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CríticaJosé-Andrés Gallegos del Valle

Por qué merece la pena leer 'Tambores de Guerra', de Juan Rodríguez Garat

Como ciudadanos libres somos cada día más conscientes de la necesidad de determinar una capacidad de disuasión diplomática y militar creíble

Madrid Actualizada 04:30

El almirante (r) Juan Rodríguez Garat, durante la entrevista en El Debate para presentar su libro "Tambores de guerra"

El almirante (r) Juan Rodríguez Garat, durante la entrevista en El Debate para presentar su libro «Tambores de guerra»Sito Úcar

El texto bienhumorado e inteligente, prudente y arriesgado del Almirante Rodríguez Garat es una joya que merece una lectura personal. Hacía falta un planteamiento básico sobre nuestra Seguridad y Defensa, articulado para la sociedad civil, con la mirada en el futuro, sin ignorar el conjunto de nuestro rico pasado y desde la exigente realidad de nuestro presente global.

No aburriré al lector con una recensión al uso. Le brindaré algunas pistas quizá adicionales.

Fuera de nuestras fronteras –y dentro– España es una cultura.

De proyección universal, por cierto: realidad infrecuente. Inconcebible sin la fe arraigada hasta la esencia de incontables padres y madres. Una civilización recreada hoy a diario por cincuenta millones de europeos, integrados en quinientos mil kilómetros cuadrados pluriseculares. Potenciada por su posición estratégica crucial, con ocho mil kilómetros de costa e ineludibles intereses marítimos. «Más Allá», informan en latín las columnas hercúleas de nuestro escudo, para quienes quieran conocernos. Remiten a cierta geografía policontinental que conoce el español o ciertas de sus facetas. A una economía –cuarta de la U.E.– explosivamente exportadora. A una gesta humana y jurídica marcada por el radical amor a la libertad enarbolado por nuestras avanzadas Cortes de León de 1188.

La mayor parte de los españoles ni somos guerracivilistas ni vamos a serlo

«Plus Ultra» anuncia además una empresa de seiscientos millones de hablantes de español, ligada tanto a la solidaridad de nuestra familia como al progreso sostenido por el trabajo duro de tantos pueblos, expresado en España por emprendedores, gente de letras e investigadores también del mundo digital hasta la mejor robótica y la inteligencia artificial. La mayor parte de los españoles ni somos guerracivilistas ni vamos a serlo. Al contrario, reconquistamos comprensiones. Nuestra sociedad y con ella nuestro común sistema democrático se han demostrado en la esfera internacional más sólidos que las encapotadas inepcias o amenazas

En este contexto y sin dramatismo alguno compartimos el deber de defender la libre circulación de bienes, capitales, servicios y trabajo, también con el propósito de reforzar nuestro día a día marcado por las libertades de pensamiento, conciencia, religión, reunión, asociación, educación, artes o ciencias, que permiten la expansión de clases medias libres y decididas, capaces de refrendar la solidaridad más eficaz en la Europa que potenciamos junto al mejor cuidado de nuestro mundo.

La mediocridad, dorada o no, decepciona hasta la náusea a la mayor parte de los españoles en todos los campos y con cualquier Gobierno, en particular los de altura escasa. Saben que los ninis —adolescentes, adultos o ancianos, también políticos— nos colocan con su abandono irreflexivo al margen de decisiones determinantes.

El almirante Juan Rodríguez Garat, en la redacción de El Debate

El almirante Juan Rodríguez Garat, en la redacción de El DebateSito Úcar

Por eso contamos con numerosos admiradores, socios y aliados, pero también con los recelos y enemistades solapados de quienes querrían igualar hacia abajo a nuestros hombres y mujeres, los de tantos otros que envidian valores hasta promover la discordia y los de cuantos odian la democracia votada por mayorías libres que se dieron la Constitución de 1978, consolidada por el esplendor de la reconciliación, en una Transición irreversible. España afronta desleales estimulados por cierto incontestable declive político-exterior y enemigos en ocasiones poderosos que acechan a todas las democracias. Ambos buscan desorientar brújulas.

Son fuerzas —estatales o no— con enormes medios, como los salafistas telecomandados del 11 de marzo, los negacionistas de derechos humanos, las minorías lastimadas pero contrarias al principio político «una persona, un voto»; los etarras y asociados o secesionistas del tres por ciento con apoyos putinianos. También Estados –alicortos– que habrían extendido la pretensión de sus aguas jurisdiccionales hasta las Canarias y las Baleares. O –¡increíble!– buscarían frenar la expansión del español en Iberoamérica.

Se opone igualmente a nuestros valores e intereses cierta izquierda radical que empobrece a grandes naciones del Nuevo Continente o un Putin que no ha cambiado sus objetivos, al que parece mucho más barato frenar ahora en Ucrania que afrontar estragos luego. Nos amenazan fundamentalistas desde nuestro Sur al Medio Oriente. Y, recordemos, el PC pekinés no detendrá sus ambiciones en Taiwán, el Mar de la China Meridional, las rutas internacionales y los puertos capitales. No pocos hispanófonos, África y todo el Indopacífico están sobre aviso.

«Sin novedad, señora baronesa», cantaban mis abuelos. Resultado: Finlandia y Suecia forman parte de la Alianza Atlántica, mientras crece la evidencia de que no cabe aspirar a la garantía de una OTAN y unas Fuerzas estadounidenses hoy poco resueltas a cubrir a quienes no quieren protegerse. En suma: necesitamos Seguridad y Defensa eficientes ante riesgos amplificados, capaces de disuadir a quienes amenazan ya.

No nos engañamos. Quienes tenemos que decidir somos el pueblo español, como señala con razón el Almirante Garat. Compete a la sociedad civil en debate abierto y racional fijar el grado deseable de nuestra Cultura de Seguridad y Defensa –hoy apenas existente– para confiar la representación de esos intereses a nuestros Diputados y Senadores en el Legislativo y a los Ministros en el Ejecutivo, sin dejar de seguir sus trabajos en este campo, tan desorientado por cocos del Pleistoceno enarbolados desde Cohn-Bendit y Petra Kelly.

Como ciudadanos libres somos cada día más conscientes de la necesidad de determinar una capacidad de disuasión diplomática y militar creíble, capaz de evitar problemas de todo orden a corto, medio y largo plazo.

Un libro necesario. Y muy oportuno.

*José-Andrés Gallegos del Valle es embajador de España.

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