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AnálisisZoé Valdés

La caída de las capitales del mundo

La deshumanización ha llegado a niveles tales que a nadie le importa el hecho en sí, ni la narrativa enquistada que hay detrás de semejante acto de terror, más bien parecen concentrados en viralizar la acción de odio

Campamento de inmigrantes en pleno ParisAnadolu

Primero comenzó con un ligero declive, poco a poco una pátina de suciedad fue impregnándolo todo, después le siguió la chapucería vendida como modernidad y arte expuestas en las vitrinas de las principales arterias de las grandes capitales del mundo, la moda intentaba vestir con inquina a las mujeres rebajándolas a meros objetos de los diseñadores para concentrar su desprecio o su odio; lejos quedaba la célebre frase del diseñador francés de origen argelino Yves Saint-Laurent: «Le plus beau vêtement qui puisse habiller une femme, ce sont les bras de l'homme qu'elle aime. Mais, pour celles qui n'ont pas eu la chance de trouver ce bonheur, je suis là.» («La más hermosa vestimenta que puede ataviar a una mujer son los brazos del hombre que ama. Pero, para las que no han tenido esa suerte, yo estoy aquí»). La desolación se amparó de la belleza y las calles, los comercios, las galerías, las tiendas, los restaurantes, se han borrado bajo el poder siniestro de la fealdad y la sinrazón.

París, pese a sus grandes y magníficos monumentos, que antes penetraba en las mentes mediante la gran cultura y una potente armonía ha sido infiltrada de ignorancia, encubierta con tenebrosos disfraces y mascaradas que en nada nos trasmiten lo que otrora emanaba de la Ciudad Luz, belleza a pulso. Ahora rigen más que nunca las tinieblas.

Nueva York, al igual que hace décadas el centro de Los Ángeles sumido en una depauperación y deterioro inimaginables, va camino del ocaso, sino es que no se halle ya al borde del retroceso sin retorno. Calles mugrientas, olor a sucio que proviene de las cocinas de los restaurantes. Las cocinas más famosas del mundo ofertan variaciones de la misma comida refrita con aceite usado y una sazón a la manera de los que quieren imponer sus sabores o gustos, y en el mejor de los casos sus elecciones al albur coincidentes con el veganismo a ultranza.

El mal olor ha sustituido a los perfumes y colonias –todo recuerda a aquel chiste cubano que decía: «Siga la peste, tantas moscas no pueden estar equivocadas»

El nivel de violencia se ha multiplicado, tal pareciera que nadie hace nada por impedirlo o al menos detenerlo

No es lo peor porque desgraciadamente como ha sucedido en Filadelfia la droga impera, el fentanilo, entre otras, destruye a los que ya no se comportan como paseantes, sino como zombis; la muerte roda, y con la muerte el derrumbe de la humanidad. El nivel de violencia se ha multiplicado, tal pareciera que nadie hace nada por impedirlo o al menos detenerlo.

Esta semana pudimos ver en redes sociales el horror en su máxima expresión: una mujer quemada viva en el metro de Nueva York. La mujer ardía mientras se le grababa con los teléfonos, hasta un policía pasó por delante como si nada; un ser humano en llamas no lo perturbó en lo más mínimo. La deshumanización ha llegado a niveles tales que a nadie le importa el hecho en sí, ni la narrativa enquistada que hay detrás de semejante acto de terror, más bien parecen concentrados en viralizar la acción de odio y de crimen como un espectáculo cotidiano al que asisten ajenos, únicamente implicados por el regodeo en el instante y lo malvado del delito.

Quien prendió fuego a la mujer es un ilegal. Entró en Estados Unidos, cometió varios delitos, fue deportado, seguidamente volvió a entrar. Es guatemalteco, se llama Sebastián Zapeta, se dice que tiene 33 años. Se conocen más datos acerca del asesino que de la víctima, a la que en el momento en el que escribo la Policía ha tardado en reconocer debido a que su cuerpo quedó reducido a cenizas. Otra foto e identidad que se ha difundido son falsas. Si, ahí llega la maldad, a difundir fotos falsas de una persona que ha sido asesinada de manera atroz. El menosprecio y la aversión convertidos en naturalidad, sin siquiera advertirlo.

La alta criminalidad nunca ha estado ausente de las capitales del mundo, sin embargo, vivimos momentos en que tenemos que tener claro que los que llegan son invasores y no inmigrantes (llamarle inmigrante a este asesino es faltar el respeto a los verdaderos inmigrantes). Debemos ser conscientes de que esa gente abomina y maldice el lugar a donde llegan, hacen todo por dárnoslo a entender. El que no quiere enterarse es porque vive en acuerdo con un sistema de valores muy bajo y rastrero donde la autodeterminación no existe y el autodesprecio y autoincriminación por alguna culpa impuesta desde la ideología de izquierdas le ha trastocado las ideas y envenenado el espíritu y la mente. Liberarse de los complejos es imperativo y debiera ser el primer paso para salvar lo que nos queda.