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Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Después del parto de los montes… la guerra sigue

A cambio de nada, lo que Putin espera conseguir es que Ucrania deje de atacar sus refinerías durante todo un mes. ¡Bien por el arte de negociar del que tanto presume el magnate republicano!

Actualizada 17:04

Un soldado ucraniano en el frente de guerra

Soldado ucraniano en el frente de guerra@ZelenskyyUa

Decíamos ayer que el miedo a la rebelión de las escobas impediría a Vladimir Putin –el dictador del Kremlin, no la Federación rusa, tan ausente de la reunión como el mismísimo Zelenski– aceptar la tregua que le ofrecía Donald Trump. Y así ha sido, aunque alguno no haya querido enterarse.

Una conocida fábula de Esopo nos cuenta como, tras terribles dolores de parto, la montaña parió un ratón. Quiero creer que, para concebir tan extraña historia, el mítico autor griego tuvo que haber vivido situaciones parecidas a la de la tan esperada conversación telefónica entre los presidentes de Rusia y los EE.UU. Es posible, pues, que la historia se repita; pero pocas veces el ratón habrá sido tan celebrado públicamente como el que acaba de nacer de la primera interacción pública de Trump y Putin. O, más bien, Putin y Trump.

¡Y mira que el ratón es feo! En su minúscula cabeza está la promesa del dictador ruso de que, durante 30 días, no atacará las instalaciones energéticas de su enemigo… unas instalaciones civiles que la Convención de Ginebra prohíbe bombardear y que, en cualquier caso, el dictador suele tomar como blanco durante la temporada de invierno para intentar rendir al pueblo ucraniano por el frío, algo también contrario al derecho de la guerra.

Los ataques de Putin se dirigirán ahora a la industria de defensa y, probablemente, a los puertos del mar Negro

Con o sin Trump –aunque él quizá diga que el mérito es suyo, porque Biden le dejó el cargo en invierno– llega puntual la primavera. Con o sin Trump, y una vez fracasada por tercer año consecutivo la campaña del frío, los ataques de Putin se dirigirán ahora a la industria de defensa y, probablemente, a los puertos del mar Negro. Menos de 24 horas después, ya está pasando. Así pues, a cambio de nada, lo que Putin espera conseguir es que Ucrania deje de atacar sus refinerías durante todo un mes. ¡Bien por el arte de negociar del que tanto presume el magnate republicano!

Bajo la presidencia de Biden ya habían vuelto a casa casi 4.000 prisioneros ucranianos y otros tantos rusos

El cuerpo del ratón recién nacido podría ser el intercambio de prisioneros de guerra. O, en el caso de Putin –no debemos irritar a los poderosos– prisioneros de operación especial. Un total de 175 por cada bando. Sea bienvenido. Deseo a unos y otros, rusos y ucranianos, un feliz regreso a sus hogares. Sin embargo, para ese viaje no hacían falta alforjas. Si Trump leyera El Debate, además de entender mejor el mundo en el que vive, seguramente me pondría en la lista negra –a mí y al periódico– por recordar a los lectores que bajo la presidencia de Biden ya habían vuelto a casa casi 4.000 prisioneros ucranianos y otros tantos rusos.

¿Y la cola? La cola es el partido de hockey sobre hielo que se celebrará entre las selecciones de Rusia y los EE.UU. Algo aparentemente inofensivo, pero que Putin espera utilizar como ariete para derribar algunas de las sanciones que más duelen a su pueblo: las impuestas por el Comité Olímpico Internacional.

Que Trump –que indudablemente admira a Putin pero, todavía mucho más, a sí mismo– muestre su alegría tras el ridículo parto de los montes tiene su lógica. El ratón recién nacido trae un pan bajo el brazo: el acuerdo entre ambos dirigentes en que, si a Trump no le hubieran robado las elecciones, no habría habido guerra. Nada podría hacer más feliz al magnate. Putin, que por malvado que sea sí es un estadista y desprecia a los trileros –remito al lector al artículo La hora de Trump publicado hace una semana en El Debate para que sea él quien dicte sentencia en el caso del presidente norteamericano– estará feliz de haberse sacado de encima las presiones del magnate a cambio de tan magra concesión.

La cobardía de los testigos

Pero, ¿qué pasa con los demás? Crea el lector que entiendo el fingido alborozo de Trump y la contenida alegría de Putin. Lo que, en cambio, me cuenta comprender es que haya tanta gente tocando palmas. Y no me refiero al rusoplanismo, que hace lo que de él se esperaba. Vea el lector que ninguno de los que repiten en Occidente las consignas del Kremlin se ha desdicho del alborozado anuncio que hicieron hace días sobre los miles de ucranianos cercados en Kursk, pero ¡ojalá fueran solo ellos los que se felicitan por algo que no llega a ser ni una simple cortina de humo!

Los líderes políticos, cuando no son verdaderos líderes –incluso empiezo a echar de menos a Chamberlain, que, a cambio de cesiones a Hitler más modestas que las de Trump a Putin, al menos consiguió un año de paz– están obligados a mostrarse prudentes. Eso ocurre hoy en toda Europa.

Sin embargo, ¿cuáles son las razones por las que la mayoría de los medios occidentales reseñan en sus titulares los irrelevantes acuerdos alcanzados en lugar del fracaso de la tregua de 30 días que Trump impuso a Zelenski de muy malos modos y Putin acaba de rechazar entre sonrisas? ¿Tan difícil es entender el daño que la estúpida megalomanía de Donald Trump –y no el ansia de paz, que para ser creíble debería ser universal– está haciendo a la moral del pueblo de Ucrania? ¿Tan difícil es entender que sigue la guerra?

Con el tiempo, la historia pondrá a cada uno de los protagonistas de este drama en el sitio que le corresponde. Por desgracia, para entonces será demasiado tarde para reparar el daño causado.

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