencia de las nuevas generaciones de judíos en los círculos de poder mundial son utilizados para desvanecer las imágenes de fragilidad, inocencia y sufrimiento de sus antepasados en Auschwitz. El actual poderío militar defensivo forzado por Israel desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para proteger su nación y convertirla en un lugar seguro para sus ciudadanos tiende a pasar por alto la historia de persecución y muerte de los bisabuelos y abuelos del actual pueblo israelí.

Ofrendas florales puestas en el Memorial de las víctimas del Holocausto en el campo de concentración de Auschwitz IIEl Debate

De esta forma, el pasado y el presente compiten e incluso parecen chocar entre sí, fortaleciendo una narrativa violenta e inquisidora que preocupa a los líderes judíos en Europa que piden no olvidar la historia para así no repetirla. Un nunca más que reconozca el derecho a Israel a existir y de defenderse si es atacado, pero sobre todo a la confesión de su fe de forma libre y sin miedo en las sinagogas y calles de Paris, Ámsterdam o Madrid.

La visita a Auschwitz no debe ser una parada turística más en un lugar icónico, sino un encuentro obligado que todo europeo debe hacer con la historia que advierte el riesgo de convertirse en presente y futuro. Por muy trillado que se escuche, no deja de ser cierto que quien olvida su historia está condenado a repetirla.