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El presidente argentino, Alberto Fernández, junto a la vicepresidenta del país, Cristina Fernández de Kirchner

El presidente argentino, Alberto Fernández, junto a la vicepresidenta del país, Cristina Fernández de KirchnerGTRES

El Debate en América

Cuesta abajo en la rodada

Todo está a la vista: la indisimulada concepción de poder autocrática y personalista de Cristina Fernández de Kichner y su alineamiento con Venezuela, Cuba, Nicaragua y Rusia

¿Cómo hablar de la Argentina actual sin sentir tristeza o vergüenza? Pasé años narrando para lectores españoles lo que sucedía en Argentina.

El país comenzaba a quitarse el chaleco de fuerza de la dictadura. Fueron años de crónicas casi diarias, dominadas por los temas que ya parecen sinónimos de Argentina: desaparecidos, hiperinflación, la extravagancia de sus presidentes, el peronismo y su cultura política conyugal, matrimonios en la Presidencia, escándalos por corrupción y el dólar, ese tótem preciado que mide la credibilidad de los gobernantes y cuya cotización se narra diariamente como la temperatura del clima.

Matizadas con las crónicas de nuestra mejor índole, la creatividad y el humor de su gente, sus artistas y su inocencia. Entonces, corresponsal extranjera de diarios y revistas de España, el periodismo me permitió acercarme con curiosidad y asombro a lo que interpretaba las consecuencias y el legado de la dictadura, fenómenos novedosos a los que había que ponerles atención y entendimiento.

Ocho crisis en 60 años

Para ser fiel a nuestra queja tanguera, nadie cantó mejor que Gardel esa humillación por el cuesta abajo en la rodada, «la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser». Pero los argentinos ya no solo dejamos de ser el otrora país rico y promisor sino que comenzamos a dilucidar el enigma que increpa a los extranjeros.

Argentina de ayer y de hoy

No entienden qué pasó para que uno de los países mas ricos del mundo, hoy integre el pelotón de los mas rezagados por sus índices de inflación, pobreza y estancamiento. Las respuestas son múltiples pero una está a la vista para quienes no se autoengañan con los relatos ideológicos y aceptan que el sistema democrático y la división de poderes de la República favorecen la estabilidad y prosperidad económica. Todo lo que nuestro país postergó.

Al revés del apotegma de Clinton para tiempo de elecciones, «es la economía, estúpido», en la Argentina de las crisis perpetuas, el problema es la política: El país venció su pasado de golpes de estado, pero cuarenta años de rutina electoral no derrotaron una concepción de poder autocrática, personalista que confunde Estado con gobierno, reduce la democracia a ganar las elecciones, utiliza el dinero público para mantener y aceitar un sistema de punteros políticos que hace de los pobres rehenes de las dádivas del Estado con lo que alimenta una inflación imparable, mayor que la de Ucrania en guerra, y condena a la pobreza a la mitad de los argentinos.

Es su sociedad, no su economía, la que parece estar enfermaPaul Samuelson sobre Argentina

Ya lo decía Paul Samuelson en 1986: «Argentina es el clásico ejemplo de una economía cuyo estancamiento relativo no parece ser consecuencia del clima, las divisiones raciales, la pobreza malthusiana o el atraso tecnológico. Es su sociedad, no su economía, la que parece estar enferma».

¿Cuál es nuestra dolencia? En mi ayuda, acudo a la genial Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de literatura para emular su «homus sovieticus», con el «homus peronitus» o el «homus argentinus» que como el alma rusa «pena y sufre, pero los negocios no marchan, porque no nos alcanza la energía para conducirlos. Nada prospera».

Sin que nos abandone, como a los rusos, esa sensación de ser especiales, los más europeos de América Latina, los mas politizados, los que se levantan rápido de sus crisis y con una «buena cosecha nos salvamos».

