Fundado en 1910
Aquilino Cayuela
AnálisisAquilino Cayuela

El juego de Rusia (desde 2016 hasta el presente)

La pérdida de Siria simplemente ha elevado las apuestas de la guerra en Ucrania. En el esquema de Vladimir Putin, el país vecino se ha convertido en un punto de inflexión y en una lucha global entre un nuevo orden liderado por Moscú y la élite occidental

Actualizada 04:30

Un retrato del presidente ruso, Vladimir Putin, cuelga sobre el muro mientras camiones militares rusos ingresan a la base militar siria arrendada por Rusia de Hmeimim, en la provincia de Latakia, en el oeste de Siria

Un retrato del presidente ruso, Vladimir Putin, en la base militar siria de Jmeimim, en la provincia de LatakiaAFP

En 2015, el presidente ruso Vladimir Putin envió tropas a Siria en apoyo al dictador Bashar Al Assad. Un poco antes se anexionó la península de Crimea. Rusia tuvo éxito y alcanzó una posición de influencia en Oriente Medio, como nunca antes tras el colapso de la Unión Soviética.

La intervención en Siria permitió a Rusia asumir el papel de protector de los cristianos en Oriente Medio, un papel del que, en opinión de Putin, las decadentes potencias occidentales habían abdicado. El Kremlin logró presentarse como el último bastión europeo de los valores cristianos.

La intervención rusa había dado un mensaje a los países más pequeños (que no estaban estrechamente alineados con las potencias occidentales) de que no estaban solos: alíense con nosotros y les protegeremos de los cambios de régimen respaldados por Occidente. Somos el único freno de las «Primaveras Árabes» y regímenes fallidos propiciados por el establishment liberal de Occidente.

Rusia dijo «¡aquí estoy!» y sacó cabeza como potencia mundial. El Kremlin intervino en Siria como el principal actor antiterrorista contra el DAESH (o ISIS), el monstruo descontrolado que ya era un enemigo común de todos los intervinientes en el conflicto. Incluso, Estados Unidos, Turquía y varios países del Golfo establecieron canales de comunicación militar con Rusia.

Moscú profundizó entonces su relación con Irán, estableció una comisión militar conjunta, entregando misiles S-300 a Teherán (a pesar de las objeciones de Estados Unidos) y trabajó para eludir las sanciones internacionales. Putin tampoco rehuyó las discusiones con Turquía, por su apoyo a las fuerzas rebeldes sirias, llegando incluso a imponer sanciones comerciales contra Ankara. Sin embargo, su intervención militar no desembocó en el conflicto con los gobiernos suníes de la región.

En estos años la relación ruso-turca osciló entre la hostilidad y la amistad. Por ejemplo, recordemos que Putin apoyó al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante un intento de golpe de Estado en 2016, y desde la ocupación de Ucrania, Erdogan ha mantenido una posición ambivalente, según le ha interesado.

De otra parte, los Estados del Golfo respetaron el despliegue militar de Moscú en un conflicto problemático que hasta entonces había resultado difícil de gestionar. Asad fue readmitido en la Liga Árabe y los contactos de alto nivel entre Rusia y los países del Golfo se hicieron más frecuentes. Por entonces aumentó el comercio entre Rusia y Emiratos Árabes Unidos. Asimismo, Arabia Saudí y Rusia empezaron a coordinarse en política petrolera.

Más allá de Oriente Medio, distintos países de África, Asia Central y algunos de Iberoamérica consideraron tranquilizadora la capacidad de Moscú para defender a un régimen aliado de las turbulencias internas y los derrocamientos. Rusia se ha promocionado como un inversor y exportador de tecnología convincente, de construcción de centrales nucleares y de suministro de armas en todo el entorno del llamado «Sur Global».

Rusia se ha promocionado como un inversor y exportador de tecnología convincente

Su exitosa defensa de la Siria de Al Asad y poner freno a EE. UU. permitió al Kremlin venderse como exportador de seguridad a través de la compañía paramilitar Wagner, que luchó sobre el terreno junto al Ejército sirio, Hezbolá y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, mientras que oficialmente las Fuerzas Armadas rusas operaban principalmente desde el aire y, en contadas ocasiones, con fuerzas especiales sin insignia que combatieron con gran eficacia.

Desde entonces varios gobiernos africanos, incluidos los regímenes de Burkina Faso, la República Centroafricana, Chad, Libia, Madagascar, Mali, Mozambique y Sudán del Sur, y los regímenes laicos postsoviéticos de Asia Central, como Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, han recurrido a la oferta de fuerzas regulares y mercenarios rusos en sus luchas contra las guerrillas armadas y grupos islamistas y separatistas. También, su influencia logística y militar ha servido para entrenar a las fuerzas armadas y los servicios de protección locales de varios de estos países.

Para los gobiernos centroasiáticos, Rusia es un protector frente a los disturbios internos provocados por los islamistas y la oposición política respaldada por Occidente. Aquella intervención en Siria reforzó esta percepción. Rusia demostró que podía influir e incluso invertir el curso de los acontecimientos en la región.

Al mismo tiempo, a los países del Golfo se les ofrecieron proyectos de inversión en Rusia y recibieron apoyo diplomático del Kremlin. En 2018, Emiratos Árabes Unidos firmó un acuerdo de asociación estratégica con Rusia y, en 2021, se había convertido en el socio más cercano de Rusia en Oriente Medio, con un volumen de negocio comercial entre ambos países que ascendería a 9.000 millones de dólares en 2022. La inversión qatarí en Rusia ha alcanzado los 13.000 millones de dólares.

En gran parte de África, Asia, Iberoamérica y Oriente Medio, Rusia ha presentado su guerra en Ucrania como una lucha por una causa compartida: un orden mundial descentrado de Occidente, una mayor independencia del Sur Global, una descentralización del sistema financiero y, sobre todo, atenuar la influencia norteamericana.

Rusia representa la capacidad de hacer caso omiso a la imposición de ideologías occidentales (derechos humanos, gobiernos democráticos, valores liberales) percibidos por algunos países como hipócritas y decadentes.

Rusia representa la capacidad de hacer caso omiso a la imposición de ideologías occidentales

¿Ahora, Rusia podrá capear la caída de Asad y la posible pérdida de su influencia y bases militares en el Mediterráneo? La pérdida de Siria simplemente ha elevado las apuestas de la guerra en Ucrania. En el esquema de Putin, el país vecino se ha convertido en un punto de inflexión y en una lucha global entre un nuevo orden liderado por Rusia y la élite occidental. La clave estará ahora en manos de la nueva Administración de Donald Trump.

comentarios
tracking