El 'cuarto año triunfal' de Putin en Ucrania
La atrición no está dando ventaja al Kremlin. Todos los analistas occidentales, incluido el propio Trump, asumen que el Ejército de Putin, obligado a atacar, sufre muchas más bajas que las que admite

Vladimir Putin durante una visita a una instalación militar en el puerto de Murmansk, en el Círculo Polar Ártico
Se dice que San Agustín comprendió la imposibilidad de entender el misterio de la Trinidad cuando vio a un niño que trataba de vaciar el mar sacando agua con un pequeño cubo y arrojándola a un hoyo cavado en la playa. Yo, por supuesto, no pretendo compararme con el santo. Si traigo este relato a la memoria del lector es solo porque mis esfuerzos para desmontar la propaganda militar del Kremlin desde las páginas de El Debate me están empezando a parecer tan estériles como los del niño que quería vaciar el mar.
Siempre he creído que, aunque de mala gana, algunos rusoplanistas habrán aprendido algo de la serie de artículos que he escrito sobre la guerra de Ucrania. No lo reconocerán, pero es inevitable. Y, desde luego, no es mérito mío sino demérito de quienes les engañan. ¿Cómo dar credibilidad a quienes, olvidado el fiasco de Kiev, la derrota de Izium, el hundimiento del Moskvá, el desastre de Járkov, la retirada de Jersón y de la margen derecha del Dniéper, la rebelión de la Wagner, el prolongado desafío de Kursk y los crecientes ataques de los lentos drones ucranianos a las refinerías —habrá quien se pregunte dónde está la aviación rusa— fingen creer que la guerra acaba de entrar en su Cuarto Año Triunfal? ¿Cómo tomarse en serio a quienes se han apresurado a celebrar la victoria rusa el mismo día de la invasión, el de la caída de Izium o la conquista de Bajmut, el del fracaso del contraataque ucraniano en Robotyne o, hace ya más de un año, el de la pérdida de Avdiivka? ¿Cómo no reírse de quienes defienden que Rusia lleva más de trece meses acercándose rápidamente a Pokrovsk, como si esta pequeña ciudad mágica donde al parecer se guardan las llaves del reino se encontrara justo al final del arco iris?
Ya, la atrición. No nos olvidemos de la atrición. El razonamiento del rusoplanismo militante no puede ser más simple y, a pesar de ello, se repite insistentemente como lo que es: la consigna identitaria de un club de fans. Vea el lector: cada día mueren millares de soldados ucranianos defendiendo sus posiciones en el frente. Rusos también, por supuesto, pero no tantos… digan lo que digan los certificados de defunción expedidos por Moscú, sin duda falsificados por la CIA. Por cierto que acaba de publicarse la lista nominal de los primeros 100.000 soldados rusos muertos en combate, lo que da al Kremlin oportunidad de desmentirla si procede.
La convicción de los rusoplanistas, según he podido leer en algunos panfletos distribuidos por las redes con títulos que nos prometen revelarnos «lo que no quieren que sepas sobre la guerra de Ucrania», tiene una base matemática simple. ¿No fueron los cañones los responsables de un alto porcentaje de las bajas de la Primera Guerra Mundial? Pues a más cañones, más bajas enemigas. Ante esta regla de tres —las matemáticas nunca mienten— queda demostrado el error de quienes invierten grandes cantidades de dinero en aviones de combate, misiles, drones o sistemas de guerra electrónica. ¿Para qué, si todo consiste en acumular más cañones que el enemigo?Algunos rusoplanistas tienen cierta formación militar —lo que no deja de sorprenderme— y saben bien que, más que simple, esa matemática peca de simplona. Saben que cada guerra es diferente pero, más fieles a su fe que a lo que han aprendido en su profesión, prefieren no reconocerlo. Saben que, en la guerra de Irak, todo había terminado antes de que se pusiera en juego la artillería. Saben que en Gaza, donde los cañones han tenido un papel secundario, ha muerto mucha gente. Saben que en la guerra de Ucrania el que manda es el dron, que detecta todo lo que se mueve y multiplica la vulnerabilidad de los blancos al descubierto, lo que necesariamente perjudica a quienes están obligados a moverse para seguir —o eso nos dicen— acercándose rápidamente a Pokrovsk. Sin embargo, por razones que solo ellos podrían explicar, prefieren engañarse o engañarnos, ¡qué se le va a hacer!
En cualquier caso, sepa el lector que la atrición no está dando ventaja al Kremlin. Todos los analistas occidentales, incluido el propio Trump, asumen que el Ejército de Putin, obligado a atacar, sufre muchas más bajas. Pero Rusia tiene más habitantes, dirá el lector. Y tiene razón. Sin embargo, lo difícil en estos casos —recordemos Vietnam, Afganistán, Irak o Siria— suele ser transformar habitantes en soldados. Es ahí donde las cuentas se hacen confusas. Pero no me crea a mí, sino a Putin y a su Izvestia. Dos noticias de estos días, no relacionadas, ayudan a entender mejor lo que ocurre en el lado ruso del frente.

