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AnálisisAquilino Cayuela

'Salami slicing', la táctica de guerra predilecta en los conflictos en curso

El Servicio de Investigación del Parlamento Europeo acusa a China de utilizar esta estrategia en el aumento gradual de su presencia en el mar de China Meridional, pero también Estados Unidos ha hecho uso de ella en la guerra de Ucrania

Brigada mecanizada Ucraniana 117@DefenceU

La táctica del 'salami slicing'((cortar salami) es una estrategia común por la que un país intenta «socavar las líneas rojas de un adversario en incrementos tan pequeños que cualquier represalia sustancial que se pueda tomar contra él resulta poco razonable».

Los estudiosos de las relaciones internacionales consideran que esta táctica la emplea China, cuando presiona contra las fronteras marítimas en el mar de China Meridional, o la empleó Rusia cuando, en 2014, envió comandos fuertemente armados sin insignias identificativas –los llamados «hombrecillos verdes»– para arrebatar Crimea a Ucrania. Más tarde lo hizo en el Donbás y en Siria.

La primera vez que se usó este concepto en política (salami cortado en rodajas) fue cuando el secretario del Partido Comunista húngaro, el estalinista Mátyás Rákosi (1945-1956), describió así las acciones de su partido para tomar el poder como «cortadas de salami», en húngaro, «szalámitaktika». Actualmente, el Servicio de Investigación del Parlamento Europeo acusa a China de utilizar esta estrategia de 'salami slicing' en el aumento gradual de su presencia en el mar de China Meridional.

Estados Unidos ha seguido esta estrategia también en la guerra de Ucrania: cada «rodaja de salami», cada incremento de escalada por parte de Kiev era gracias al apoyo del armamento, la tecnología y la logística de Washington, pero en una proporción tan medida que impedía un confrontación directa con la OTAN. Rusia, por supuesto, ha amenazado con una gran escalada, con el uso de armas nucleares y con un ataque directo contra la Alianza Atlántica.

La estrategia de Washington, en el caso de Ucrania, ha ido en aumento llegando a acciones que al principio de la guerra podrían haberse considerado como el claro traspaso de líneas rojas, como el suministro abierto de armas que pudieran llegar a territorio ruso. Co el tiempo, estas acciones se han convertido en líneas difusas que se podían cruzar a medida que evolucionaba el contexto de la guerra.

Desde el principio, el presidente ruso, Vladimir Putin, intentó imponer sus líneas rojas para disuadir a las partes (Estados Unidos y los aliados de la OTAN) para aumentar su ayuda a Ucrania, pero poco a poco, la Administración de Joe Biden consiguió erosionarlas. Sin embargo, estas tácticas de 'salami slicing' no han alcanzado el resultado que muchos esperaban.

Si la guerra entre Rusia y Ucrania fuese realmente una «Guerra Fría 2.0», como insinúan algunos críticos, podríamos encontrar modelos ya hechos con respecto a las verdaderas líneas rojas de Putin. Sin embargo, estas analogías y precedentes son imperfectos y contradictorios. La situación internacional es distinta y los factores de riesgo (sino mayores) son diversos en este nuevo (des)orden mundial denominado multipolar.

Hemos de pensar, más bien, acerca de los umbrales de escalada en una nueva era de rivalidad entre grandes potencias diversificadas. Algo que se parece poco a la Guerra Fría.

Además, la escasa fiabilidad con la que Occidente puede adivinar las líneas rojas de Putin, los críticos actuales restan importancia a otro factor significativo que diferencia el conflicto actual de la precedente Guerra Fría, y esto cambia el cálculo de Moscú en torno a la escalada: los riesgos de supervivencia para el propio régimen de Putin.

Los reveses militares inesperados, especialmente al principio de la guerra, habían planteado serias dudas sobre el control del poder por parte de Putin, sin embargo, ahí sigue, sin rivales internos y tal vez con mayor poder.

Otro temor en Occidente, según algunos analistas, es que el aumento de escalada se hace creíble cuando está en juego la supervivencia existencial de un régimen político. En este sentido, Putin ofrece una estabilidad interna y mantiene narrativa consistente, semejante a la que ofrece el mandatario chino, Xi Jinping: «Una Rusia que remonta de una larga humillación y que representa una sólida tradición», el mismo esquema de relato que vale para la China de hoy.

El aumento de escalada se hace creíble cuando está en juego la supervivencia existencial de un régimen político

Frente a esto, el Occidente demoliberal y su «religión imperial» se encuentran debilitadas, aparentemente con ausencia de relato. Aunque, no nos engañemos, relato sí que lo hay, pero ya no convence fuera de sus fronteras, en la gran Sur Global, donde se percibe como una imposición arrogante.

Es más, en el Occidente intramuros, el relato demoliberal está en crisis. Aumenta una ciudadanía hastiada de imposiciones elitistas y globalistas que mantienen una agenda utópica. Crece la incapacidad de presentar un modelo de «libertad» plausible, que valga la pena defender, incluso las generaciones más jóvenes no están dispuestos a luchar por el modelo social y político vigente.

Aumenta una ciudadanía hastiada de imposiciones elitistas y globalistas que mantienen una agenda utópica

El mayor riesgo de escalada a la que se enfrenta la futura Administración de Donald Trump se centra en China. Lo que ocurra en Taiwán dependerá de diversos factores, entre ellos las expectativas de victoria del líder chino Xi Jinping y su proyecto hegemónico para un orden mundial alternativo.

El uso comparativo con la Guerra Fría podría quedar atrás y los actuales conflictos llevarnos a situaciones nuevas. Por ejemplo, si Estados Unidos decidiera desplegar tropas para defender Taiwán nos situaría ante un caso histórico donde dos grandes potencias enfrentadas con armamento nuclear entrarían en combate directo. Algo que fue la pesadilla de políticos y analistas durante la Guerra Fría y que nunca llegó a producirse.

Hemos pasado de los «rinocerontes grises» o amenazas reconocibles y relativamente predecibles a los «cisnes negros» o acontecimientos que, según nuestra limitada experiencia, conocida hasta ahora, nos sitúa en el umbral de lo imposible.