Como el marxismo-leninista en Rusia, el dominio del peronismo autocrático en la vida de los argentinos nutrió al «homus argentinus» que amasó una cultura igualmente nacionalista, con desconfianzas a la globalización, rechazo a los Estados Unidos y a la integración al mundo democrático desarrollado.

Un laboratorio político que en su ultima versión peronista, la del matrimonio Kirchner, gobierna desde 2004, con la breve interrupción de los cuatro años de Mauricio Macri, ha creado una singular figura política, la de Cristina Kirchner, una líder temida que genera fanatismos y mantiene viva las disputas internas dentro del peronismo, el verdadero drama del país.

Cristina Kirchner ungió al Presidente Alberto Fernández, en un simulacro de coalición de gobierno cuando en realidad ella no es una parte sino el todo, la dueña con pretensiones de totalidad política.

La vicepresidente consiguió expulsar a cada uno de los ministros del presidente para remplazarlos por dirigentes ideológicamente afines a la organización política que la sustenta, «la Cámpora», esos «pibes de la liberación», crecidos al amparo de las ideas setentistas, dueños de la memoria trágica y la narrativa revolucionaria.

Ahora impuso a la ministra de economía, Silvina Batakis, en el lugar de Martin Guzmán, el afamado alumno del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, profesor y mentor del ahora renunciado ministro que renegoció una deuda de 44 mil millones de dólares.

La nueva ministra es cercana a los sectores kirchneristas que ideologizan los problemas de Argentina y endosan la gravedad de la crisis al FMI, la guerra, el legado de Macri, el mercado, el imperialismo de Estados Unidos, los periodistas que crean el desanimo social. Nunca la responsabilidad en el Gobierno.

El debate público suena altisonante, dominado por la disputa de dos relatos, populista o republicano liberal. Los infectólogos de los tiempos del covid han sido reemplazados por los economistas que se pasean por las radios y las tertulias de la televisión para hablar sobre la macroeconomía, pero utilizan las metáforas medicas para describir la gravedad de un enfermo terminal.

A la par, el país vive un extraordinario proceso de sinceramiento. Todo esta a la vista: la indisimulada concepción de poder autocrática y personalista de Cristina Kichner y su alineamiento con Venezuela, Cuba, Nicaragua y Rusia. Como un cobayo, Argentina fue el primer país a probar la vacuna de ese país, Sputnik que dejó a los argentinos como rehenes frente al resto de las vacunas aprobadas por la OMS que comenzaron a llegar mucho después cuando los muertos por covid ya superaban los cien mil.

La perpetuación de las crisis y la incertidumbre futura se llevaron las arrogancias y el orgullo de una sociedad politizada que llena las calles para protestar o festejar pero ahora se muestra alicaída y sin esperanzas.

La clase media vive la melancolía del ya no ser, ve a sus hijos universitarios dejar el país. En las encuestas de opinión expresa mas el cansancio que la ira. Permanece como rasgo de vitalidad, el humor. En argentina, la carcajada desnudó siempre con el absurdo las falsedades o la prepotencia del poder político.

Los columnistas mas leídos son los que responden con los dislates de la ironía a los disparates de la economía y la política. Uno de los más leídos, Sebastian Borenstein, con su columna dominical del diario Clarín, sigue el legado de la ironía y el compromiso democrático del padre, el genial Tato Bores, el mayor referente de humor político que con sus monólogos atravesó décadas de generales en la presidencia pero sus ironías sobreviven en la democracia.

Los programas más vistos reproducen esos monólogos de cuarenta años atrás. Una vigencia perturbadora que delata la permanencia de los vicios políticos y esa esquizofrenia entre la realidad que golpea con la inflación, pero se niega bajo las consignas triunfalistas de la ideología. Nada es lo que parece. Tal vez por eso, agotados los adjetivos los argentinos, cada vez mas, acuden a las metáforas siquiátricas: un poder enloquecido que termina por enloquecer.

  • Norma Morandini es escritora, periodista y fue senadora.
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