Captura de pantalla de una noticia del portal ruso Izvestia
El artículo al que corresponde esta captura de pantalla cuenta al pueblo ruso que el dictador del Kremlin reconoce la gravedad de la situación de los supervivientes de los 300.000 reservistas que se movilizaron hace ya dos años y medio. Por desgracia para ellos, entre los más de 140 millones de rusos sigue siendo imposible encontrar un relevo que les dé un merecido descanso. La pregunta es: ¿por qué permite Putin que esto se publique? ¿Quiere mostrar al pueblo ruso un rostro humano? ¿O prepara el terreno para una nueva movilización que permita a los agotados reservistas iniciales volver a sus casas? Cualquier respuesta sería especulativa, pero es la primera vez que el dictador da muestras de flaqueza. Bienvenidas sean.

Captura de pantalla de una noticia del portal ruso Izvestia
En esta otra captura de pantalla es el propio Izvestia el que se complace al dar cuenta de que los oficiales submarinistas rusos «se comportaron con dignidad en el campo de batalla». Bien por ellos, pero el elogio esconde una pregunta que no podemos dejar de hacernos: ¿por qué hay submarinistas sirviendo en tierra, a cargo de la artillería? ¿Tan mal están las cosas que debe sacrificarse la marina rusa para rellenar los huecos en las unidades del Ejército?
Durante nuestra Guerra de la Independencia, muchos marinos españoles tuvieron que desembarcar de sus navíos para combatir a Napoleón. Con su sangre contribuyeron a expulsar a las tropas francesas, pero el precio fue enormemente alto: así se labró el fin de la Real Armada y, con ella, el de los virreinatos americanos. Es verdad que los rusos no tienen virreinatos, pero ¿qué pasa con sus submarinos? ¿Nos explicamos por fin las razones por las que los de la Flota del mar Negro no han dado señales de vida en esta guerra? Más allá de los submarinos, ¿cuántas capacidades está sacrificando Putin para mantener en el frente una iniciativa que no le lleva a ninguna parte?
Dejemos el Izvestia por hoy, no vaya a ser que me corten de nuevo el acceso. Entre santos y cubos de agua de mar, drones y virreinatos, no sé lo que pensará el lector de estas dos noticias. Pero lo que yo le sugeriría es que no se crea nada de la propaganda de guerra. Y, menos que ninguna otra, de la que viene de Moscú, amplificada por portavoces capaces de vestir el forcejeo de peones en Ucrania como si fuera un Cuarto Año Triunfal. ¿Digo cuarto? ¡Es verdad! No aprendemos. Si por ventura es usted un rusoplanista, ¿ya se ha olvidado de lo qué pasó con los tres anteriores?